Toda novela de humor sobre Adolf
Hitler está llamada a ser polémica; y si está escrita en primera persona
por el propio Hitler, ni hablemos (por cierto, en coherencia debería titularse He vuelto). Como la propia sinopsis del
libro indica, ¿está permitido no ya reírse de Hitler sino con Hitler? Es una duda ética, no literaria, pero ineludible.
Y porque esa duda es ineludible, Ha vuelto no es un libro que deje
indiferente, aunque es complicado saber hasta qué punto las encontradas
sensaciones que produce es mérito del autor o de lo que todavía hoy evoca la
figura de Hitler, siendo, como es, alguien que siempre viene a la mente cuando
se habla de las monstruosidades humanas. Es decir: ¿qué es lo que invita a la
reflexión? ¿La novela, la figura de Hitler, o la posibilidad próxima o remota
de nuevos genocidas?
Porque de esto trata la novela,
bien que a través de un Hitler “real” que es en realidad una caricatura. Quien a
lo largo de toda la novela se refiere a sí mismo como el Führer del Reich,
demostrando la mesíanica confusión de persona y cargo típica de todos los dictadores, se despierta en un descampado
berlinés, en el año 2011, sin otra memoria que lo ocurrido hasta el día de su “no
suicidio”, y con una laguna de 66 años
que no se preocupa por llenar, dando por hecho que el fenómeno tiene una clara
explicación, también mesiánica: tan importante es él, que el destino se las ha
apañado para que continúe su labor “salvadora”.
A partir de esos instante, sin
ocultar su personalidad, Hitler comienza a ponerse al día de las noticias y de
cómo ha evolucionado la sociedad y la técnica, a la vez que lucha con la
precariedad de medios, porque el hombre está con lo puesto. Los demás primero
lo ven como a un chalado, pero un chalado tan convincente que pronto es presentado a
unos productores televisivos; a partir de ese momento el chalado pasa a ser, a
los ojos del resto, un actor que se dedica a la parodia; y su empeño en no
dejar de ser Hitler ni un instante lo atribuyen, no sin admiración, a que sigue la técnica artística llamada “el método”
(aunque en el libro la denominan de otra forma), consistente en que el actor no
sale del pellejo del personaje ni en su vida particular, para integrarse en él
e interpretarlo a la perfección. El Hitler de esta novela, como he dicho, no
tarda en hacerse un huequecito televisivo. Sus críticas al mundo, lanzadas en
el apartado de un programa, son tomadas entonces como parodias y, por tanto,
como una crítica a las propias consignas nazis. Solo su apariencia es
problemática por todo lo que evoca, pero es vencida por la incorrecta
interpretación de su mensaje, porque mientras Hitler arenga en serio, su público se
toma sus palabras a broma, aunque una parte del público celebra algunas
mordaces críticas que solo pueden hacerse desde el humor y que consideran certeras.
Por otra parte, no debemos olvidarlo, ni el odio ni el racismo han muerto
nunca, y cualquier alusión a ellos, siquiera sea tenida por humorística,
encuentra eco. En resumen, este Hitler
de 2011 es aceptado porque parece ser lo contrario de lo que es, pero también
porque habla de temas que siguen latentes. Pero, y esto es lo inquietante, ha sido aceptado siendo lo que es, sin que
nadie haya sido capaz de ver la verdad. En medio de toda esa confusión que
para ser realista precisaría de un Hitler increíblemente tonto, lo único cierto
(para el lector, no para la sociedad alemana reflejada en la novela, que no se entera) es que el
mismísimo Hitler se ha colado en la televisión, está lanzando su mensaje, se ha
convertido en una estrella y llega un punto en el que hasta los partidos
políticos de diferente signo político quieren acercarse a él.
También podría verse, aunque no
me atrevo a decir que esté en la intención del autor, una crítica a una
cultura, como la actual, donde todo se mide por la audiencia y donde, por
tanto, por las pantallas no deja de desfilar un ejército de indeseables que
reducen la comunicación a un debate sobre irrealidades pretendidamente escandalosas, con argumentos
estúpidos o directamente falsos, pero no por eso carentes de influencia, dado
que para muchas personas son los únicos que llegan a sus oídos. Una "cultura" donde la demagogia campa a sus anchas, porque es más sencillo hacer demagogia que razonar, y porque en una sociedad donde a nadie preocupa la verdadera cultura o el humanismo, cada vez hay menos personas capaces de identificar la demagogia, y, en consecuencia, cada vez son más los que se someten entusiastamente a ella.
Junto a los hechos narrados, en
sí insensatos y, por tanto, algo cómicos, conviven otras tres fuentes de humor:
la forma en que Hitler interpreta cada hecho para adaptar la realidad a sus
creencias es la típica de un loco que sería quijotesco si no fuera porque el
personaje histórico no limitó sus delirios a la utopía; la forma de ingeniosa
arenga con que se expresa, utilizando todo tipo de comparaciones despectivas y
elogiosas pero siempre chocantes y con un deje gruñón que lo hace más simpático que odioso y, por último, la forma en que se justifica
cada vez que la necesidad le obliga a traicionar sus principios.
El personaje de Ha vuelto no es Hitler, obviamente,
sino una parodia de él. Un Hitler imaginado e irreal, infinitamente más cercano
al de una mala película que al personaje histórico. Pero habida cuenta de lo
que Hitler supuso en la historia, cualquier referencia a él, incluso
humorística, no deja de ser inquietante, y el título, Ha vuelto, también lo es en una situación como la actual en la que,
en buena parte de Europa, están resurgiendo partidos extremistas. Así es que,
con independencia de la calificación literaria que merezca el libro, no es una
mala excusa para que reflexionemos sobre cómo los extremismos, que han existido
siempre, se abren paso a través de las grietas que las crisis dejan en las
sociedades, porque de una cosa podemos estar seguros: el género humano no ha
dejado atrás las atrocidades. Otra cosa es que, como los espectadores que jalean a Hitler en esta
novela, no seamos capaces de verlo.
Realmente no es una caricatura de Hitler. Vermes juega con mucha habilidad ahí. Hitler realmente era así y Vermes se limita a convertirlo en una caricatura sólo porque choca contra la realidad de 2011 que, poco a poco, como la de 1933, va volviendo en su favor. La crítica al aborregamiento de nuestra sociedad actual a través de los medios de comunicación que enaltecen la pacotilla sin mirar otro criterio de calidad que el de la audiencia es también deliberada. Sería difícil que no fuera así.
ResponderEliminarEcha un vistazo a la reseña de lanovelaantihistorica.wordpress.com para más detalles.