En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

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lunes, 9 de diciembre de 2024

Una ofensa mortal – Louise Penny

 


    El número de asesinatos en el diminuto y apacible Three Pines amenazaba con convertirlo en lugar de ensueño solo para psicópatas y matarifes, e incluso con ponerlo en el mapa. Hace ya algo de tiempo que Louise Penny solucionó parcialmente lo primero jubilando y trasladando a vivir allí a su personaje, Armand Gamache, exjefe de homicidios de la Sureté du Quebec. De ese modo, aunque los fiambres aparecieran en otro sitio, como Gamache se llevaría el trabajo a casa su entorno no variaría, y la paz de Three Pines se vería preservada. Sobre lo segundo, lo de aparecer en el mapa, como cada vez era más insostenible la existencia, en pleno siglo XXI, de una localidad como esa ignorada hasta en la cartografía, Louise Penny ha intentado dar una explicación en esta obra. Es ingeniosa y sirve a su objetivo, pero no se la compro.

    Gamache está jubilado, decía, pero solo más o menos. Porque para esta ocasión, y sin entrar en cuestiones administrativas, ha sido repescado para dirigir la escuela donde se forman los futuros agentes.

    O se deforman.

    O lo han elegido porque se deforman.

    Y es que, recordarán los asiduos de la saga, la cúpula de la Sureté estaba un pelín podridilla y, al parecer, a a través de esa escuela también se dedicaban a la ganadería intensiva de corruptibles.

    Así que allá va Armand Gamache, a poner orden y valores, ambas cosas muy relacionadas, y a hacerlo con sus peculiares métodos, basados en la introspección y en que todo el mundo es tan pito como para captar todos los mensajes que esconde cada frase, imagen y situación, y tan dispuesto como para encontrar el tiempo necesario para pensar.

    Pero, inexplicablemente, Gamache no se deshace de algunos de los profesores más conflictivos. Y, más inesperadamente aún, cierto caballero aparece patas arriba en la escuela. El bueno rodeado de malos y con un sanguinolento follón despatarrado. He aquí el tomate del asunto.

    A partir de aquí, nos topamos con las cábalas del comisario y su amigable y extravagante entorno, los rodeos insólitos da igual hacia donde porque todos acaban llevando a Roma, y, la salsa de este libro, la comprometida posición del protagonista. A la duodécima entrega de la saga ya no llegan lectores masoquistas, solo fieles seguidores, por lo que toda penalidad del comisario acaba poniendo al fiel lector al borde del pampurrio.

    Así es como una novela que comienza lenta hasta el punto de resultar algo tediosa durante poco más de cien páginas, adquiere de pronto un interés morrocotudo que impide al lector soltar el libro hasta alcanzar el punto final.

    Y llegados a él, aconsejo leer las emotivas notas de la autora.

    Una buena novela, escrita con el orden, claridad y concisión de siempre, aspirando más a la eficacia comunicativa que al arte, que gustará a todos los fieles y que, como casi siempre he dicho, es ideal para leer en otoño o invierno, temporadas en las que el lector se ambienta mucho mejor en el frío y en las montañas de nieve que cubren Three Pines y las ciudades canadienses causando menos estropicio que tres copitos en España.




lunes, 1 de enero de 2024

La naturaleza de la bestia – Louise Penny

 


Comienzo la reseña entonando el mea culpa: el argumento me parecía inverosímil (en el sentido de irreal), aunque como buena escritora Penny siempre escribe con verosimilitud sobre lo irreal, como es el caso, pero he aquí que, al llegar al final y ver lo que cuenta la autora, supe que estaba equivocado, y tras buscar someramente en internet comprobé que el peliculón que yo había atribuido a la imaginación y a la osadía más que generosas de Louise Penny respondía, en realidad, a la historia de una persona de chicha y osamenta, Gerald Bull (1928-1990), ingeniero canadiense al que le dio por desarrollar cañones como catedrales, con clientes más que dudosos, en lo que se denominó «Proyecto Babilonia».

El ingeniero canadiense Gerald Bull

Pero centrémonos en la novela.

Volvemos a Three Pines, el pueblecito olvidado de la mano de Dios, de los cartógrafos,  de los señores que ponen las señales en las carreteras y hasta de los ferrocarriles canadienses, que una vez llevaron allí una vía no para que pasara ningún tren sino, al parecer, para pasar el rato; un lugar que no aparece en los mapas pero que, con cada libro de Penny, parece más y más grande. Tiene iglesia, una antigua estación reconvertida en parquecillo de bomberos, escuela, teatro, hostal, tiendas… Aislados del mundo, de internet, de todo, y rodeados de bosque denso, salvaje y también bucólico. En este paraíso perdido un renacuajo fantasioso ha desaparecido, por lo que Armad Gamache, ya un jubilado dedicado a rascarse la panza bajo los pinos que dan nombre al lugar, toma en el asunto las cartas que generosamente le dejan sus antiguos colegas de la Sûreté du Québec (una especie de Guardia Civil).

La cosa se va liando porque las trolas que contaba el niño conviven, por otro lado, con la obra de teatro amateur que se va a representar, obra cuyo autor -desconocido- puede ser un tipo de lo más indeseable, por no decir pavoroso. Un tipo tan deleznable que nadie tiene más ganas de verlo que de sufrir un infarto, y que da a monsieur Gamache tal repelús que más parece una alergia mortal.

Añadamos cierto pequeño aparatito que es localizado en las cercanías del pueblo -porque esos bosques dan hasta para ocultar a portaaviones enteros en cualquier recodo- y con todo esto tenemos el mejunje con el que Louise Penny ha cocinado una de la novelas más interesantes y al mismo tiempo extravagantes de la saga.

La Ramera de Babilonia, trasunto del Anticristo, también tiene su papel en la novela


Por cierto, la autora da, por primera vez si no me equivoco, una buena pista para situar Three Pines, al ubicarlo a poco más de treinta kilómetros de una localidad diminuta y fronteriza llamada Highwater. Desde ella, la frontera con Estados Unidos está a solo 2,3 kilómetros hacia el sur, de modo que la localización del ficticio Three Pines está en algún lugar de la casi semicircunferencia de diez kilómetros de anchura delimitada por dos radios de treinta y cuarenta que me he molestado en trazar para disfrute y solaz de quienes lean esta reseña y sean asiduos de Gamache. Hay otra pista, esta habitual: que la localidad está a unas dos horas de coche de Montreal, lo cual hace decantarse, con toda claridad, por el lado este la semicircunferencia. Aún así, en dos horas de coche te has salido hasta de la parte más al sudeste, así que me atrevo a afirmar que Penny planta sus tres pinos allá donde le da la gana en cada novela. Pero hale, a buscar el paraje inspirador.

La línea casi horizontal de abajo es la frontera entre Canadá y Estados Unidos. El ficticio Three Pines debería estar en la zona de abajo, a la derecha, entre las dos semicircunferencias. Pero no sé, no sé... Pulsad en la imagen para ampliarla.

Dicho lo cual, la novela, como he apuntado antes, es de las más interesantes de la serie: no solo es preciso localizar a los malos, pues Three Pines es el mundo menos plácido entre los plácidos mundos de ficción, y en sus alrededores no dejan de ocurrir sucesos, de aparecer cadáveres o de volatilizarse el personal, sino que, además, el lector se va a topar con una inesperada cantidad de buenos que no tienen por qué tener los mismos objetivos, con lo que algún bueno parece malo, si es que no lo es, amén de haber también un malo malísimo cuya mención parece evocar a Luzbel en persona y que no me extrañaría que reapareciera en alguna novela posterior. Al tiempo.

Las tramas de Penny desembocarían en monumentales atascos  sin la intervención de la diosa Chiripa, pero el mérito es que no se nota. Todo parece lógico y racional porque está organizado y bien dispuesto de antemano, de modo que la autora no improvisa. Y se nota. Eso le da ocasión de organizar también el ritmo, siempre suave, siempre pausado como el propio Three Pines, de cuidar el lenguaje, conciso y elegante, de dar entrada a las referencias al arte, en cualquiera de sus formas, en la trama, y de disfrutar de esa minúscula sociedad que forma un ecosistema aparte, donde todos comparten todo, o casi todo, sin dejar de ser ellos mismos. Forman, casi, una comunidad involuntariamente investigadora.

Intriga presente, misterios históricos, policía, espías, vecinos de aluvión que arrastran cada uno su propio pasado… Un cóctel de lo más atractivo que transcurre, en general, entre las confortables cuatro paredes del bistró y en los domicilios de los afables vecinos, todos siempre con el fuego encendido, con una gran taza de té caliente en las manos y a resguardo del descomunal fresquito que hace fuera, porque al comienzo de la novela está principiando un otoño que se parece mucho a nuestro invierno.

Una buena lectura para la temporada otoño-invierno.


lunes, 9 de enero de 2023

El largo camino a casa – Louise Penny

 



          Es admirable cómo de un planteamiento algo tonto unido a un modo de investigar entre infantil, calamitoso y grotesco puede salir una novela tan entretenida y en cierto modo enriquecedora como El largo camino a casa, que comienza cuando Clara Morrow, la pintora recién entrada en la fama, que había acordado con su marido -también pintor famoso- separarse y reencontrarse justo un año después para reevaluar la situación matrimonial, anuncia que Peter no ha vuelto en ese plazo y que a saber qué ha sido de él. ¿Ha decidido poner pies el polvorosa o es que le ha sucedido algo al pobrecico?

          Aunque la policía seguro que tiene métodos mejores para encontrar a un supuesto desaparecido, Armand Gamache, que ya no es policía sino ilustre jubilado residente en ese idílico pueblecito llamado Three Pines, comienza una peculiar investigación policial -porque cuenta con la ayuda de su yerno, el inspector Beauvoir- en la que a través de los viajes y las pinturas intentan reconstruir el pensamiento, las emociones y las intenciones de Peter, para, de este modo, dar con él. ¿Se puede investigar mirando cuadros? Tras leer esta novela uno diría que, a efectos novelescos, sí.

          Lo curioso de esta novela es que ayuda a los profanos a ver e interpretar el arte: frente a un cuadro cualquiera, da igual si figurativo o abstracto, no intentes ver nada; simplemente contempla y céntrate en los sentimientos que te provoca; cuáles sean esos sentimientos y de qué intensidad te dará la medida de la calidad del cuadro, aunque no sepas ni patata de técnica, y aunque no sepas si lo que estás viendo es una bailarina o un pimiento morrón.

          Lo cierto es que mirando, mirando, van siguiendo la pista a Peter, que anduvo por acá y por allá y pintó esto y lo otro, lo cual quiere decir vaya a saber usted qué, porque elucubraciones hacen unas cuantas, casi todas interesantes y con un componente psicológico notable. Y de este modo, persiguiendo personas y pinturas, Gamache, Beauvoir, la propia Clara (¿esposa despechada o viuda?) y la oronda librera de Three Pines, con la colaboración en la distancia de la famosa poetisa borracha Ruth y de la esposa del excomisario, deambulan por buena parte del Canadá más urbano para acabar en la desolada costa este, donde un vistazo con Google Maps permite al lector confirmar que hay pueblecitos sin carreteras a los que solo puede llegarse con avioneta o barco, y con tal número de casas -apenas media docena o una docena- que localizar a alguien en ellos más que fácil es inevitable.

          Un argumento inverosímil contado con verosimilitud o, lo que es lo mismo, el mejor modo de vivir en un mundo distinto al real. Tiene mucho mérito Louise Penny.

          Por lo demás, el lector fiel a la saga -¿qué otro va a llegar hasta aquí, si este libro es ya el décimo de la serie?- encontrará en esta novela a los personajes de siempre, con sus manías de siempre y con sus miedos de siempre. Un reencuentro con viejos amigos. 

          En cuanto al final… Sorprendente por varios motivos. El que más me ha sorprendido a mí es que ningún personaje se llegue a plantear lo guapos que hubieran estado todos si se hubieran quedado quietos.



lunes, 14 de febrero de 2022

Un destello de luz – Louise Penny

 



Que las novelas de Louise Penny protagonizadas por Armand Gamache deben ser leídas en el orden de su publicación es un dato especialmente relevante a la hora de leer Un destello de luz, novela donde los desaguisados nacidos en la anterior, Un bello misterio, juegan un papel esencial.

Pero en Un destello de luz no destella ninguna luz, más allá de que Penny sabe atrapar la atención del lector y hacerle disfrutar de un universo (el de Three Pines y del propio protagonista) hogareño y ya conocido. En realidad, es la novela más peliculera de la saga hasta el momento, con diferencia. Tanto, que el lector que se ponga pejiguero con el realismo puede salir zumbado: la trama es inverosímil y los ingeniosos recursos de los buenos solo son comparables en su eficacia a la torpeza profunda de unos malos de maldad casi secular que parecen inteligentísimos y que, además, disponen de los medios más sofisticados. Hecha esta salvedad, Un destello de luz es una novela que se lee como se ve una película de acción: todo sabemos que aporrear siete malvados a la vez y darle un susto al octavo haciendo piruetas en el aire es imposible, pero al héroe se le perdona; eso es lo que sucede aquí: el lector que ha llegado a estas alturas de la saga lo que quiere es ver a Armand Gamache y al resto de los personajes metidos en vericuetos (pues dada su edad, sus kilos y su pacífico carácter no están para piruetas); si esos laberintos son realistas o no, tanto en su planteamiento como en el modo de salir indemne de ellos, es lo de menos.

Penny utiliza en esta novela un truco muy manido pero eficaz: contar dos historias (o, mejor dicho, dos casos) en paralelo. A diferencia de lo habitual, no acaban convergiendo, pero es que su propósito es otro y se ve desde el comienzo: llevar a Gamache a Three Pines, ese pueblecito imposible a solo un par de horas de la gran ciudad, un remanso de paz que no aparece en los mapas, donde todos los vecinos son solidarios, educados y afectuosos, el lugar donde se retiraría san Pedro si un día dejara su puesto de portero celestial, la población entre boscosas montañas donde el tiempo no importa y todo el mundo vive feliz, tranquilo, plácido, con inaudita calidad de vida, siempre calentitos en medio de la nieve y sin despeinarse, porque allí nadie pega un palo al agua como no sea por afición. Con decir que bastan unas docenas de vecinos para que sobreviva una librería… ¡Y qué reconfortante resulta que cada pocas páginas un personaje introduzca un ceporro de leña en la chimenea para calentarse (y calentar al lector) mientras al otro lado de la ventana nieva desde hace horas!

Como es también habitual en la novela negra, una de esas historias es «el caso» propio de la novela concreta y «el otro», el que corre en paralelo, tiene que ver con los protagonistas y proviene de novelas anteriores. Truquillo que, aparte de para dimensionar la novela a ciertos niveles, viene de perilla para fidelizar al lector.

La novela comienza con dos sucesos cuyo primer interés es evidente: ver cómo se las ingenia la autora para relacionarlos entre sí y con Gamache: una conductora parece sufrir cierta claustrofobia en un túnel, y una anciana, antigua conocida de una de las habitantes de Three Pines, va a ver a ésta y luego incumple su promesa de volver, tras haberse despedido con una frase aparentemente banal pero para ella significativa. Con el segundo de estos mimbres Penny pone un anzuelo tan potente que por momentos resulta insoportable para el lector no saber más, aunque el mérito de Penny es escaso porque recurre al burdo truco de que todos los personajes saben lo que hay y el lector lo ignora simplemente porque a la autora no le ha dado la gana contarlo y, con toda desfachatez, los personajes se enteran de las cosas delante del lector pero el lector sigue en la inopia; al desvelarse por fin ese «misterio» el caso relativiza su interés (realmente el asunto es algo grotesco) y éste comienza a centrarse en las cuitas de Gamache, quien, como ya le dicho, en lo personal y profesional salió de Un bello misterio con una fea certeza.

Una novela entretenida, poco ambiciosa en lo literario y cuya complejidad en la trama –que la misma autora menciona en los agradecimientos- se ha solucionado con una enorme cantidad de «licencias» y saltos en el vacío. Hasta qué punto Penny ha hecho lo que ha querido y no ha sabido hacer más o hasta qué punto ha sido esclava de no poder escribir un tocho de muchas más páginas (Un destello de luz alcanza las 530) es una duda razonable. Por cierto, la nota final de la autora no se corresponde con estos reparos: suena eufórica, como si hubiera alumbrado el novelón de los novelones.

Termino volviendo a lo peliculero: cuando todo ha quedado aclarado, el happy end posterior es una ñoñería horripilante propia de los infectos finales que en las más mediocres peliculejas sustituyen al «y fueron felices y comieron perdices».

Pero oye, aunque con cierta irregularidad, Un destello de luz engancha.



lunes, 13 de diciembre de 2021

Un bello misterio – Louise Penny

 


 

              No puede decirse que las novelas de Louise Penny sean muy realistas, pero sí que tienen la necesaria verosimilitud para disfrutar con ellas. O, dicho de otro modo, Un bello misterio es una muy buena obra de ficción construida con materiales alejados del mundo real.

              Hay dos «misterios» que se apuntan ya en las primeras líneas de la novela. El primero, el «bello» que da título a la novela, es la música y, por la parte que ocupa a esta novela, el punto inicial del canto gregoriano; la «clave» desconocida a partir de la cual se desarrolló. El segundo misterio, también bello aunque no tanto, es cómo una comunidad de monjes –con voto de silencio- escapada de Europa a causa de la Inquisición pudo largarse a Canadá, construir sin que nadie lo supiera un monasterio recóndito y llegar hasta el siglo XXI sin que ni el Vaticano ni el gato tuviera noticia de su existencia, al tiempo que conservaban entre sus muros el canto gregoriano más puro del mundo.

              Y el tercer misterio, bastante más feorro que bello, es quién ha apiolado a uno de los veinticuatro monjes que viven y cantan en el monasterio. Y allá se va Gamache, con su ayudante el inspector Beauvoir, a desarrollar una novela negra no sé si llamar «de salón», de «iglesia» o «de saca capitular».


              Como es de prever, la acción consiste en ir hablando con unos y otros para que cada uno hable de sí mismo y de los otros, a la búsqueda de información, contradicciones y silencios significativos. Así es como Gamache y Beauvoir van sacando a la luz las rencillas y diferencias de una comunidad que, pese a sus esfuerzos y a lo espiritual de sus cánticos, sigue siendo demasiado humana. La organización monástica es también un factor atrayente en la narración, y también lo es que una de las pistas que inmediatamente encuentran los investigadores apunte a un misterio secular relacionado con la música. Unan ustedes a ello mucho canto gregoriano y que el inspector Beauvoir mantiene un idilio con la hija de su jefe y no sabe cómo decírselo, que ambos aún pagan las consecuencias del soponcio lleno de tiros que vivieron en Enterrad a los muertos y que, para colmo, cuando nadie lo esperaba aparece el jefazo de ambos con intenciones nada pacíficas, más bien cizañeras, que parecen traer por causa una intervención de Gamache que posiblemente Penny haya contado en alguna de las novelas de la saga no traducidas al español (que yo sepa, la segunda, tercera y cuarta).

              El resultado es una novela sumamente interesante, escrita con solvencia aunque sin florituras, que capta la atención del lector de tal manera que a pesar de sus 494 páginas se lee rápidamente. Una lectura muy otoñal e invernal. O, al menos, a mí me gusta leer a Louise Penny cuando comienza el frío. Será por sus ambientes.

              Así que ya sabéis: a disfrutar con los asesinatos en los conventos, que son un clásico. Que se lo digan a Umberto Eco con El nombre de la rosa o a P. D. James con Muerte en el seminario.

 

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lunes, 15 de febrero de 2021

El juego de la luz – Louise Penny

 




              Volvemos a «Tripines», como ya en broma llamamos a Three Pines, el pueblecito canadiense en medio del bosque, tan renacuajo y apartado que no sale en los mapas. Sin embargo, curiosamente, está situado razonablemente cerca de grandes urbes y tiene su coche de bomberos, su buena librería, un «hotelito con encanto», su bistrot, y su «bed and breakfast». Nadie sabe a qué se dedican sus escasos vecinos, pues no hay mención a actividad económica alguna excepto la de los personajes recurrentes: el matrimonio Morrow, dedicado a la pintura artística, la poetisa famosa, anciana, gruñona y maleducada Ruth Zardo, la dueña de la librería, el matrimonio al frente del hotelito y la pareja homosexual que regenta el bistrot y el «bed and breakfast». En resumen, un idílico mundo de bolsillo inexplicablemente desconocido en el que sus habitantes dedican su tiempo a las bellas artes, al paseo por hermosos bosques y jardines y a tomar cafés con leche y papear en el coqueto bistrot, que ofrece una pitanza de lo más selecta y elaborada. Demasiado bueno para ser cierto, lo cual, dicho sea de paso, es lo que más afecta a la credibilidad de algunas cosas, en especial el empeño en considerarlo una especie de «lugar oculto» que haga inexplicable la presencia de cualquier persona ajena a los que allí viven.



              En tan bucólico paraje, a juzgar por las novelas de la saga, no hay más que ardillas y asesinados. Entre los últimos, la mujer llamativamente vestida de rojo que aparece en el jardín de los Morrow justo cuando estos estaban celebrando, por fin, el ascenso al olimpo artístico de Clara; ascenso que, por otra parte, deja en complicada posición a su esposo, que durante años había ejercido como «el artista» de la familia y que ahora ha quedado reducido a su verdadera dimensión al quedar enfrentada su realidad a sus ambiciones. A lo que deben añadirse las complicaciones del amor hacia quien con su sola presencia hace patente tu fracaso.

              Pero hay un fiambre, he dicho, y allá se va el inspector jefe de la Sûrete du Québec, el eficaz, calmoso y culto Armad Gamache, con su joven segundo, Jean Guy Beauvoir (recién divorciado y dudando de si la hija del jefe le hace tilín o tolón), ambos traumatizados por los soponcios vividos en la anterior novela de la saga (Enterrad a los muertos), donde fueron tiroteados; los dos van acompañados de todo su equipo y, en particular, de una inspectora que parece ir a ganar protagonismo en próximas novelas. Todos ellos, digo, se presentan en Three Pines dispuestos a investigar con sus métodos habituales: indagar, ver, y no hacer nada hasta que las cosas se hayan cocido más que bien en su propio jugo. Todo, además, con la peculiaridad típica de estas novelas de la endogámica relación entre sospechosos e investigadores, todos los cuales, por culpa de lo renacuajo del lugar, conviven casi veinticuatro horas al día, comen y cenan juntos y hasta acaban haciéndose amigos que nunca acaban de poder distinguir entre conversaciones e interrogatorios.

              Pese a que estoy usando un tono un tanto frívolo, la novela es muy interesante. Y ello por varios motivos: primero, porque Louise Penny tiene la habilidad de utilizar sus novelas para hablarnos de asuntos de lo más atractivos. Si en Enterrad a los muertos era la independencia de Canadá y las relaciones entre francófonos y angloparlantes, aquí nos ofrece un montón de lúcidas reflexiones sobre el mundo del arte y el ego de los artistas, con todas sus inseguridades a cuestas, que lo mismo son aplicables a pintores que a escritores o escultores, y que permiten ver más allá de lo que brilla en estos mundos. También ofrece una visión interesante del mundo del alcoholismo y, sobre todo, de quienes intentan rehabilitarse. En segundo lugar, porque la trama en sí es sorprendente (aunque sea un «caso de laboratorio») y, por tanto, despierta la curiosidad: la muerta es una antigua amiga de Clara, a la que hace siglos que no veía porque se habían enemistado, a la que nadie había visto en una fiesta a la que no había sido invitada y en la que ha aparecido muerta. En tercer lugar, consigue hacer evolucionar bien algo que en entre la primera y la segunda novela apenas existía: las vivencias de los protagonistas y de su entorno. Cierto es que pueden objetarse puntos débiles que afectan al realismo y a la verosimilitud de algún detalle relevante, y que al final, a lo Ágatha Christie, no se sustenta en prueba alguna sino en conjeturas que desembocan en una confesión regalo a los lectores y al sr. Gamache, pero a pesar de todo esto la solidez de El juego de la luz es grande y por encima de lo habitual. Es cierto, también, que es una novela de «jarrones venecianos», que diría Julián Ibáñez, alejadísima del «hard noir», pero eso no es un crimen: todo tiene derecho a existir.

              Una novela para disfrutar con una lectura sosegada y sin prisa, porque lo importante no es el destino sino el camino. Una buena novela con consigue algo muy difícil: que una saga de novela negra vaya a más; lo normal es lo contrario.

              Lo confieso: estoy ya irremediablemente atrapado por todo lo que sucede en «Tripines».








lunes, 9 de noviembre de 2020

Enterrad a los muertos – Louise Penny

 


 

                Como no todas las novelas protagonizadas por Armand Gamache están traducidas y no sé si todas transcurren o no en Three Pines, enterarse de por dónde va la saga puede ser complicadillo, pero si el lector sigue el orden de lectura derivado de las reseñas de este blog, que es también el de su publicación en España, saldrá con bien, al menos hasta esta novela, que solo podrán disfrutar plenamente quienes hayan leído Una revelación brutal. Leer las novelas en orden es necesario en esta ocasión.

                Enterrad a los muertos es una muy buena novela de intriga en la que se mezclan tres historias que oscilan entre lo interesante y lo apasionante.

                La primera, el inmenso desaguisado del que Gamache se siente responsable tras una fallida operación que vamos conociendo a través de los recuerdos del propio jefe del Departamento de Homicidios de la Sûreté du Québec y de los de su mano derecha, el joven inspector Jean Guy Beauvoir. La segunda, cómo las dudas que sobre sí mismo tiene ahora el protagonista le llevan a replantearse su actuación en el caso precedente, ocurrido en Three Pines. Y la tercera y mollar, que en Quebec, donde se ha refugiado en casa de su antiguo jefe para reponerse anímicamente del tozolón, Gamache acaba colaborando con la policía del lugar para desentrañar el extraño asesinato, en los sótanos de una venerable y trasnochada institución anglosajona, de un pintoresco francófono, con fama de arqueólogo loco, obsesionado con la búsqueda de la tumba de Samuel de Champlain, fundador de Quebec.


Samuel de Champlain

                En el acogedor ambiente, típico de esta saga, de frío, nieve y viento que azota las ventanas tras las que los personajes se acomodan en estupendos sillones frente a chimeneas encendidas, las tres historias se entrecruzan ofreciendo al lector una macedonia atractiva: misterios históricos; una interesante visión del enfrentamiento entre angloparlantes y francófonos, con sus odios, traumas e historia no exenta de violencia (con la siempre pendiente independencia de Quebec de fondo, por lo que al asunto Champlain toca); una historia violenta y actual, por lo que hace referencia al «desaguisado»; y, finalmente, una buena dosis de intriga no sobre hechos (como sucede en el asunto Champlain), sino sobre personas, con lo que ocurre en Three Pines. Todo con un esfuerzo evidente por trasladar el ambiente de la ciudad vieja de Quebec, con sus antiguas casas de piedra dentro de las murallas, y con más de una escena en el famoso Château Frontenac. Quebec, al borde del río San Lorenzo, que evoca una gran urbe pero que en realidad solo tiene unos 550.000 habitantes (lo que explica que en la novela tanta gente conozca a tanta gente), es una de las protagonistas de la novela, aunque las calles de su casco viejo no sean tan retorcidas, estrechas y caprichosas como Louise Penny nos cuenta.



                La lectura es amena, interesante y, por lo que deja entrever de la historia de Canadá y, en particular, de Quebec, enriquecedora, y más para un país como España, con tensiones independentistas.

                Un libro, también, que para muchos lectores será más agradable leer en otoño o invierno que en primavera o verano.



miércoles, 12 de junio de 2019

Una revelación brutal – Loise Penny





               
                Three Pines es un lugar tan fantástico que bastan unas docenas de vecinos para que sobrevivan una librería de lance y un buen restaurante. Sin ser acaudalados, no parecen pasar hambre, y además entre ellos se cuentan algunos selectos representantes del mundo del arte.

                Un arte que, al igual que ocurría en la primera novela de Louise Penny que leí –también centrada en esta imaginaria localidad y también protagonizada por el inspector Armand Gamache- juega un papel relevante en la historia tanto por servir para caracterizar a alguno de los personajes como por estar en el centro de la intriga de este pacífico pueblecito donde, aunque todo el mundo es razonable, amable y estupendo, parece haber más asesinos que tenderos.

                Las primeras páginas se me han hecho un poco cuesta arriba. Reencontrarte no con un personaje sino con la plantilla entera de otra novela exige cierto esfuerzo de memoria que al principio lo mismo desorienta que satura. Sin embargo, pronto la historia adquiere una suave velocidad de crucero que se mantiene hasta el final en una lectura rápida, intensa y, en ocasiones, hasta ávida.

                La peculiaridad del argumento radica en dónde y cómo aparece el fiambre, por qué, quién diablos es el finado y, de ahí, a tratar de localizar a quien lo apioló. Uso palabras un poco frívolas aunque los personajes se lo tomen muy en serio, pero es que el lector no puede evitar sentir sorpresa seguida de cierto candor al advertir cómo en tan pacífica y chiquitita localidad proliferan los asesinados sin que por eso deje de ser vivida por todos los vecinos como una balsa de aceite. Ni siquiera toman medida alguna de protección ante el desconocido asesino que anda suelto. A eso hay que unir que, en razón de lo liliputiense de la localidad, cuando el inspector Gamache y toda la tropa que lo acompaña desembarca, se produce una insólita confusión entre investigadores e investigados, de modo que unos y otros comparten mantel e interrogatorios con toda «naturalidad». Aunque el mérito de la autora es, precisamente, la desaparición de las comillas: la naturalidad con la que se suceden situaciones e investigaciones cuyo parecido con la realidad es prácticamente nulo. No hay realismo, pero sí veracidad. Es lo que cabe exigir a la buena literatura, y en esta novela el dominio de la acción y los tiempos es magnífico.

                La autora juega con el lector proponiéndole, sin que él se dé cuenta, un conjunto de misterios a resolver. El primero y más evidente, quién es el asesino. Pero también su motivación para matar y para dejar el cadáver donde lo dejó. Enseguida se abre paso la necesidad de saber quién el finado y no digamos ya el deseo de conocer la misteriosa historia que parece tener tras de sí, mezclada, a su vez, con otra historia con visos entre mitológicos y fantásticos que explica… ¿qué? Lo dicho. Los misterios, muchos de ellos atractivos por cómo enlazan con ciertos enigmas históricos, se suceden y acumulan sin que el lector lo advierta de otro modo que a través de una creciente curiosidad y un creciente afán por seguir leyendo.

                Una novela que está lejos de ser arte, pero tan bien escrita y construida que no desmerece a ningún lector.




lunes, 26 de noviembre de 2018

Naturaleza muerta – Louise Penny




              Hace poco más de un par de años, en la Semana Negra de Gijón se originó una polémica por un par de asuntos. Uno de ellos, la diferencia entre el «hard boiled», que recoge la esencia de la novela negra, y el «enigma», el cual, según Julián Ibáñez, uno de los maestros de la novela negra española, es algo completamente distinto, un asunto de «jarrones venecianos» o, dicho de otro modo, novelas que más tienen que ver con el misterio, la intriga y el concepto de thriller que con la novela negra en sentido estricto, que es que trata del mundo del crimen y a menudo desde la óptica del delincuente. El «enigma», según Ibáñez, ha aprovechado el éxito histórico del «hard boiled» -que se remonta a décadas atrás- para adueñarse del género y acabar expulsando al «hard boiled» incluso de festivales y premios que siempre habían sido de novela negra.

              Bien, pues Naturaleza muerta es una buena novela de «enigma» o, si se quiere, un buen «jarrón veneciano», una suerte de rompecabezas a resolver en paralelo entre el lector y un protagonista –el inspector jefe Armand Gamache-, que solo se ensucia cuando llueve y pisa el barro. Todo en la novela es pensar y atar los cabos que se recolectan solos. Una historia sin realismo alguno, pero contada con la autenticidad suficiente para resultar entretenida. Una novela, también, que he cogido con curiosidad porque había oído hablar bien de la autora, la canadiente Louise Penny.

              Todo sucede en una ficticia localidad canadiense fronteriza y demasiado contradictoria para resultar real: Three Pines. Tan diminuta y recóndita que ni aparece en los mapas, pero a la vez a tiro de piedra de Montreal, con todos los servicios y en la que, donde debería haber explotaciones forestales, agrícolas o ganaderas, lo que hay es una pila de artistas y cazadores.

              Sin embargo, las descripciones que se hacen del lugar consiguen trasladar un tono intimista y acogedor que hacen de Naturaleza muerta la novela ideal para leer en días lluviosos de otoño, y no lo digo en broma. Menos me ha gustado, en cambio, el poco jugo que se saca –apenas se apunta- a los conflictos entre francófonos y angloparlantes; el conflicto se cita como para dejar constancia de su existencia, pero sin que luego se integre en la novela más allá de especificar, en momentos puntuales, en qué idioma habla cada cual.

              La historia comienza con una serie de personajes que mantienen relaciones de amistad más o menos intensa, habitantes de Three Pines, bastantes de ellos ya entrados en años –setenta y más- y otros de edad indeterminada pero que uno acaba situando como cuarentones y cincuentones. Todos viven en paz y aparente armonía, y así sabemos que una de las damas del grupo, Jane Neal, todo bondad, por primera vez se atreve a mostrar un cuadro pintado por ella, un cuadro raro, de los que no se sabe si es una patochada o una genialidad. Ocurre, sin embargo, que un buen día, poco antes de la exposición, Jane aparece muerta. Al parecer, alguien le ha disparado una flecha. La primera hipótesis apunta a que puede tratarse de un accidente de caza, aunque ni el lector más tonto cree que finalmente vaya a ser así.

              El inspector Gamache, que se nos presenta como un tipo experimentado, de vuelta de casi todo y cuyo método  experto consiste en callar, observar y no moverse mucho, activa el «modo esponja» recolectando datos e integrándose en la vida de Three Pines de una forma irreal pero con cierto encanto literario. Los datos, observaciones y deducciones lo conducen por diferentes caminos, unos más acertados que otros, hasta desembocar en el final que, obviamente, me callo. Eso sí, el caballero no actúa solo: tiene un ayudante de una eficacia y lealtad solo comparable a la admiración/fascinación que siente por su superior, y al grupo han unido a una nueva y joven agente, la cual considera el logro todo un avance profesional, pero la chica es tan rematadamente soberbia y tonta que acaba siendo el peor personaje del libro: ni realismo ni verosimilitud.

              El protagonismo, sin embargo, es compartido con algunos de los personajes implicados en el asunto. Todos tienen sus momentos de gloria, aunque destaca una mujer llamada Clara, amiga de la fallecida y fuera de toda sospecha, un personaje relevante que tarda demasiado en definir su personalidad.

              Y en cuanto al final… Los he visto bastante mejores, pero como el objetivo del rompecabezas es pasar el rato, cumple su función.

              Lectura agradable, con la que se pasa un buen rato, que ha recibido varios premios pero que, a mi juicio, está lejos de los mejores.