Comienzo la reseña entonando el mea culpa: el argumento me parecía inverosímil (en el sentido de irreal), aunque como buena escritora Penny siempre escribe con verosimilitud sobre lo irreal, como es el caso, pero he aquí que, al llegar al final y ver lo que cuenta la autora, supe que estaba equivocado, y tras buscar someramente en internet comprobé que el peliculón que yo había atribuido a la imaginación y a la osadía más que generosas de Louise Penny respondía, en realidad, a la historia de una persona de chicha y osamenta, Gerald Bull (1928-1990), ingeniero canadiense al que le dio por desarrollar cañones como catedrales, con clientes más que dudosos, en lo que se denominó «Proyecto Babilonia».
El ingeniero canadiense Gerald Bull
Pero centrémonos en la novela.
Volvemos a Three Pines, el pueblecito olvidado de la mano de Dios, de los cartógrafos, de los señores que ponen las señales en las carreteras y hasta de los ferrocarriles canadienses, que una vez llevaron allí una vía no para que pasara ningún tren sino, al parecer, para pasar el rato; un lugar que no aparece en los mapas pero que, con cada libro de Penny, parece más y más grande. Tiene iglesia, una antigua estación reconvertida en parquecillo de bomberos, escuela, teatro, hostal, tiendas… Aislados del mundo, de internet, de todo, y rodeados de bosque denso, salvaje y también bucólico. En este paraíso perdido un renacuajo fantasioso ha desaparecido, por lo que Armad Gamache, ya un jubilado dedicado a rascarse la panza bajo los pinos que dan nombre al lugar, toma en el asunto las cartas que generosamente le dejan sus antiguos colegas de la Sûreté du Québec (una especie de Guardia Civil).
La cosa se va liando porque las trolas que contaba el niño conviven, por otro lado, con la obra de teatro amateur que se va a representar, obra cuyo autor -desconocido- puede ser un tipo de lo más indeseable, por no decir pavoroso. Un tipo tan deleznable que nadie tiene más ganas de verlo que de sufrir un infarto, y que da a monsieur Gamache tal repelús que más parece una alergia mortal.
Añadamos cierto pequeño aparatito que es localizado en las cercanías del pueblo -porque esos bosques dan hasta para ocultar a portaaviones enteros en cualquier recodo- y con todo esto tenemos el mejunje con el que Louise Penny ha cocinado una de la novelas más interesantes y al mismo tiempo extravagantes de la saga.
La Ramera de Babilonia, trasunto del Anticristo, también tiene su papel en la novela |
Por cierto, la autora da, por primera vez si no me equivoco, una buena pista para situar Three Pines, al ubicarlo a poco más de treinta kilómetros de una localidad diminuta y fronteriza llamada Highwater. Desde ella, la frontera con Estados Unidos está a solo 2,3 kilómetros hacia el sur, de modo que la localización del ficticio Three Pines está en algún lugar de la casi semicircunferencia de diez kilómetros de anchura delimitada por dos radios de treinta y cuarenta que me he molestado en trazar para disfrute y solaz de quienes lean esta reseña y sean asiduos de Gamache. Hay otra pista, esta habitual: que la localidad está a unas dos horas de coche de Montreal, lo cual hace decantarse, con toda claridad, por el lado este la semicircunferencia. Aún así, en dos horas de coche te has salido hasta de la parte más al sudeste, así que me atrevo a afirmar que Penny planta sus tres pinos allá donde le da la gana en cada novela. Pero hale, a buscar el paraje inspirador.
Dicho lo cual, la novela, como he apuntado antes, es de las más interesantes de la serie: no solo es preciso localizar a los malos, pues Three Pines es el mundo menos plácido entre los plácidos mundos de ficción, y en sus alrededores no dejan de ocurrir sucesos, de aparecer cadáveres o de volatilizarse el personal, sino que, además, el lector se va a topar con una inesperada cantidad de buenos que no tienen por qué tener los mismos objetivos, con lo que algún bueno parece malo, si es que no lo es, amén de haber también un malo malísimo cuya mención parece evocar a Luzbel en persona y que no me extrañaría que reapareciera en alguna novela posterior. Al tiempo.
Las tramas de Penny desembocarían en monumentales atascos sin la intervención de la diosa Chiripa, pero el mérito es que no se nota. Todo parece lógico y racional porque está organizado y bien dispuesto de antemano, de modo que la autora no improvisa. Y se nota. Eso le da ocasión de organizar también el ritmo, siempre suave, siempre pausado como el propio Three Pines, de cuidar el lenguaje, conciso y elegante, de dar entrada a las referencias al arte, en cualquiera de sus formas, en la trama, y de disfrutar de esa minúscula sociedad que forma un ecosistema aparte, donde todos comparten todo, o casi todo, sin dejar de ser ellos mismos. Forman, casi, una comunidad involuntariamente investigadora.
Intriga presente, misterios históricos, policía, espías, vecinos de aluvión que arrastran cada uno su propio pasado… Un cóctel de lo más atractivo que transcurre, en general, entre las confortables cuatro paredes del bistró y en los domicilios de los afables vecinos, todos siempre con el fuego encendido, con una gran taza de té caliente en las manos y a resguardo del descomunal fresquito que hace fuera, porque al comienzo de la novela está principiando un otoño que se parece mucho a nuestro invierno.
Una buena lectura para la temporada otoño-invierno.
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