En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

miércoles, 27 de julio de 2016

La Perla - John Steinbeck




            Hace ya bastantes años, en Barcelona, en verano, paseando por el Paralelo cerca del anochecer, vi junto a unos contenedores de basura un montón de cartones y, sobre ellos, veinte o treinta libritos nuevos que en algún momento se habían puesto a la venta de oferta junto con El Periódico. Con toda probabilidad habían sido abandonados por el propietario del quiosco de prensa situado al lado. La forma en que estaban desparramados atestiguaba que no se encontraban allí por error. Estaban a merced de cualquiera, sin embargo todo el mundo pasaba de largo como si fueran la misma basura que apestaba en el contenedor, y esa es otra de las cosas que me sorprendió e hizo dudar de si lo que estaba viendo era como parecía.

            Debí haber examinado con detenimiento todos los libros y haber cogido los que me gustaran y los que hubiera podido regalar a quien los hubiera sabido apreciar, pero lo impidió un asomo de pudor: se me hacía extraño revolver en la basura -lo cual era un decir porque estaban tan a mano que no había que revolver nada-  y, también, me sentía casi un ladrón, por verme beneficiado de una suerte que yo no necesitaba para leer y que a otro le podía venir mejor que a mí. Tras un rápido examen visual hice las cosas a medias –o sea, mal- y me llevé los dos ejemplares más a mano. Un libro de Heinrich Böll y La Perla, de John Steinbeck. Dos premios Nobel por los suelos. No recuerdo quién más los acompañaba.

            Leí primero La Perla. Si la historia hace sentir pena, rabia e impotencia,  recordarla convertida en basura en una avenida decadente de una ciudad que entonces lo tenía todo, recordarla abandonada ante la indiferencia de los transeúntes como una metáfora de la suerte de sus protagonistas, me hace sentir aún peor.

            Las noticias dan muchas ocasiones para recordar esta magnífica obra, y también he recordado con frecuencia la anécdota que acabo de contar. Por eso he vuelto a leer ahora La Perla, para hacer esta reseña casi como un pequeño acto de reparación hacia todos los Kinos y Juanas, hacia todas esas personas que, sufriendo el máximo desprecio, ni siquiera la historia de su dignidad pisoteada interesa a nadie.

            Kino y Juana, nos dice la novela, eran un matrimonio que apenas tenían una choza, un cuchillo, la ropa que vestían y unos pocos útiles más: su joya, la canoa, hecha por el abuelo de Kino; con ella se hacían al mar en busca de ostras y perlas; siempre escasas, pequeñas y deformes. Las malvendían en el mercado local donde ya se producía la primera humillación para todos los pescadores indígenas: la ignorancia y la falta de medios les hacía soportar la manipulación. ¿En qué consistía? En la falta de competencia entre compradores, porque todos se fingían independientes pero seguían el dictado de una sola persona que abusaba de su posición de dominio impidiendo que los pescadores salieran de la miseria y garantizándose así, además de un beneficio enorme, una mano de obra esclavizada.

          La historia comienza cuando un escorpión pica a Coyotito, el bebé de los protagonistas. Juana reacciona con rapidez y trata de succionar el veneno, pero nadie puede asegurar si lo ha conseguido, si el niño sobrevivirá. Y allá se van los dos, con su hijo en brazos, a la ciudad, a casa del médico.

        Pero el médico, ocupado en echar de menos su juventud y la vida en la gran urbe europea, ni siquiera se molesta en hacerse visible. ¿Para qué, si esos desarrapados no tiene dinero con qué pagarle? Es la primera ocasión en que Steinbeck hace presente lo que luego veremos a cada momento: la humillación de hacerle ver a una persona que ni su vida ni sus sentimientos valen nada. Ni el esfuerzo de salir de la cama. Hay quien puede dejarte morir, como a Coyotito, o desesperar, como a sus padres, solo por no dedicarte cinco minutos que va a dedicar a la holganza o a la diversión.

            En el prólogo Steinbeck advierte que el libro tiene muchas interpretaciones. La que he hecho hasta ahora es la más evidente. Pero pensad que todo esto ocurre a menudo de forma más sibilina y entre iguales; solo que entonces ya no es la riqueza lo que marca la diferencia, sino la necesidad de colaboración, de afecto, de atención, de mil cosas que solo tienen una en común: el abuso de quien está en posesión de la fuerza sobre quien padece necesidad.

            Humillados, Kino y Juana hacen lo único que pueden hacer: irse a pescar con Coyotito en la canoa mientras esperan si muere o no. Justo entonces ocurre lo que ellos y sus vecinos, y los padres y abuelos de todos ellos, han soñado durante esas décadas de explotación y miseria: Kino se sumerge y encuentra una perla enorme y perfecta. «La perla del Mundo» la llaman a veces. Kino, que se embarcó pobre en la canoa, desembarca rico, sabiendo que su vida ha cambiado, que podrá curar a su hijo, que podrá darle educación para que aprenda a leer y nadie le pueda engañar. Y además, para colmo de dicha, la inflamación ha bajado: Coyotito se está recuperando. Juana succionó y escupió el veneno. Van a ser ricos. Tendrá una casa y su hijo sabrá leer.

            En ese punto se abre la parte más dura de la novela, crueldad que evoluciona con la degradación a que se ve sometida la pareja. Crueldad por los hechos, pero sobre todo por su significado.

           Al anochecer, enterado del hallazgo, el médico aparece e intenta burlar a Kino poniendo en riesgo al vida de Coyotito para atribuirse (y cobrar) la posterior sanación. Luego, ya de noche, unos desconocidos intentan robar la Perla sin dudar en matar a Kino y a Juana si es preciso. Más tarde los mercaderes intentan estafar al matrimonio y, cuando no encuentra otra opción que abandonarlo todo e irse a vender la Perla a otro lugar, son perseguidos como alimañas y se ven obligados a practicar la violencia para defenderse. Incluso Kino se ve forzado a matar. La Perla, para entonces, es ya una maldición: ha trastornado su vida, les ha quitado hasta la posibilidad de dormir porque alguien los puede matar mientras lo hacen. Les ha quitado incluso la tranquilidad de conciencia. El final es conocido: en la huida muere Coyotito de la peor forma posible. Kino y Juana regresan a la aldea con el cadáver, y lanzan la Perla al mar.

            Pensad en lo que simboliza ese gesto.

       Son muchas las reflexiones que inspira esta historia: la primera, que quien te ha despojado de tu dignidad por ser pobre o por cualquier otro motivo, ya no te la reconoce jamás. Es la ausencia de ese reconocimiento la que provoca que los «ricos» se sientan legitimados para robar, estafar e incluso matar. El desprecio es la consecuencia de no reconocer la dignidad. Ese desprecio ancestral todavía se huele a diario en la prensa de cualquier país, un desprecio que consentimos y practicamos con nuestra insensibilidad e indiferencia hacia las desgracias de quienes consideramos condenados a sufrirlas como si fueran ajenas a nosotros. La Perla no es una historia de «ricos y pobres», sino de dignidad e indignidad, como tantas obras de Steinbeck. No es el dinero. No es la riqueza. Es la forma en que la fuerza se impone a la necesidad. Es, en resumen, la lucha por la dignidad. Es, también, la confusión entre dignidad y cualquier forma de poder, sea económico, político, intelectual, emocional, afectivo... No es la denuncia del «ande yo caliente ríase la gente», sino del «como yo ando caliente, me río de la gente».

            Robarle a una persona su dignidad es negarle su esencia, es negar aquello que la individualiza. No creo que ningún sentimiento genere tanta impotencia, rabia y humillación como verte tratado sin dignidad. Luchar por recobrarla suele ser empeño vano: quien se puede permitir el lujo de prescindir de nosotros hasta el extremo de hundirnos sin que le importe, ni siquiera se va a molestar en acudir al combate. Y si quien se siente despojado de su dignidad necesita de esa persona, como ocurre tantas veces entre ricos y pobres, entonces el sentimiento de humillación no hace sino aumentar. Nada lo acrecienta tanto como la indiferencia ante su evidencia. Hay quienes, como Kino en un primer momento, luchan por su dignidad convirtiéndose sin darse cuenta en lo mismo que aquellos a quienes detesta; y hay quienes, como Kino al final, renuncian a luchar para buscar la dignidad en un sentimiento de humillación que existe precisamente porque Kino todavía se considera digno a sí mismo.

          Escrito de forma concisa, directa, con capítulos breves. Me ha gustado especialmente la forma en que Steinbeck muestra los estados de ánimo de Kino no dejando ver sentimientos o pensamientos, sino hablando de que en la cabeza de Kino suena «la canción de la familia» o la «canción del mal» o «la canción del bien»; es la forma más sensible de decir que Kino no tiene cultura suficiente ni por tanto capacidad de racionalizar sus sentimientos, pero que los tiene todos.

            El lunes, comentando las últimas lecturas, cuando dije que acaba de leer La Perla, un amigo me dijo: «Fantástico libro. En él está recogido todo lo que es el ser humano».

            Leed La Perla. A su fin en vuestra cabeza sonará «la canción de la dignidad».


John Steinbeck (1902-1968)



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