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Dos de cada tres personas no leen un libro al año
pero al menos una vez a la semana peregrinan al bar, dice el CIS, según podéis
ver en mil lugares aunque escribo esto tras leer un artículo del, ejem,
Pobrecito hablador. Viendo los titulares que aluden al «barómetro» de junio,
estar en un bar se debe de considerar insustancial, y lo mismo se diría a juzgar por cómo
el precio de una copa sirve de unidad de medida relativizadora: a cuántas
personas, por ejemplo, un libro en edición de bolsillo deja de parecerles caro en
cuanto se les aclara que es más barato que un gin-tonic y que su «ingesta» dura
más.
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También en otro bar tengo ocasión de
hablar con relativa frecuencia de libros y hace poco hasta me regalaron uno, al
cual correspondí con uno cortito, barato y excelente: La banda de los
Sacco, de Camilleri.
Lo importante no es dónde se está,
sino qué se hace allí. El vínculo entre bares y literatura que se ha querido ver en el trabajo
del CIS solo indica de qué se habla o no ante una cerveza, pero no implica una
relación inversa: apuesto a que el archipresente mundo del fútbol, a diferencia
del literario, no se siente muy afectado por tanta afluencia a los bares.
Como lector y escritor (esto último suele
granjearme fama de pintoresco quizá porque hay quien, al presentarme, aclara
«escribe libros» con el tono con que advertiría «colecciona caracoles»), me gustaría
que la literatura tuviera más presencia en más ámbitos. Pero no soy optimista.
No es solo cuestión de un carajal educativo sin horizonte definido, sino de la sobreinformación sobre millares de temas absurdos, de la
mercantilización y banalización de la literatura, que tanto daño se está
haciendo a sí misma y, sobre todo, de que cuando unos padres quieren divertirse
se van al bar y al volver no cuentan de qué han estado hablando, sino solo que
han estado en el bar.
Decía no hace mucho que para que un
niño llegue a lector debe ver a sus padres reír, llorar, emocionarse
y apasionarse con un libro. Los debe ver buscar tiempo para acabar una buena
novela. Si de ellos solo sabe y ve que van al bar, eso es lo que los futuros no
lectores «harán»: ir al bar. Una vez en ellos de algo hablarán, pero no de libros;
es decir no hablarán de las emociones, pasiones, comportamientos y reflexiones que
contienen. Para hacerlo, hay que salir de casa leído.
Por
la comparación del principio, aquí tenéis la última «ronda» que he pagado. Cada
uno cuesta menos que una copa, pero el puntillo puede durar toda la vida.
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