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Tengo
una amiga en Zaragoza que con frecuencia saca a colación algo que una vez le
dije, una evidencia en la que nunca había reparado, pero que le pareció atinada
y útil: para saber qué es importante y qué no para una persona no hay que hacer
caso a lo que dice, asegura o jura, es mejor comprobar a qué dedica su tiempo. Porque cuando algo te importa, encuentras ocasión para cuidarlo: madrugas, sacrificas
tu descanso o tu ocio o aplazas otras cosas. Y si alguien no encuentra cinco minutos en un año para aprender chino o telefonearte,
tienes una mala noticia: diga lo que diga, le importas lo mismo que no entender una palabra de chino.
Como dedicar tiempo las más de las veces se hace hablando, saber de qué
hablamos cuando podemos elegir el tema es indicativo de nuestro orden de
prioridades.
No
podemos elegir tema de conversación en el trabajo, y en casa solo cuando los
quehaceres, resolución de problemas y planificaciones han quedado atrás; pero en
un hogar apenas hay interlocutores para elegir, aunque los que hay sean las personas más cercanas. El
lugar por excelencia donde uno elige de qué habla son los bares y restaurantes.
Y
hete aquí que el otro día, al hilo de la noticia de que dos de cada tres personas no leen un libro al año pero al menos una vez
a la semana van al bar, el Pobrecito Hablador se preguntaba: «¿Tienen
realmente cosas que decirse quienes acudan hoy a los bares? ¿Sigue siendo el
espacio público el lugar donde se gesta el discurso de una sociedad?»
El barómetro del CIS incluía una respuesta
a sus preguntas. La podéis ver en la foto (ojo, porque se podían apuntar hasta
tres contestaciones por encuestado).
En los bares, CIS dixit, el principal tema de conversación
es uno mismo. Nos miramos el ombligo desde todos los ángulos. Es inevitable. En
el concepto «ombligo» incluyo los temas trabajo
–el más frecuente según la encuesta- pareja
y familia y problemas personales.
¿Y de qué
hablamos cuando miramos más allá de nuestras propias narices? De política (segundo tema en importancia) y
de fútbol.
En tercer lugar, nuestro vistazo al
mundo se produce a través del arte del cotilleo (hablar de otras personas), que ocupa el séptimo puesto en el total, a pesar de lo cual más que duplica el número de quienes hablan de cultura, concepto que
para incluir todas las manifestaciones culturales imaginables presenta unos
guarismos tan esmirriados que más vale no darles una palmada de ánimo, no sea
que se derrumben.
Dicho de otra manera: la aportación de
nuestro intelecto al mundo es hablar de política, de fútbol y chismorrear. En
la cultura apenas reparamos.
Un ejemplo para reír o llorar, a elección del personal: aunque todos los que hablan de
cultura en los bares fueran también futboleros (ingenua hipótesis, ¿verdad?) como
mínimo el 70% de quienes hablan de fútbol jamás dicen una palabra de cultura.
No lo digo yo. Lo dice el CIS. (*)
Quizá parezca esperanzador que el
segundo tema en importancia sea la política.
Solo quizá. Porque, aparte de que la encuesta se refiere a un momento particularmente
complejo y extraño en el devenir político, ¿qué es la política aislada de los temas a los que debe ser aplicada? ¿Qué
significa política en la encuesta? El debate sobre quién y cómo, seguro, ¿pero también sobre para qué? Encomendémonos al residual
«otras cosas», deseando que incluya temas más prometedores.
Se preguntaba el Pobrecito Hablador si los bares siguen siendo el lugar donde se gesta el discurso de una sociedad. No sé, no sé...
(*)
Caigo en la tentación de contar esta anécdota: a principios de mes apareció en Twitter el hashtag #RecomiendoEsteLibro dentro de las tendencias en España. Durante un buen rato lo miré emocionado,
actualizando a cada instante lo que de él se decía. Una catarata de
recomendaciones. Docenas por minuto. Miles de personas que habían disfrutado con la
lectura lo estaban utilizando para compartir sus buenos momentos. Se había colocado a la cabeza de los hashtags y tal era su ritmo de uso
que parecía que iba a ser eterno. No declinaba. Imaginad cómo podía sentirse un
escritorzuelo acostumbrado a ser presentando ante el mundo como un bicho raro viendo a tanta gente comentar y recomendar libros con entusiasmo. Tal era la
intensidad del movimiento que me pregunté qué tendría que ocurrir para que otro hashtag
acabara desplazando aquel; me parecía imposible y, además, ingenuo de mí, pensé que aunque un tema
importante se abriera paso aquel aún duraría unas cuantas horas. Pero no. Fue barrido de un plumazo, desplazado desde la primera posición a la enésima,
exterminado, por los nombres de una banda de jugadores de fútbol extranjeros. Había comenzado un partido de la Eurocopa, y las diez
cosas más comentadas en Twitter en España pasaron a ser los nombres de diez jugadores de
fútbol. #RecomiendoEsteLibro pasó de tener docenas de millares de usos a
poderse contar con los dedos de una mano las veces que se había usado en una
hora.
Muy interesante. Me dejaste pensando algunas cosas. Seria un honor que visitaras mi blog. Espero sacarte una sonrisa. Saludos y mucho gusto. http://rimaconfaso.blogspot.com.ar/2016/04/si-no-existieran-dias-grices.html?m=1
ResponderEliminarEn general creo que hablamos de aquello que creemos entender. Y es que los bares son fuente de lo que se dice popularmente como "cuñadismo".
ResponderEliminarY digo yo, ¿ahora hablarán de Pokemon Go?
Besos
Yo preferiría que hablaran de vibradores asesinos, por razones obvias, je je, pero me temo que Ajonio no puede competir con esos bichos, por más raro que él sea.
EliminarMuacks.