1978, 1982, 2001, 2012 y 2015 son los años de publicación de
las novelas del «detective loco». Una
distribución que indica que Eduardo Mendoza escribe lo que le apetece cuando le
apetece, aunque creo que con el segundo (El laberinto de las aceitunas) trató
de aprovechar el éxito del primero (El misterio de la cripta embrujada), el
cual es el mejor de la saga tras La aventura del tocador de señoras; y creo
también que El enredo de la bolsa y la vida es un libro no sé si de trámite,
pero sí algo triste por cómo el paso del tiempo para Barcelona y los personajes
ha acabado con el mundo que tantos lectores disfrutamos en las otras tres
novelas, y quizá de ahí que El secreto de la modelo extraviada cambie de
enfoque y tenga una personalidad diferente a las otras cuatro.
Cambia sin renunciar que el tiempo haya pasado para todos, porque
basta el mordisco de un perro para que el protagonista rememore, durante más de
la mitad del libro, una «aventura» de treinta años atrás, lo que lo devuelve a la
frescura de la juventud y a la Barcelona preolímpica. Cambia también porque
cuando se vuelve al tiempo actual se abandona el aire de fracaso y decrepitud
que hacía del Enredo de la bolsa y la vida una novela algo triste; en cambio en El secreto de la modelo extraviada la
secuencia pasado-presente logra un contraste temporal mucho más ágil y
divertido que en El enredo de la bolsa y la vida, la cual se publicó once años después
de su antecesora y la evolución daba más para compadecerse de los personajes que
para sorprenderse. Cambia el humor respecto a las mejores novelas de la saga,
porque es menos delirante, más centrado en el gag, con numerosas concesiones al
absurdo que no pretenden caracterizar personajes concretos, sino que son un fin
en sí mismas, aunque Mendoza no abandona algunos recursos habituales como la
reiteración de coletillas (el «cocina riojana» o «yo no soy gay») y ciertas
notas que lindan con la escatología porque el protagonista lo requiere (como
todas las que aluden al papeo que debe repartir y no acaba nunca de entregar).
Cambia porque así como en La aventura del tocador de señoras la mezcla de
intriga y humor es magistral, en El secreto de la modelo extraviada la intriga
gana peso (que no complejidad) y el humor más bien la rodea. Una novela
superior a su inmediata antecesora, pero se diría que Mendoza no ha intentado
sorprender con nada nuevo, sino ofrecer lo que sus lectores esperan, con
talento y buen hacer, pero sin intentar superarse. Da la impresión de que ha
trabajado más la trama, la organización de las cosas para que todo discurra sin
prisa pero sin pausa (es ejemplar el modo en que las cosas se suceden), que los
detalles humorísticos. El resultado es una novela que se lee rápido y bien, en
la que se desea avanzar sin llegar a percibir los burdos trucos de «modo de
trabajo best seller».
Se lee fácil, digo, pese a lo redicho no solo del
protagonista, sino de casi todos los personajes. El lenguaje elaborado y algo
arcaico, que forma parte del humor tanto como la historia, pasa de ser un
elemento caracterizador del protagonista-narrador a filtrarse de tal modo en todos los intervinientes que la novela gana en originalidad, pero el protagonista resalta
menos al perder contraste con el resto del «reparto». La intriga atrapa, aunque
lo que más lo hace es el cariño que se siente hacia el protagonista. Mendoza
escribe de maravilla, pero aunque lo hiciera mal uno lee para estar con el
personaje más que para saber qué le ocurre. Qué merito haber logrado algo así.
Leed todas las novelas de la serie. Comparadas con algunas
cosas que dicen que son humor, estamos hablando de libros maravillosos.
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