Tan bien
me lo pasé con La aventura del tocador
de señoras que cuando apareció publicado El enredo de la bolsa y la vida no lo compré de inmediato porque
preferí esperar, acumular ganas, para luego disfrutar más de la lectura. Lo hice
en la creencia de que esta nueva novela mantendría el altísimo nivel de su
predecesora. Bueno, pues aunque ambas comparten protagonista y escenarios, poco
tienen que ver, y junto con El misterio
de la cripta embrujada y El laberinto
de las aceitunas forman una serie algo irregular, lo cual bien puede
explicarse por las tres décadas y media que separan a la cripta del enredo.
Invitado
a un acto de reconocimiento por doctor Sugrañes, psiquiatra responsable del innominado
protagonista durante sus años de encierro en el manicomio, este coincide con un
antiguo interno y amigo, Rómulo el Guapo, que le propone dar un golpe. El
protagonista se niega, dado que ha conseguido ser una persona respetable al
frente de una lamentable peluquería sin clientes y con deudas, y ahí queda la
cosa. Pero poco después aparece una niña en la peluquería, diciéndole que
Rómulo ha desaparecido, y pidiéndole ayuda para encontrarlo. Con la
colaboración de dos “estatuas vivientes”, un repartidor de pizzas y una
extremista de izquierdas, el protagonista monta un grupo de trabajo -con centro
en un cutrísimo bar llamado Se vende perro-
que se pasa la novela observando
aquí y allá, lo que hace que acción haya poca, aparte de algún allanamiento y
un corto viajecito a las Costa Brava. Pero no es la investigación, sino una
subinspectora de policía, quien les pone sobre la pista de un terrorista
internacional, desembocando la cosa en torno a un atentado contra Ángela Merkel.
El argumento
está menos trabajado que otras veces, con poco espacio para la sorpresa, pero es tan sencillo que casi resulta
agradable por su propia simpleza, dado que los personajes no hacen otra cosa
que ir y venir. Pero lo que más he echado de menos ha sido, precisamente, a los personajes. ¿Por qué? Porque el tiempo
ha pasado para todos, todos han envejecido, todos están más decepcionados con
la vida, más cansados y faltos ya de toda ambición, aunque da la impresión de
que el cansancio es del propio Mendoza.
Tan evidente es, que leyendo el libro he recordado varias veces unas declaraciones
suyas con motivo de la publicación de esta novela, diciendo, con la honestidad
que le caracteriza, que este tipo de escritura es muy agradecida porque le cuesta
poco trabajo y se vende mucho; por primera vez me he creído que le había
costado poco, y hasta me he planteado las razones por las que Mendoza ha escrito esta novela que,
desde luego, poco tendrán que ver con las que confesó que le llevaron a escribir
El misterio de la cripta embrujada.
En
el enredo, el protagonista ha perdido
casi toda la solemnidad que hacía de él una caricatura; es ahora un personaje
casi normal, al margen de algún ramalazo; de su extravagancia solo queda sus pocos
escrúpulos en materia higiénica, lo grotesco de algunas indumentarias y la
costumbre de echarse a dormir en cualquier lugar por incómodo que sea. Se ha
perdido también buena parte del absurdo y los personajes secundarios fían toda
su gracia a su apariencia, quedando infinitamente por debajo de personajes
memorables de La aventura del tocador de
señoras, como el Alcalde y Arderiu. Los más conseguidos son la familia
china que ha abierto un bazar casi enfrente de la peluquería. Especialmente
sosa resulta la Ángela Merkel de la novela, plantada en ella como si su sola
presencia en compañía de tanto desarrapado tuviera que ser hilarante. No lo
es. Los personajes, en conjunto, resultan
graciosos, pero tienen menos mala sombra de lo que parece, entre otras cosas
porque la falta chispa e ingenio respecto al “tocador” implica una pérdida
considerable de capacidad crítica. Si en el “tocador” la corrupción pública y
privada salían vilipendiadas, en el enredo poco se critica, y sin demasiada
intensidad. Hay unas cuantas alusiones a la crisis, pero como entorno, sin que
se entre a censurar ni uno solo de los excesos y desajustes que la han
provocado. Lo más llamativo, pero no crítico, posiblemente sea la alusión final
a la influencia de China en el mundo. Por todo esto El enredo de la bolsa y la vida es, sin duda, la novela más normal
de las cuatro que comparten protagonista, la más cercana al concepto de novela
tradicional y "de consumo", y como lo que pierde en humor no lo gana en
intriga el resultado es modesto. Aunque, claro, los resultados modestos de un
autor como Mendoza están por encima
de los resultados brillantes de muchos otros. Falta chispa, sí, pero se aprecia
profesionalidad y buen hacer.
La historia,
no sé si para hacer más sencillo el humor o para que el lector fiel no se
sienta en otro mundo, contiene numerosas alusiones a las novelas precedentes,
de las que recupera escenarios y personajes. Cándida, la hermana del protagonista, Viriato, el marido que se echó en la novela anterior, el alcalde de
La aventura de tocador de señoras,
que tiene una intervención corta en la que aparece completamente desdibujado, las noticias que se nos dan sobre el comisario
Flores y Purines, de Sugrañes ya he hablado al principio, e
incluso aparece “la chica” de El
laberinto de las aceitunas, tan hastiada de la vida como el protagonista, y
con la que se deja caer una idea que conduce a este, al final de la novela, a
un plano completamente nuevo e inesperado, no sé si para dotarlo de una
humanidad que escapa de la caricatura y el humor, o para abrir puertas a una
nueva novela con un escenario completamente nuevo; no digo a qué me refiero
para no fastidiarle a nadie esa sorpresa final, pero sí que lo que se apunta
tiene un grave desajuste temporal, lo cual no deja de ser extraño cuando Mendoza ha sido tan puntilloso a la
hora de que el tiempo corra para su personaje al mismo ritmo que para el
lector.
En cuanto
a los escenarios, todo transcurre en Barcelona, y en concreto en la peluquería El tocador de señoras, que ha perdido su
encanto porque mientras que en la novela precedente el lugar era una promesa,
una esperanza de una nueva vida para un protagonista capaz de transformar algo
tan triste en una oportunidad, ahora, además de conocido, el infecto local ni
siquiera es una maldición, quedándose en lo que es: un lugar gris, sucio y en
absoluto estimulante.
En medio
de este entorno, de vez en cuando, eso sí, salta la chispa de una escena cómica
muy lograda, como cuando se narra el error de Rómulo al asaltar una joyería,
aunque otras (como la causa del fracaso del primer atraco que se narra)
resulten algo tontas.
Otra de
las cosas que he echado de menos ha sido la habilidad de Mendoza para hacer
reír con los nombres. Lo ha intentado, pero El Pollo Morgan, Rómulo el Guapo y
otros similares no están a la altura de los Miscosillas, Magnolios, Purines y
Plutarquetes.
Y termino
volviendo a algo ya apuntado: el protagonista se ha vuelto menos solemne, menos
dado los discursos y la grandilocuencia, como si ya estuviera cansado de todo,
y dado que la novela está escrita en primera persona el lenguaje se resiente. Sigue
siendo abundante, pero ya no tan florido y, sobre todo, queda mucho más
desvinculado del humor. A esto ayuda la ausencia de personajes tan delirantes como
el Alcalde y Arderiu, pues los secundarios, en general, están bastante
calladitos en esta novela, exceptuando al abuelo chino y a su hijo, cuyo modo
de hablar resulta en ocasiones muy gracioso (como cuando se refieren a los “honorables
antecedentes penales” del protagonista), pero no da para verborrea alguna.
En resumen,
una novela que se lee muy bien –me le he zampado en dos días-, pero que no está
a la altura La aventura del tocador de
señoras. Es una novela que disputará con El laberinto de las aceitunas ser la más floja de las cuatro, y
posiblemente gane. Dicho lo cual, añado que es una novela infinitamente mejor
que engendros que han estado de moda estos últimos años, como Maldito karma o El ángel más tonto del mundo, ambos reseñados en este mismo
blog.
Después de conocer a Gurb quedé con gusto a poco en la boca. Sería un agrado leer a Mendoza nuevamente.
ResponderEliminarPues empieza con la cripta ;-)
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