La mala luz impide ver,
conocer, dar respuesta a interrogantes que, también amparados en la mala luz, a
veces inquietan con dudas borrosas. La mala luz nos impide ver cómo somos, e
incluso saber lo que queremos y, por tanto, encontrar respuestas que ni siquiera
podemos aventurar si existen.
Este es el problema que se
encuentra el narrador de esta magnífica novela de Carlos Castán. Al hilo de una separación matrimonial y de su
amistad con Jacobo, igualmente separado, el narrador se enfrenta a su propia
vida con la actitud de quien ve que todo se hunde bajo sus pies, del que
comprende que la juventud termina el día en las expectativas comienzan a ser
sustituidas por la constatación del incumplimiento de las aspiraciones. La vida como una
sucesión de errores, el primero de los cuales siempre es confiar en que de
alguna manera, en algún momento, no sabemos cómo ni cuándo, seremos capaces de
dar lo mejor de nosotros mismos; la vida como una sucesión de detalles que
pasaron inadvertidos; la vida que de pronto, un día, nos pasa la factura de todo lo que dejamos de hacer por pereza, incapacidad u olvido, de todo lo que
creíamos que iba a ser de una manera y fue de otra, de todo lo que pensamos que
seríamos capaces de afrontar. Y antes o después, la soledad.
¿Cómo enfrentarse a la
derrota? ¿Cómo enfrentarse a que cada vez hay menos días y menos fuerzas? ¿Cómo
mirar a un futuro con la experiencia de un pasado roto?
Las reflexiones del
narrador, las metáforas que añaden sentimiento al significado, son de un
detalle y de una profundidad que conmueve. Y cuando el narrador parece haber
terminado consigo mismo, algo le obliga a proseguir: la violenta muerte de su
amigo le conduce a hacer algo tan simple como husmear en las pertenencias del
difunto, y de ahí pasa a hacerlo en las propias, viéndose a sí mismo casi con
la distancia con que se ve a un muerto. La reflexión a partir del recuerdo, y el
recuerdo que se torna doloroso conforme pasa la vida amenazan con llevarlo a un
límite del que no se sabe cómo puede salir: porque ¿qué forma adopta el
desmoronamiento definitivo? ¿En qué consiste desmoronarse? Claro que una
salida, a veces, es dejar de lado el dolor, olvidarse de él, pensar en otra
cosa cuando la vida lo permite. Y la vida suele permitirlo, porque otra cosa
no, pero el ser humano es experto en escapar.
En el mundo del narrador la
literatura juega un papel casi tan importante como la sensualidad que aparece
casi siempre en pasado. No en la novela en sí, sino en el modo de ser y de
afrontar la vida, porque las referencias casi siempre son literarias. Al fin y
al cabo el tormento es cosa de escritores; porque quien no es capaz de dejar
rastro de su dolor, no suele superar la condición de víctima.
Solo par de veces –la
primera, en el funeral-, el narrador sale de sí mismo, de su introspección,
mira alrededor y deja de juzgarse para juzgar a los demás, y sorprende entonces
la violencia con que lo hace y la forma en que llega a situarse por encima de
muchos. Aunque, bien mirado, no es infrecuente que los demás se vean
zarandeados, si quiera sea de pensamiento, cuando tenemos problemas.
No digo cómo termina la novela, pero sí que sorprende casi hasta desconcertar. En un primer momento tuve la impresión de que algo no cuadraba, de que era un final algo forzado, pero es una sensación engañosa: en cuanto pasa un rato comprendes que sí, que puede ser, que por qué no, que, volviendo a lo de antes, de alguna manera se tiene uno que desmoronar.
En algún sitio he leído que
esta novela es uno de los acontecimientos literarios del año en España. No
conozco apenas lo que se ha publicado en 2013, pero a nadie puede caberle duda
de que estamos ante una novela de alto nivel, de las que antes o después se
vuelven a leer, de las que aguantan el paso de los años.
Eso sí: ni caso a la
contraportada. Ni thriller ni gaitas. Literatura.
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