Estupenda novela de Ernesto
Mallo, la segunda del comisario Lascano,
el Perro.
Más
o menos recuperado en la clandestinidad del balazo con que los militares casi
se lo quitan de en medio, Lascano está fuera de la policía, donde la mayoría lo
da por muerto, pero entra en los planes del caballero que lo ha hecho cuidar y
que se apresta a defender su propio nidito de corrupción aupándose a la
dirección policial de un país donde el gobierno militar ya ha quedado atrás. El
comienzo de la novela enlaza así (al margen del salto temporal) con el final de
Crimen en el barrio del Once, novela
que es conveniente haber leído antes, aunque no imprescindible.
Y Lascano, tan pachucho todavía, se enfrenta a cinco
problemas. El primero, que su dudoso valedor dura en el puesto lo que tarda en
sentarse en la silla, lo cual provoca, al saberse sus planes para Lascano, que
el Perro se convierta de nuevo en objetivo del poder corrupto. El segundo, que
la fugaz relación con Eva en la primera novela, la “subversiva” que le
recordaba a su fallecida esposa, ha devenido en enamoramiento, y Lascano quiere
encontrarla aunque ni siquiera sabe qué pasará entonces. El tercero, que buena
parte de su mundo ha desaparecido (ya no forma parte de la policía, ni tiene
vivienda, ni modo de vida, ni prácticamente amigos, ni nada). El cuarto, que
los mandamases de un banco le encomiendan una misión con la cual podrá ganar
bastante dinero y salir del atolladero: encontrar al tipo que les ha birlado,
mediante un atraco, un millón de dólares que por una de esas casualidades de la
vida no figuraban donde tenían que figurar. Y el quinto, que un fiscal
jovencillo anda empeñado en hacer justicia en relación a los crímenes cometidos
por los militares, y Lascano es un testigo útil contra el mayor Giribaldi.
Las historias se alternan. La de Lascano, la de
Giribaldi, la del fiscal que acaba sacrificando el amor al trabajo, mal que le
pese, la de Miranda, un singular atracador que es también, a su manera, un
caballero... Todo se entrecruza, mezclado con la visión de la situación
política argentina, los logros y las carencias, los actos, las omisiones y los
cierres en falso, de forma que el
conjunto avanza acompasado hasta el final, todo directo, escueto, sin palabras
vanas, con una prosa de una notable calidad y con una buena carga de crítica.
La novela, pese a ceñirse a los hechos, rezuma sentimientos, muchos de los
cuales nacen del miedo: el odio, la impotencia... Y casi, más que nacer del
miedo, algunos nacen del terror, porque cuando la amenaza proviene de quien
debería defenderte, que es lo que ocurre cuando la corrupción devora las
instituciones, la vida es un sálvese quien pueda. La brutalidad, siempre
latente, impregna la vida de casi todos los personajes; unos como ejecutores,
otros como víctimas. El régimen militar ha caído, pero para Lascano han
cambiado poco las cosas.
En ese entorno el protagonista tiene mucho de idealista,
pero también de jugador, pues se mueve por el mundo apostando a cuáles serán
las reacciones de cada cual. Solo así puede anticipar, a falta de otros medios,
los movimientos ajenos. Aunque para ciertos detalles “logísticos” necesarios
para sacar la acción adelante, conserva contactos que en ocasiones puntuales le
permiten ventajas policiales.
Los diálogos siguen el mismo esquema que en Crimen en el barrio del Once, pero si
entonces me costó un poco adaptarme, ahora los hubiera echado de menos, porque
la forma en que están hechos (aunque alguna vez generen alguna confusión acerca
de quién habla), con párrafos en cursiva donde cada intervención rara vez
contiene más de una frase, producen sensación de inmediatez y realismo, debido
a que el narrador se volatiliza dejando a los personajes a solas con el lector.
La sensación -ahora hay narrador, ahora no-, merece la pena; cuando no lo hay
el lector queda tan metido en la historia que enseguida agradece que vuelva el
narrador a protegerlo interponiéndose entre el lector y los hechos, no vaya a
ser que a alguien se le escape un tiro; aunque el deseo de volver de nuevo a
primera línea no tarda en surgir.
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