Lo
peor de cada casa (1996) es una de las últimas novelas de Tom Sharpe, de lo cual se deriva la
ventaja de la experiencia (está escrita con una maestría admirable, una
complejidad notable y un nivel de detalle que merece ser tenido en cuenta) y el
inconveniente de que parece deudora de algunas otras obras; el final, por ejemplo,
recuerda a alguna escena de El bastardo
recalcitrante. Incluso hay un guiño a Porterhouse,
el colegio de Zafarrancho en Cambridge
y Becas flacas.
Pero siendo una novela buena
y divertida que merece la pena leer, tiene cierto desequilibrio: un comienzo un
tanto extraño por lo confuso de algunas expresiones durante las primeras
páginas, el grueso de la novela, que es un ejemplo de cómo enredar las cosas y
de forjar una historia a base de historias cuyos personajes adquieren su
personalidad en dos pinceladas, y un final que parece una consecuencia no
deseada, porque con lo bien que iba el enredo, con la forma en que iba
engordando la bola de nieve, es una pena que los libros deban terminar, y da la
impresión que es lo que le ocurrió a Sharpe:
que disfrutó formando el lío, pero que si dio un final es porque alguno tenía
que dar, y el elegido no fue ni mejor ni peor que otros, aunque, creo, no está
a la altura del resto de la novela.
Timothy
Bright no es muy brillante, pese a su apellido, pero proviene
de una familia donde todos, de una manera u otra, siempre consiguen hacer dinero. Él se
siente predestinado a lo mismo, y cree haberlo conseguido trabajando como
financiero en la City. Sin embargo no es un tipo demasiado competente, y pronto
las cosas se le complican en el trabajo y también en la vida, cuando unos
facinerosos lo implican, bajo amenazas, en una trama para acabar con un tío de
Timothy que, a la sazón, es un juez duro de roer.
En cumplimiento del
indeseado papel, Timothy aterriza en casa de un pariente que no quiere ni
verlo. Y tal es así que Timothy acaba desapareciendo (no digo cómo) y
apareciendo -ni siquiera él sabe cómo- en la apartada residencia de un
comisario corrupto; y, más en concreto, en la cama, junto a la esposa del
comisario, y como su madre lo trajo al mundo.
Al comisario, un tipo
corrupto, politizado y en cierta forma meapilas, hay que echarle de comer
aparte, pero no menos que a su esposa y a la tía de esta. La aparición de un
caballero desnudo en la cama de la esposa tiene varias lecturas, según el
personaje, y a eso juega Sharpe,
porque la mayor parte de los malos entendidos derivan de las distintas
interpretaciones de una misma realidad. Pero la “solución” que da el comisario
acaba implicando a la señora Midden, que, como una maldición, “regenta” una casa de locos, una
mansión grotesca en la que conviven decenas de parientes gracias a un viejo y
delirante testamento.
Timothy, el comisario, su esposa y la parentela de esta,
el personal de la comisaría, los Midden y su entorno... Todos son para pegarse
un tiro. Lo peor de cada casa. Y así se va liando la cosa hasta, de
catástrofe en catástrofe, desembocar en el final que, en esta novela sí, tiene
algo de punto culminante.
Una novela, en resumen, tan de Sharpe como el mismo Sharpe,
y que incluye una contundente critica a los efectos y métodos del thatcherismo.
Thomas Ridley Sharpe 1928-2013 |
Que lástima lo que nos cuentas. Yo he leído todas las de Wilt y Becas Flacas y quería leerme otra de Sharpe, pero creo que no será esta.
ResponderEliminarSaludos
Tampoco hay que renunciar a ninguno, y si lo lees te lo pasarás bien. Lo único, como decía, que las primeras páginas son un poco confusas (pero tampoco gran cosa) y que el final es mejorable, pero el meollo compensa.
ResponderEliminarEduardo Mendoza y Tom Sharpe fueron mi inspiración. Lástima que el inglés nos haya dejado, aunque fuese inglés. Para mi, de momento, los 2 mejores autores de humor. Tanto es así que intenté fusionar ambos estilos en mi última novela: "Complicaciones de la vida real: más alla de lo absurdo".
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