Petros Márkaris está de moda desde hace
no mucho a consecuencia, fundamentalmente, de su “trilogía de la crisis”. Tres novelas del comisario Kostas Jaritos que tienen como marco la
crisis griega. Con el agua al cuello
es la primera de las tres, publicada en 2010. Liquidación final es de 2011 y Pan,
educación, libertad de 2013 (estas dos todavía no las he leído). Tres
novelas en cuatro años. Lo subrayo porque el personaje nació en 1995 con Noticias de la noche, y hasta 2008 solo acumuló seis títulos que,
en realidad, son cinco, porque Balkan
Blues es un conjunto de relatos donde la presencia de Jaritos es
testimonial en un par de ellos e inexistente en el resto.
En 2010,
momento en que sitúa la novela, los problemas de Grecia no han hecho más que comenzar: el denominado “rescate” ha
implicado medidas duras para la población, impuestas directa o indirectamente
por “la Troika”, como reducción de salarios públicos o la prolongación de la
edad de jubilación; quizá por el entorno en que se mueve Jaritos se hace más
hincapié en la situación de los empleados públicos y su entorno, dejando un
poco de lado la situación del sector privado. Pero también refleja la situación
de irrealidad en la que vive la mayoría de la ciudadanía, aunque seguramente esto me llama la atención a mí más que a otros
lectores por una cuestión de “deformación
académica”, porque si hay algo clave para intentar comprender el funcionamiento de la
economía es la alegría con la que se toman las decisiones individuales sin pensar
jamás en sus consecuencias colectivas -a pesar de que esas consecuencias, antes
o después, se vuelven contra el individuo, y ya tenemos experiencia para
saberlo-, y cómo se sobrevalora el corto plazo respecto al largo plazo.
La
novela comienza cuando un ex banquero aparece decapitado en el jardín de su
casa. El asunto, lo bastante espectacular como para captar de inmediato la
atención del lector, parece un asesinato común, pero puede ser también un
atentado terrorista y como Grecia parece estar rindiendo pleitesía a Europa,
esta última hipótesis permite hacer la pelota entre bastidores a los “aliados”
europeos, siempre preocupados por el terrorismo; es decir, si fuera un atentado terrorista, Grecia, capturando a los responsables, tendría ocasión de demostrar que es un país eficaz y de fiar. De esta forma Jaritos, secundado por su jefe, Guikas, además de hacer
frente a la investigación debe sortear también a unos responsables
antiterroristas griegos -comandados por el director de la Policía-, demasiado ineptos
como para no ver en esta incompetencia un recurso facilón para obviar el obstáculo
que unos personajes más realistas hubieran supuesto.
Como en
tantas novelas de este género, y como otras de Márkaris, pronto nos encontramos con un asesino en serie, lo cual
da dos facilidades al escritor: le permite mantener la tensión, pues a cada
página puede ocurrir algo, y cada nueva actuación viene a aportar una pista, de
forma que no hace falta investigar ni pensar demasiado, porque las cosas vienen solas. Es una fórmula eficaz,
aunque escasamente imaginativa. Más imaginativo es, aunque desde luego bastante
irreal, el móvil de los crímenes, el criminal y su modus operandi, pero tampoco
es algo infrecuente en Márkaris, al
igual que las desmedidas reacciones de ciertos sectores; si ya se producía algo
así, creo recordar, en El accionista
mayoritario, la reacción de la banca ante la aparición de pegatinas y
cartelitos es tan desmesurada que, por desgracia, pone cierta distancia entre
la historia y el lector. Si es una pena o no que un personaje tan real como Kostas Jaritos se vea envuelto en
asuntos tan irreales, que o juzgue cada cual.
Quizá lo
más “de moda” de la novela, lo que le ha dado una fama superior a lo que la
parte policiaca justifica, es que la víctimas forman parte del sistema
financiero, al que la población –y no se sabe si el autor- responsabiliza de la
crisis. Juega Márkaris con el viento
a favor, porque la necesidad del ser humano de eludir su propia responsabilidad
ha venido a echar toda la culpa de la situación a los bancos, solución cómoda y
que más o menos todo el mundo da ya por buena a fuerza de repetición, pero
irreal, porque los bancos, con todos sus
abusos, no han sido una isla, y su irresponsabilidad solo ha sido posible en un
mundo donde a menudo se han confundido previsiones con deseos -lo cual también
es bastante irresponsable-, y donde lo que se quiere se ha confundido frecuentemente
con lo que se puede. En estas
condiciones el tortazo es siempre cuestión de tiempo. Los personajes de Márkaris responden a este perfil. Todos
se preocupan por lo que pierden, pero ninguno se pregunta con realismo cómo es
posible solucionarlo. Y a falta de una solución, eligen un culpable. Por eso
caen en la fácil demagogia de “a los bancos se les salva con dinero público y a
las personas se las abandona a su suerte”, cuando en realidad nada habría más
catastrófico para la sociedad que la caída del sistema financiero; todos los
personajes de esta novela hablan como si la quiebra de los bancos afectara a
los bolsillos de sus accionistas o al de sus ejecutivos, y no al de los millones
de pequeños depositantes, a cualquiera que tuviera una cuenta corriente, que siempre
serían los más afectados por la quiebra. Cierto es que muchos banqueros han
abusado amparados en la importancia de su actividad (sabedores de que no se
puede dejar caer un sistema financiero) pero los personajes de la novela no
entran ahí, no llegan a tanto; se limitan a identificar bancos y banqueros, como
si fueran la misma cosa, como si para
echar al capitán hubiera que permitir el hundimiento del barco, sin darse
cuenta de que ellos también navegan en él; se limitan a reflejar ese extendido
sentir y la consiguiente sensación de injusticia, amén de la angustia por lo
incierto del futuro. La idea ha calado en ellos porque es simple, aunque la
realidad sea mucho más compleja, y por tanto la idea es peligrosa, porque como en base
a ella no puede resolverse nada; darle vueltas y más vueltas solo puede llevar
a la exasperación. De ahí que en las páginas del libro se adivine ya el círculo
vicioso. El mérito de esta novela es recoger ese sentir, que no preludia nada
bueno.
Y de
esta idea viene lo más llamativo: que el lector, como algunos de los personajes
temen que ocurra, por una vez no se siente demasiado alejado del presunto
sentir de los criminales (no de sus acciones, claro). Aunque el final... Ya he
apuntado que es un salto mortal donde, como en otras novelas del autor, los
motivos personales llevados al extremo original un cuadro “de novela”, que no
de realidad.
Por lo
demás, el bueno de Kostas Jaritos sigue informándonos de sus vicisitudes
familiares (una familia a la que la crisis ha vapuleado más el espíritu que el
día a día) y lleva la investigación dando palos de ciego, de tal forma que casi
todo el libro es una crónica, y solo al final la solución a la intriga coge un
rumbo, el rumbo, para desembocar rápidamente en el desenlace, algo peliculero.
Si las novelas de Jaritos tienen tanto de policíacas como de costumbristas, el
costumbrismo en esta ocasión gana claramente la partida.
Una
novela interesante pero no tanto porque analice con mucho o poco rigor las
causas de la crisis, como por la forma en que refleja el sentir que la crisis
ha causado. Al no entrar directamente en su valoración –a pesar de la
recurrente idea de que los griegos llevan años viviendo a crédito-, Márkaris parece considerar justificado
ese sentimiento, a pesar de que ninguna crisis se ha solucionado nunca a través
de un chivo expiatorio.
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