¿Recuerdan ustedes el afectado lenguaje de Ceferino, el detective loco de Eduardo Mendoza, o el de Ignatius J. Reilly en «La conjura de los necios», o el de Lorencito Quesada, el protagonista de «Los misterios de Madrid», de Antonio Muñoz Molina, o, modestamente, el de Ajonio Trepileto en mis dos primeras novelas, si es que alguno de mis lectores alcanza a leer esta reseña?
Bien, pues Marcial, el indiscutible protagonista de Una historia ridícula forma parte de esa tradición de redichos incompetentes cuya elocuente verborrea es tan prodigiosa como su torpeza social y tan enrevesada como estrafalario el razonar el personaje.
Y es que Marcial, que nos narra en primera persona sus propias cuitas, desde la primera palabra hasta la última nos ofrece un relato que resulta divertidísimo y jocoso por dos motivos compartidos con las novelas que antes he citado. Primero, porque es el único que no se entera de lo tonto que es, cosa que sí advierte el resto de personajes y, por supuesto, el lector; y, segundo, porque intentan suplir sus carencias con un lenguaje tan trabajado que resulta ridículo, más aún cuando cree estar consiguiendo su propósito de guardar las apariencias sin ser así. El lenguaje, de esta forma, pasa a ser un recurso humorístico más. Y fundamental.
Marcial nos cuenta una historia de amor. Su historia de amor. Porque el pobrecico sufrió un fechazo/cañonazo/misilazo al cruzarse en su vida una chica «de familia bien» que le hizo tilín, tolón y ding dong a él, esforzado trabajador de un matadero que, gracias a su mundo e inteligencia, ejem, comprende y acepta no sin rebeldía que hay tareas más glamurosas que otras, y que a estos efectos no es lo mismo regentar una sala de arte que andar degollando gorrinos. Pero la aventura de Marcial y lo que nos hace reír de ella no es esa ambición de ser equiparado a los demás, porque a fin de cuentas la chica no lo rechaza ni por su origen, ni por su trabajo ni por su condición; al contrario, le da cancha y solo la alarman sus rarezas. La aventura de Marcial es consigo mismo, con el peculiar modo en que interpreta el mundo, con las vueltas y vueltas que dan en su cabeza los más insignificantes detalles en busca del automartirio que justifique sus infinitos complejos. Cada duda evoluciona a problema; cada problema a dilema; y cada dilema a una decisión absurda y expeditiva, porque si de algo quiere convencernos Marcial es de su marcialidad, de su firmeza de carácter, de la claridad de sus ideas… O sea, de todo aquello de lo que carece.
En esta historia de amor Marcial deja claro cómo es, y sus complejos quedan de manifiesto cuando quiere presentarse de otro modo para ser aceptado en la «selecta» sociedad de su amada. Pero la mona vestida de seda acaba haciendo monerías, y estas desembocan en un final inesperado, fortísimo en relación a lo narrado hasta entonces, e ingenioso.
La historia de Marcial, un idiota naufragado en su propia estupidez, es ridícula porque Marcial lo es, y porque el propio final es ridículo habida cuenta de la inocencia con que había discurrido todo. Lo que no es ridículo es leer esta estupenda novela de humor inteligentísimo, de la que termino destacando, porque me ha fascinado, el modo en que, sobre premisas lógicas y argumentos sólidos, Marcial llega a las disparatadas conclusiones que orientan su existencia, o, mejor dicho, que la desorientan hasta la perdición.
No hay comentarios:
Publicar un comentario