Los libros de relatos son arriesgados, porque la independencia y las diferencias entre ellos con frecuencia afecta a la continuidad de la lectura. No ocurre esto con Bichos, una magnífica recopilación de catorce relatos del portugués Miguel Torga (1907-1995) que he leído sin darme cuenta, y que es muy diferente (más amena, con un registro completamente diferente pero también de gran calidad) a la otra obra suya que he reseñado aquí: Piedras labradas.
Publicado cuando Torga tenía solo 33 años, todos, o casi todos los relatos de Bichos tienen el común el protagonismo de algún «bicho». Alguno, como el sapo, está más cerca de la carga peyorativa del término que los animales domésticos o domesticados, pero es que quizá lo que haga de ellos más «bichos» que «animales» sea su humanización. Y es que el término «bicho» también tiene cierta carga cariñosa: los bichos, a diferencia de las alimañas, son inofensivos.
Unos relatos casi parecen humorísticos; otros, poéticos; algunos, realistas… todos con un tono de fábula que deriva de la humanización señalada.
Merece la pena rodearse de «Bichos», con comillas.
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