No sé si habéis leído la trilogía Los hijos del desastre, también de Pierre Lemaitre, cuyas reseñas podéis consultar en este enlace. Merece la pena. Son brillantes. Habla de personas cuya vida fue marcada por las dos guerras mundiales, como si una no fuera bastante. En cada nueva novela toman el relevo del protagonismo personajes que en las anteriores fueron secundarios o incluso menos que eso.
Por su parte, la trilogía (que al parecer va a ser tetralogía) de Los años gloriosos, culminada (o no) por Un futuro prometedor, habla de los años de posguerra, que no para todos los franceses fueron de paz, pues Argelia estaba ahí. Esta también fantástica trilogía, probablemente tetralogía, la protagoniza la familia Pelletier.
Cuento todo esto porque, aunque no influye en la novela, Lemaitre hace un guiño en un momento de este tercer libro: ¿serán Louis Pelletier y su esposa, Angelé, a quienes conocimos en «El ancho mundo», primera novela de esta saga, como propietarios de una boyante empresa de jabones en Beirut, el pobre soldado Albert Maillard y su amada, a quienes vimos pasarlas canutas en «Nos vemos allá arriba»¸ primera novela de la trilogía «Los hijos del desastre»?
Creo que sí. Y es una maravillosa forma de unir seis novelas. Quizá siete. De demostrar que, más allá de lo que tenemos ante las narices, las vidas con las que nos cruzamos fugazmente germinan con la misma fuerza que la nuestra sin necesidad de que sepamos de ellas.
Pero vayamos con Un futuro prometedor, un título más relacionado con la época de bonanza en la que se desarrolla la trama en Francia que con los augurios que cabe hacer sobre los personajes.
Louis Pelletier y señora han decidido regresar a Francia. Con ellos regresa su nieta, Colette y con ella una fuente de problemas e inquietudes que arrastran al lector desde el comienzo, pues sabido es que la pobre niña tiene en París una madre arrogante, caprichosa, cruel y chiflada: Geneviève. Jean, padre de la niña e hijo mayor de Pelletier, es un calzonazos con un secreto inquietante. El siguiente hijo, François, periodista, está triunfando en la incipiente televisión; más bien, está creando el reportaje televisivo. Y la hija, Hélene, ahí anda. El lector de la saga ya sabe qué sucedió con el cuarto hijo.
En cualquier caso, el tiempo ha pasado. Louis Pelletier y su esposa empiezan a ser mayores; sus hijos están en plena madurez y hasta la nieta ha alcanzado ya la pubertad. Con esta abundancia de personajes Lemaitre hace una triple historia que en realidad es una porque es la historia de la familia. Por una parte, el inquietante destino de Colette al volver a quedar bajo la influente de su enloquecida madre; por otra, el tira y afloja entre los padres de la niña por la ambición y locura de una y el apocamiento, resentimientos y secretos del otro; y, por fin, la historia principal de este libro que en parte es un homenaje a las novelas de espías que proliferaron al calor de la Guerra Fría: la misión, por llamarla de alguna manera, que uno de los hijos de Louise Pelletier va a realizar al otro lado del Telón de Acero, en Praga, lo que, de paso, permite al autor mostrar dos mundos opuestos, pero uno al lado del otro. Así fue de enloquecida fue la historia de Europa en esa la época.
No voy a decir nada sobre el modo de escribir, porque Un futuro prometedor es, en todo, heredero de los anteriores libros de esta trilogía y también de la anterior. Claridad pese a la complejidad; ritmo atinado, vivo pero sin urgencias; y un modo de narrar a la vez distante y cariñoso hacia los personajes, que permite crear cierto humor de fondo; el de quien comprende que todos, sus personajes y él mismo, somos pelagatos que nos creemos importantes porque no concebimos la existencia sin nosotros, lo que provoca una actitud ante la vida y las personas cariñosa, ligeramente triste y algo condescendiente.
Una novela magnífica, que, para los fieles, al principio puede hacerse un tanto agria por el temor que inspira la suerte de Colette, pero que retoma el rumbo de todas, incluso en el tratamiento de las dificultades, conforme avanzan las páginas.
La compré el día del libro, pero no la he leído hasta las vacaciones de verano. Quería poder disfrutar tranquilamente de la lectura. Acerté. Me lo he pasado en grande. Lo malo es que a pesar de sus más de quinientas páginas me duró solo tres o cuatro días.
Que todos los males sean así, claro.