«Nuestros muertos» lo mismo puede hacer referencia a los familiares y seres queridos difuntos que a los líos y follones que se acumulan y amenazan nuestra tranquilidad.
La primera acepción es la que viene a la cabeza de quien haya leído la anterior novela de esta brillante saga (recomiendo leerlas por orden), pero la otra también tiene su razón de ser, habida cuenta de los secretos de la familia Hernández (el peor de los cuales, por cierto, procede de la anterior entrega y tiene su influencia en esta) y de los asuntillos en los que cada uno de sus componentes se acaba metiendo en estas páginas.
Ha pasado tiempo desde el fin de la anterior novela, y la agencia de detectives está desmantelada. Mateo es detective asalariado, la hija mayor se ha buscado la vida en otras actividades y la pequeña y su pareja, un tipo duro antiguo colaborador de la agencia, han montado su propio negocio de investigación y derivados.
Mateo, tan profesional unas veces como chapucero y liante otras, se topa, de estrangis, con un caso peculiar: la desaparición de un joven hombre de negocios, hijo del barrio (esa parte de Barcelona, desconocida para el turista, que es también protagonista de la saga), que lleva entre manos un proyecto impactante. El caso para otros miembros de la familia es distinto: averiguar qué c… está haciendo el patriarca. Y en interrelación de ambos casos averiguamos que hay un policía, un mozo de escuadra, obsesionado con lo que sucedió en la novela anterior y, por tanto, peligrosillo. El caballero, además, estaría más guapo con más escrúpulos. Obviamente, todo esto interfiere en las relaciones familiares y en las laborales de Mateo, por lo que junto a las intrigas propias de lo investigado están las incertidumbres sobre lo que se le viene encima a cada miembro de clan.
Con estos numerosos y alambicados mimbres Rosa Ribas elabora una historia buenísima, de calidad, con un ritmo allegro ma non troppo, sostenido y consistente. Narra con una claridad meridiana, pero no de modo simplista, sino con la lucidez del buen hacer, de quien sabe ir a un destino complicado sin perderse en rodeos argumentales o lingüísticos.
Lo normal, hablando de series de novelas, es que a una primera de éxito sucedan unas cuantas que lo explotan, y que suelen ir a la baja porque el producto se exprime y pronto todo es repetir y sostener el invento con argumentos artificiosos. Bueno, pues aquí ocurre lo contrario: cada una de las novelas de los Hernández me ha gustado más que la anterior. Cada una me parece mejor, más sólida y mejor acabada. Por eso, tras leer la primera «Un asunto demasiado familiar» (sobre la que había recibido información errónea), tardé algo en leer la segunda. Pero tras leer «Los buenos hijos» corrí a comprar esta. Y cuando he terminado «Nuestros muertos» me he apresurado a comprar «Los viejos amores», que ya me espera en la estantería.
Rosa Ribas es una gran, gran escritora que para colmo, y a diferencia de la mayoría, mejora libro a libro.
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