Durante un viaje a Madrid, hace ya bastantes años, pasé por una librería de la que no recuerdo ni el nombre ni la ubicación. En ella me topé con una oferta de libros de Edhasa de la que «Polifemo» formaba parte. Tres libros, diez euros. Una liquidación. Todos uniforme y magníficamente editados en la colección «Edhasa literaria». No obstante, los mejores títulos o no habían llegado a estar de oferta o habían volado. Solo quedaban varios para mí tan desconocidos como sus autores.
Hasta aquel día no sabía que existía Ignasi Ribó, ni tampoco «Polifemo». Después no he oído hablar de ninguno de los dos. Creo que compré el libro atraído por el bajo precio, lo cuidado de la edición y porque me dejé llevar (mea culpa)) por la faja que podéis ver en la foto, sin reparar en que los pasos de Miller o Cèline se pueden seguir a poca o mucha distancia y que, en cualquier caso, entre seguir los pasos de alguien y alcanzarle hay una enorme diferencia. Tampoco llamó entonces mi atención el «o», que no tiene por qué ser lo mismo que una «y». Miller «o» Cèline. ¿Habría disparado al azar, sin apenas mirar el libro, el anónimo crítico de La Vanguardia en favor de sus casi vecinos de la calle de la Diputación? ¿O había hecho una crítica sibilina disfrazada de elogio?
Estas observaciones me las he hecho ahora, varios años después, tras leer por fin el libro.
¿Qué puedo decir de él?
Que Ignasi Ribó escribe bastante bien, que tiene destreza y habilidad, pero que en esta ocasión no tenía mucho que contar al común de los mortales.
En un tono que al principio parece serio y pronto enlaza con la parodia, el protagonista, un joven becado que no pega un palo al agua y vive en París, se pasa la vida deambulando por los jardines de Luxemburgo, de los que el libro ofrece un montón de fotografías en blanco y negro que no acaban de verse bien, a pesar de lo cuidado de la edición. En ellos está enclavado el Senado y, cruzando la calle, el teatro Odéon. En este entorno va y viene el caballero porque una vez se topó, junto a las estatuas, con una mujer hermosísima, que supone nórdica aunque no llegó a intercambiar una palabra con ella, de la que se enamoró como un imbécil al instante y de la que nada sabe desde ese mismo momento. Piensa que alguna vez ella volverá, y ahí estará él para aprovechar la ocasión, esta vez sí, en lugar de quedarse callado como un memo. El obseso protagonista, que se dirige al lector en primera persona, fantasea con explicaciones y futuribles. Aunque supuestamente se está especializando en novela romántica, nada de romántico hay en él. No es que remede un escritor maldito, es que ni siquiera se tiene a sí mismo por un maldito escritor. Sus disparatadas fantasías serían más que repugnantes si él mismo no admitiera su evidente cobardía para llevarlas a término; aunque puede interpretarse que su impotencia alienta su truculencia. Y como no solo las tiene, sino que además desea llevarlas a cabo, nada impide afirmar que está como una regadera. No obstante, sí es capaz de ejercer una gratuita crueldad con los débiles. La mezcla de ambas cosas alumbra un personaje al que no se le acaba de coger el pulso y, como tampoco hace nada distinto a lo que acabo de contar, el lector no tiene claro de ni donde viene ni dónde va el protagonista. Ni su historia.
Y es que no va a ningún lado. Se queda dando vueltas en los jardines de Luxemburgo.
El título es, sin duda, lo más paródico. El brutal cíclope se enamoró de Galatea, que no le hizo caso. El Polifemo de Ribó es también brutal, y hasta está dispuesto, en teoría, a matar al pastor Acis, pero su Galatea ni siquiera llega a saber que existe. Y aún hay otro paralelismo: Polifemo tenía un único ojo, y el protagonista de esta historia también parece hacer todo con solo uno. Dado que va por el mundo sin mirar ni ver, adivinad a cuál me refiero.
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