Literariamente, La inquilina silenciosa es fast food. No creo que nadie pueda dudar de que la aspiración de la autora ha sido vender entreteniendo, y no alumbrar pretensión artística alguna.
Lo anterior no es malo, que conste. Entretener es una de las misiones de la literatura, entre otras cosas porque los lectores no podemos estar todo el día con ánimo trascendente, sibarita o estudioso. Hay que ventilar las neuronas. Por lo tanto, la cuestión con el fast food es si se trata de buen fast food, y la respuesta, en este caso, es que no es malo, pero que los hay mucho mejores.
La inquilina silenciosa tiene el mérito de una limitada originalidad y el pecado de la falta de verosimilitud, además de un ritmo que, aunque ágil, se hace lento porque el camino resulta previsible: la autora va a alargar la cosa porque debe rellenar las más de cuatrocientas páginas que justifican cobrar 21 euros por la joya.
¿Y qué es «la cosa»? El encierro de la protagonista, una chica innominada, que está presa de un zumbado. Primero en un cobertizo aislado, y luego en… En donde verá quien lea la novela.
No es lo único endeble: por qué el malo no liquida a la víctima, cuando apiolar damiselas no es extraño para él, sugiere cierta relación especial, indica que algo ha visto él en ella para «respetarla» hasta el extremo de no darle matarile y complicarse el día a día de padre y marido durante más de un lustro, porque las presas encadenadas y ocultas al mundo mantienen la costumbre de comer, beber y experimentar las consecuencias de comer y beber. Sugiere esa relación, digo, pero nada se aclara al respecto. Algo habrá visto el animalico en la heroína del cuento, pero eso se lo guarda para sí.
Ocurre, también, que una parte de los recursos para «solucionar» la novela son tan tópicos que abochornan. Por ejemplo, crear artificiosamente situaciones que dejan la escena al borde del abismo… para no caer, porque se acabaría la novela. Por ejemplo, hacer pender la vida de alguien de un hilo que a cada capítulo puede romperse, y aún mejor si ese alguien es una persona incauta que no sabe dónde se mete. Por ejemplo, ¿cuántas películas o libros no ha visto o leído el personal en la que alguien se mete a cotillear donde no debe y estaba bien cerrado y acaba descubriendo un pastel de cartas, fotos, documentación y cosillas así? ¡Qué sería de los autores sin imaginación sin los malos con vocación de archiveros!
En resumen, fast food del montón. Ni bueno, ni especialmente malo. Del que uno olvida sin remordimientos.
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