En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

lunes, 29 de julio de 2024

El niño – Fernando Aramburu

 


El 23 de octubre de 1980, una explosión de gas en un colegio de Ortuella, localidad de unos pocos miles de habitantes próxima a Bilbao, mató a cincuenta niños de entre cinco y seis años, y a tres adultos. 

El niño, de Fernando Aramburu, tomando como guía de la novela una familia, cuenta quiénes eran y quiénes fueron. A qué hace referencia la «y» no es preciso aclararlo.

         El título, sin embargo, no alude a una persona concreta, porque el niño que protagoniza El niño representa a todos y cada uno de aquellos cincuenta desdichados. 

Tres son los personajes de esta novela, aparte del Nuco, el niño muerto:  Mariaje, su madre, ama de casa; José Miguel, su padre, obrero industrial; y Nicasio, su abuelo materno, jubilado. Todos inmigrantes de lo que ahora llamamos «España vacía». No hacen falta más para contar una historia que en algún lugar el autor ha dicho que, aparte de su inevitable componente trágico, lanza un mensaje de esperanza, de reconstrucción. Un mensaje positivo al que, la verdad, no acaban de acogerse los tres personajes, sino, en realidad, solo uno. El destino de otro acaba determinado por algo ajeno al accidente, pero que no hubiera descubierto sin él; y el del tercero tampoco es muy risueño que digamos.

Lo mejor, o más bien, lo mollar, es el exquisito tratamiento que Aramburu da a un tema en el que pisar terrenos sensibleros o voluntaristas es tan sencillo que parece increíble que haya conseguido evitarlo. El resultado permite al lector asomarse al abismo sin peligro, haciéndolo consciente de su existencia; le permite intuir el el horror de la caída, pero no experimentarlo.

      La novela, breve, compuesta de capítulos muy cortos, alterna tonos y destinatarios: el del narrador-reportero-investigador que da testimonio y se dirige al lector; el de Mariaje ,testigo de referencia del narrador (y a través de cuyos ojos vemos a su marido y a su padre) y que suele dirigirse a él; y, por último, el del propio texto, el de la propia novela, que cobra vida para dirigirse al lector y explicarse, lo cual, más que una extravagancia, consigue ser un recurso inteligente y útil a los fines que persigue: encauzar el relato sin que se desborden las emociones.

Una lectura amena, interesante, dura pero no desagradable, en la que los tres protagonistas acaban siendo unos personajes inolvidables, especialmente el abuelo Nicasio y Mariaje. José Miguel, también, pero de otro modo.

Merece la pena leerla, reflexionar sobre la vida y la muerte, sobre la licitud de la reconstrucción, sobre cómo compatibilizar la fidelidad a la memoria y a la propia vida, y sobre cómo la tragedia, aunque parezca increíble, nunca es el punto final para quienes la sobreviven. También sobre cómo la tragedia se diluye a ritmos distintos para cada cual. Para los no afectados, para la sociedad, a toda velocidad. La vida, para el resto, oscila entre la de quienes se quedan irremisiblemente atrás y la de quienes, en un momento u otro, aceleran para incorporarse a la masa que ha seguido adelante.

         Un gran libro para pensar en el día después de los momentos trágicos que, antes o después, a casi todos nos han de llegar, si no nos han llegado ya.


jueves, 25 de julio de 2024

Imposible – Erri de Luca

 



Un viejo miembro de un grupo antisistema, antaño encarcelado por sus actividades, es detenido. Es sospechoso de la muerte de un antiguo colega, que luego también fue su delator. El muerto se ha despeñado por un precipicio, tras perder pie en la cornisa de piedra por la que caminaba, en la alta montaña. El acusado, que, según él mismo reconoce, caminaba varios centenares de metros detrás, es quien dio la voz de alarma. Si no hubiera dicho nada, podría haberse ido tan campante sin que nadie se acordara de él.

Pero ahora ahí está, metido en un lío. Acusado de asesinato, nada menos. Aunque al protagonista, de vuelta de todo, le importa un pimiento, consciente de que, a sus años, la verdadera libertad es la mental. Por eso insiste en su inocencia desde la tranquilidad, no desde el temor al presidio: no hizo nada porque el traidor se despeñara, y atribuye a la casualidad la coincidencia de ambos en aquellos andurriales.

El joven juez de instrucción es de otra opinión. Y el libro, breve, claro, inteligente e intenso, se construye alternando los peculiares interrogatorios del juez con las cartas del preso a una mujer.

Las cartas sirven para aclarar lo que en los «interrogatorios» queda poco claro, sea en materia de hechos, de actitudes o de sentimientos, pero lo mollar son los «interrogatorios». Entrecomillo el término porque en realidad, el propio juez lo reconoce, se trata de conversaciones, Conversaciones no inocentes, por supuesto, pero conversaciones. En ellas el preso se retrata: relata su vida y, sobre todo, su pensamiento. Y el juez intenta pescar en esas aguas datos que le permitan construir un relato acusatorio.

Y esto es lo más interesante: la oposición de ideas. Las del ya casi anciano actual frente al joven revolucionario que fue, cómo se asimilan o no las cosas, cómo se domestica la conciencia, si es que hay que hacerlo, o cómo las ideas la amoldan a las actividades violentas; cómo explicar las relaciones entre traidores y traicionados; entre niños que fueron amigos y luego adultos compañeros y finalmente enemigos; la oposición, también, entre el viejo antisistema y el joven juez que representa, precisamente, al sistema; la oposición entre experiencia vital e inexperiencia, simbolizada en la bisoñez del juez en la montaña, la cual, a su vez, simboliza la vida (un camino complicado, exigente, que solo se aprecia en toda su magnitud recorriéndolo en solitario y en el que, aun en compañía, estamos solos, a merced de los elementos... y de los demás); la oposición entre las ideas elaboradas y acomodaticias y los principios e ideales; la oposición entre quien detenta el poder sobre los demás y quien se siente único dueño de sí mismo; y la oposición, en definitiva, entre las diferentes formas de afrontar la vida.

Un relato breve, bien estructurado, con diálogos largos, ágiles, profundos, enriquecedores, bien argumentados, paradójicos, que son la razón de ser de este libro, cuyo final sí hace una concesión a aclarar lo que sucedió o dejó de suceder en la cornisa. 

¿Y qué sucedió? ¿El protagonista es culpable o inocente? Lo sabrá quien lea esta novela corta, pero no me resisto a decir que, pese a que las dos interpretaciones quedan abiertas, lo insólito del gesto final del protagonista apunta en una sola dirección.


jueves, 18 de julio de 2024

Últimas tardes con Teresa – Juan Marsé

 


Juan Marsé tenía solo 33 años cuando publicó esta fantástica y también dura y tierna novela en 1966. Había sido premiada un año antes (Premio Biblioteca Breve), todo lo cual permite saber que la escribió rondando los 30. Dada la calidad de la obra, impresiona la capacidad de su autor a esa edad. E impresiona no solo por cómo está escrita, sino por la profundidad de la perspectiva, más propia de una persona de mucha más edad.

El comienzo de la novela ya está en la posteridad. Pone en acción al Pijoaparte, un veinteañero, un charnego, un inmigrante en la Barcelona de 1956, donde transcurre la novela, un tipo profundamente inculto, sin oficio ni beneficio, que, en el marginal barrio del Carmelo, encaramado en la ladera de la montaña, malvive del robo de motocicletas, explotado por un receptador que es lo más parecido que tiene a un padre. Pero el Pijoaparte, llamado Manolo, es también un tipo tan consciente de ser un don nadie y tan acomplejado por ello que trata de ocultarlo con una actitud chulesca, siendo presumido, y supliendo los argumentos por la violencia o la amenaza de ella, y con unos sueños de grandeza (económica, que la cabeza no le da para más) que convierten en espejo donde mirarse a todo aquel que lleva una vida relativamente lujosa, como la de, por ejemplo, los pequeños empresarios capaces de tener su casita en el barrio de San Gervasio en Barcelona y otra en la playa. Además, el Pijoaparte, aunque siempre un chulo, es también un pobre desgraciado que no tiene quien le haga caso, quien lo quiera un poco, porque sus complejos le hacen rechazar, sin darse cuenta, el afecto de los que, desarrapados como él, tiene más cerca. 


En una fiesta conoce a Maruja, desencadenándose un comienzo memorable que despeña al don Juan desde el nivel al que lo impulsan sus complejos al de su desoladora realidad. Y, a partir de aquí, comienza a aparecer Teresa como si se abriera paso entre la niebla: primero, tímidamente, como una imagen borrosa, casi como un sueño, para ir tomando corporeidad poco a poco. Teresa es hija de uno de esos empresarios con casa en Barcelona, en San Gervasio, y en la playa, en Blanes, al pie de una pequeña cala solitaria y privada. Es universitaria, con una edad que Marsé varía de unas páginas a otras: 18, 19… Aunque parece más madura. Teresa juega a jugársela: es de izquierdas, lo cual supone ser rebelde a la familia, aunque no renuncia a ninguna de las ventajas de pertenecer a ella, y anda metida en fregados estudiantiles reprimidos por el franquismo.

Sobre este punto, lo primero que llama la atención es el ingenuo izquierdismo de salón de quienes viven tan bien que teorizan sobre el obrero sin haber visto uno ni de lejos. Izquierdistas que se erigen en defensores/benefactores de otros desde cierto sentimiento de superioridad, y tan ingenuos que, para ellos, el obrero es una especie de ser mitológico digno de protección en nombre de la justicia universal. Pero, claro, el día en que, fascinados y al mismo tiempo acomplejados por la repentina conciencia de su ignorancia, se topan con uno, igual se dan cuenta de que no es la inerte pieza decorativa de sus delirios que hasta ese momento creían.

Dicho esto, o por todo esto, la fascinación entre los dos protagonistas es mutua: para el Pijoaparte, Teresa representa todo aquellos por lo que él suspira y no puede alcanzar; lo que él merece o, mejor dicho, lo que tendría de no haberle deparado la vida tan mala suerte; para ella, en cambio, Manolo es la esencia, la verdad de la vida. Su relación se afianza con Maruja como un delicado y complicado telón de fondo. Maruja, por contraste, realza el idealismo/egoísmo/estar en la inopia de los dos protagonistas. Maruja, ella sí, es la única que vive con los pies en el suelo. La obrera de verdad, la que sabe que lo es y se resigna a serlo, la que intenta vivir su vida tal y como es porque es la única que tiene. Un personaje que, no es inocente en esta obra dadas sus características, acaba como acaba.

La acción transcurre a lo largo del verano de 1956. Desde la verbena de San Juan hasta mediado septiembre. La evocación del verano en esa época de la vida donde el ya exadolescente, aún carente de responsabilidades, es aún lo bastante ingenuo para que el idealismo le haga creer, a medida que va descubriendo el mundo, que logrará cambiarlo y hacerlo a su medida, tiene una fuerza desmedida en esta novela. Muy potente es también la expresión, elaborada, retorcida a veces, con frondosas frases interminables que enlazan y combinan ideas complejas, que a veces parecen hacer piruetas líricas para luego soltar una carcajada y explotar como realidades prosaicas. Y, sobre todo, la novela tiene varios momentos de conmoción; todos significativos, todos trascendentales.

Y el final…

El final muestra a un Pijoaparte cuya mejor defensa es su propio orgullo, que proviene de sus propios complejos. Qué paradoja. Es también significativo, muchísimo, con quién mantiene la última conversación de la novela. Poner ahí ese interlocutor es el modo que tiene Marsé de indicar cuán bajo está en ese momento el pobre Pijoaparte, cómo la vida le ha pasado por encima. Pero además, Marsé, al poner precisamente en esa boca la información sobre Teresa, sume al lector en una angustiosa confusión, porque igual que es perfectamente lógico que la información sea cierta, pudiera no serlo. Todo depende de lo sincera que haya sido Teresa a lo largo de la historia. O de si algo o alguien, ¿la madurez? ¿la influencia familiar?, le ha hecho abrazar el pragmatismo y olvidar las veleidades juveniles. El Pijoaparte cree lo que le dicen, lo cual puede decir más de él, de sus complejos, que de Teresa. Y, reaccionando como reacciona, provoca en el lector un vacío, una congoja, tan triste como inolvidable.


lunes, 15 de julio de 2024

España diversa - Eduardo Manzano Moreno

 


Eduardo Manzano Moreno es profesor de Investigación en el Centro de Ciencias Humanas y Socialesque dirigió seis años, del Centro Superior de Investigaciones Científicas. Ha sido investigador invitado en la universidad de Oxford y profesor invitado en la de Chicago, y es uno de los grandes especialistas en la historia de al-Andalus, que es como decir en algo que aún tiene un crucial reflejo en el día a día.

España diversa parte de una idea motriz que, dicho sea de paso, comparto hasta el punto de que es ella la que, en los últimos años, me ha llevado a leer libros de historia: la historia apadrinada por el poder (esto es, la más difundida, empezando por la educación y los medios) ha sido, desde el siglo XIX, un instrumento para afianzar los nacionalismos (lógico, puesto que la mayoría de las naciones y estados, en su configuración actual, nacieron en esa época). Es el caso tanto del nacionalismo español como de los nacionalismos periféricos. Todos ellos se buscan, individualizan y legitiman en un pasado que, supuestamente, justifica sus ambiciones de presente y futuro. Y no solo se buscan: se encuentran, aunque no es estén o no como les gustaría. Para lo cual ambos nacionalismos recurren a mitos fundacionales y tergiversan y manipulan, términos estos con que la prudencia y la corrección política han suavizado otros como «mentir» o «engañar», sin que ello impida admitir, al contrario, y por eso libros como este, que mitos, tergiversaciones y manipulaciones han llegado a ser, para millones de personas, hechos ciertos e incontrovertibles.

Como, por deformación profesional, desde hace años he ido reflexionando sobre la importancia de los devenires económicos en la historia, particularmente en los dos últimos siglos, la existencia de patrañas históricas era para mí una certeza en unos casos y una sospecha en bastantes otros. Sin embargo, poco ducho en la historia sin adjetivos, y consciente de que la generación anterior solo pudo legar a la mía la ignorancia y la manipulación de cuarenta años de monopolio «formativo e informativo», me resulta complicado, cuando no imposible, completar las lagunas yo solito. Es decir, a menudo sé cuándo me están contando una versión mendaz de la historia, pero carezco de conocimientos para saber cuál es la más ajustada a la realidad o, al menos, a lo más probable. De ahí que de un tiempo a esta parte me haya dado en leer algunos libros de historia, a los que la única condición que pongo es que sus autores sean historiadores profesionales y de prestigio académico.

El título de esta obra ya aventura por dónde va su discurrir. Comenzando por la época prerromana y terminando en la actualidad, Eduardo Manzano hace un recorrido por la historia con un hilo conductor: el territorial. Qué pasó en la península ibérica, por qué, cómo… Destacan las explicaciones del qué y del cómo, que aclaran el modo en que se desarrollan los procesos históricos, y, fundamentalmente, que no es posible buscar en la historia un «nosotros» y un «ellos», porque el «nosotros» del presente es un resultado del «todos» del pasado.



Invasiones que más lo fueron por asimilación de culturas que por sustitución de personas (el número de invasores casi siempre ha sido ridículo en comparación con la población autóctona), el papel de la religión en el ejercicio del poder y en la definición de quiénes de los nuestros son «los otros», y muchas otras cosas que el autor explica con claridad y con la necesaria concisión que un libro como este requiere, permiten al lector una comprensión cabal de algunos procesos históricos que, con frecuencia, más tienen que ver con lo fortuito o con prosaicas conductas que con los «inamovibles designios de de Dios o del destino». Especialmente interesante es el análisis de la época de los Reyes Católicos y del «descubrimiento» de América, por ser el mito fundacional por excelencia del nacionalismo español, aunque tenga otros. También lo es el análisis de al-Andalus, o el posterior de las «monarquías compuestas».

La historia peninsular, concluye el autor, es la historia de su diversidad. Diversidad étnica, cultural, institucional, lingüística, jurídica, económica, con aduanas entre territorios, exclusividades comerciales, militares, dignatarias… Diversidad por todas partes, desde tiempos lejanísimos y hasta la actualidad, pero con un condicionante común: el territorio que tomamos en consideración hoy en día, y uso esta expresión porque durante siglos la vida de los habitantes de cada sitio de la península en poco o nada se vio afectada por las vicisitudes del resto, hasta el punto de poder afirmar que, en general, más se ha vivido pacíficamente de espaldas que conjuntamente. 

Hace hincapié Eduardo Manzano en el modo en que esa diversidad ha convivido de modo pacífico (durante siglos, las guerras nunca fueron entre comunidades, entre sociedades, sino entre quienes se disputaban su control) y que, además, esa diversidad ha sobrevivido a todos los intentos de eliminarla, algunos de ellos, literalmente, a sangre y fuego.

Si hay algo que tenemos en común, es la diversidad, y si hay algo que nos puede unir es el respeto a la diversidad que permite a cada uno, sin temor, ser quien es. Cuando no ha sido así, el resultado ha sido triple: escabechinas para unos, empobrecimiento económico y cultural para el resto, y, al final, resurrección de la diversidad, porque no es posible eliminarla sin eliminarnos.

        Una ocasión para reflexionar sobre la diferencia entre la convivencia entre los diversos y la homogeneización.

Termino con la cita con que comienza el libro. Alrededor de 1640, Baltasar Gracián (a ver quién le tose) dejó escrito en «El Político Don Fernando el Católico»: «Los mismos mares, los montes y los ríos le son a Francia término connatural y muralla para su conservación. Pero en la monarquía de España, donde las provincias son muchas, las naciones diferentes, las lenguas varias, las inclinaciones opuestas, los climas encontrados, assi como es menester gran capacidad para conservar, assi mucha para unir».


jueves, 11 de julio de 2024

La inquilina silenciosa – Clémence Michallon

 



Literariamente, La inquilina silenciosa es fast food. No creo que nadie pueda dudar de que la aspiración de la autora ha sido vender entreteniendo, y no alumbrar pretensión artística alguna.

Lo anterior no es malo, que conste. Entretener es una de las misiones de la literatura, entre otras cosas porque los lectores no podemos estar todo el día con ánimo trascendente, sibarita o estudioso. Hay que ventilar las neuronas. Por lo tanto, la cuestión con el fast food es si se trata de buen fast food, y la respuesta, en este caso, es que no es malo, pero que los hay mucho mejores.

La inquilina silenciosa tiene el mérito de una limitada originalidad y el pecado de la falta de verosimilitud, además de un ritmo que, aunque ágil, se hace lento porque el camino resulta previsible: la autora va a alargar la cosa porque debe rellenar las más de cuatrocientas páginas que justifican cobrar 21 euros por la joya.

¿Y qué es «la cosa»? El encierro de la protagonista, una chica innominada, que está presa de un zumbado. Primero en un cobertizo aislado, y luego en… En donde verá quien lea la novela.




La cuestión es que pasar años y años con menos radio de movimiento que un perro encadenado, sin volverte majareta y sin que tenga consecuencias físicas incapacitantes, es tan poco probable como que sin solución de continuidad esa presa pueda seguir siéndolo conviviendo con gente normal que entra y sale sin saber que la silenciosa inquilina que tienen enfrente en la mesa de la cocina está cautiva. Si además unimos los innecesarios capítulos (por fortuna, breves) en los que diversas muertas se dirigen desde el más allá al lector para contarle que están muertas porque el protagonista es muy malo, capítulos con los que la autora fracasa en el intento de crear tensión porque el lector ya sabe desde el primer instante que el protagonista muy buena persona no es, el resultado de todo esto, digo, hace previsible la evolución de la novela, basada en el principio de que «tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe». Es decir, que tanto tienta la suerte el malo que al final la pifia. En resumen, la novela se limita a esperar el momento en el que la prisionera va a poder salir pitando, si es que el malvado no se la carga con motivo de alguna de las ocasiones fallidas (que ya sabemos que no, porque, como he dicho, en ese punto se acabaría la historia).

No es lo único endeble: por qué el malo no liquida a la víctima, cuando apiolar damiselas no es extraño para él, sugiere cierta relación especial, indica que algo ha visto él en ella para «respetarla» hasta el extremo de no darle matarile y complicarse el día a día de padre y marido durante más de un lustro, porque las presas encadenadas y ocultas al mundo mantienen la costumbre de comer, beber y experimentar las consecuencias de comer y beber. Sugiere esa relación, digo, pero nada se aclara al respecto. Algo habrá visto el animalico en la heroína del cuento, pero eso se lo guarda para sí.

Ocurre, también, que una parte de los recursos para «solucionar» la novela son tan tópicos que abochornan. Por ejemplo, crear artificiosamente situaciones que dejan la escena al borde del abismo… para no caer, porque se acabaría la novela. Por ejemplo, hacer pender la vida de alguien de un hilo que a cada capítulo puede romperse, y aún mejor si ese alguien es una persona incauta que no sabe dónde se mete. Por ejemplo, ¿cuántas películas o libros no ha visto o leído el personal en la que alguien se mete a cotillear donde no debe y estaba bien cerrado y acaba descubriendo un pastel de cartas, fotos, documentación y cosillas así? ¡Qué sería de los autores sin imaginación sin los malos con vocación de archiveros!

En resumen, fast food del montón. Ni bueno, ni especialmente malo. Del que uno olvida sin remordimientos.


lunes, 8 de julio de 2024

Extrañas parejas – Cristina Peri Rossi

 



Compré este libro cuando iba a la busca de uno con capítulos o relatos cortos, la lectura de cada cual no me llevara más de diez o quince minutos, para amenizar cafés solitarios y no acabar empanado con el móvil.

Y difícil es quedar empanado con nada cuando delante tienes una obra tan original y brillante como Extrañas parejas. Se trata de un conjunto de relatos evidentemente ficticios pero que tienen por protagonistas a personajes reales y famosos, e incluso alguno ficticio pero tan famoso que casi es real, como la Alicia de Lewis Carroll, que aparece en el relato que cuenta el reencuentro del personaje con el autor, siendo ya Alicia mayor; entre ellos salen a relucir ciertas cosillas del pasado que no dejan muy bien parado ni a Carroll ni a la inocencia de Alicia, ni, mucho menos, a la Alicia adulta. Desde luego, el concepto de «maravillas» que ambos tienen no coincide con el del cuento.

Pero antes hemos dado un rápido vistazo (desde su primer y peculiar encuentro) a la difícil relación entre Katherine Hepburn y Spencer Tracy, para luego, a lo largo del libro, también topamos con Marilyn Monroe, Baudelaire, Bacon, Cary Grant o Salinger

Historias disparatadas, ingeniosas, ágiles, fuertes, con un punto de humor, en las que afloran vidas ocultas o, al menos, vidas desconocidas por el público. Historias, también, donde cada uno de los protagonistas cuenta con una pareja con la que mano a mano hace discurrir cada breve historia.

Un libro corto, intenso, divertido, original y brillante.