La hija del tiempo es la verdad, nos dice la autora ya en la primera página. Otra cosa es que el embarazo dure medio milenio, como ocurre en esta original novela escrita a finales de los años cuarenta del siglo pasado y que, cincuenta después, fue elegida como la mejor novela negra de la historia por la «Asociación de Escritores de Novela Negra», dice la solapa sin dar más pistas sobre esa asociación.
Mucho optimismo hace falta para sostener esa opinión. La hija del tiempo es una obra peculiar, original, que consigue el difícil logro de ser una novela histórica que transcurre en el tiempo presente, pero tanto como para ser la mejor… Y además, la mejor novela negra… Como mucho es una novela negra de salón; esto es, más un juego intelectual que un viaje a los bajos fondos.
En inspector Alan Grant se ha dado un poco heroico porrazo, a consecuencia del cual está en el hospital. En él, más que los huesos, le duele el aburrimiento. Un aburrimiento tan intenso que ni le apetece leer los libros que todo el mundo le regala. Su relación con el resto de seres humanos se limita al contacto con un par de enfermeras y algunas visitas, entre las que destacan las efectuadas por la bella actriz Marta Hallard, que vaya usted a saber de qué la conoce porque es la primera novela que leo de Tey y, por tanto, la primera protagonizada por este señor. Entre el material que la actriz le lleva un día hay varias láminas. Una de ellas del rey Ricardo III. Y Grant, que no tiene mucho que hacer, queda atrapado con un semblante que unas veces parece corresponder a un carácter y otras a otro completamente opuesto.
Es así como comienza a indagar en la figura de Ricardo III, un rey maldito por su fama de infanticida, por haber hecho asesinar, o eso se le atribuye, a sus dos sobrinos, refugiados (¿o presos?) en la Torre de Londres. Un rey y una historia inmortalizados por Shakespeare.
¿O…?
¿O no fue tan animalico el señor?
Conforme el inspector Grant va atando cabos entre lecturas, recabando opiniones de unos y otros y, también, realizando «encomiendas bibliotecarias», va llegando a conclusiones opuestas a las que se han conformado la historia «oficial». No solo eso, también comprueba que en la historia se han dado por buenos datos manifiestamente falsos. Y así, entre la plaga de parientes, bastardos y demás ralea que pasaba por allí hace quinientos años y que a veces desorienta porque la autora habla de todos ellos como si el lector llevar el árbol genealógico de los York, los Plantagenet y los Tudor en la cabeza, entre toda esa tropa, digo, el inspector navega con pericia para acabar llegando a la conclusión de que la historia no es cómo nos han contado, sino como sabrá quien lea esta corta novela… ¿negra? ¿O histórica? ¿O históricamente negra? ¿O una historia negra de la historia? Elijan ustedes.
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