Serie Adamsberg, 10
Una reclusa es una presa, pero también una mujer que se encerraba voluntariamente en un habitáculo tapiado en mitad del campo, de cuatro o cinco metros cuadrados, sin otra abertura que la necesaria para que quienes se apiadaban de ella le hicieran llegar agua y comida. ¿Para qué? Para expiar pecados, o para hacer penitencia, o... Allí vivía, en general poco tiempo, hasta que moría víctima de la más diligente de una amplia panoplia de desgracias.
Pero una reclusa es, también, un tipo de araña. La araña violín. Tan asquerosa o adorable como pueda serlo una araña del tamaño de una moneda de euro, de color pardo, con seis ojos, sus ocho patitas y algo venenosa. Su veneno necrosa los tejidos, así que puede fastidiarte bastante, pero su picadura no es mortal y rara vez ataca, porque es tímida y miedosa.
Mientras el comisario Adamsberg vuelve de Islandia para solventar de un inspirado plumazo un par de casillos de nada, uno de los cuales afecta a Froissy, una de sus subordinadas, surge la noticia en internet de que varias personas, todas ancianas, han muerto a consecuencia de picaduras de reclusas. Dado que el veneno de este bicho no es mortal, surgen las conjeturas: ¿será porque las víctimas eran ancianas? ¿O porque la arañeja ha mutado y es ahora más tóxica? ¿O por qué diablos? Dado lo predispuesto de medio mundo a tomarse en serio las hipótesis más estrafalarias, no faltan ideas.
Por lo que sea, al comisario Adamsberg se le mete en la cabeza que aquello debe ser investigado. Por supuesto, extraoficialmente, porque no hay denuncia ni nada que haga pensar en algo distinto a puñeteras picaduras. Vamos, que se sitúa a sí mismo en una posición tan complicada como si utilizara los recursos policiales para investigar el apareamiento de las mariposas. Es decir, anda con los dos pies en la malversación. La consecuencia es que una parte de la plantilla se opone, y Adamsberg debe pasar por el aro de dejarlos ir a su aire. Al frente del grupo opositor queda el comandante Danglard, con un espíritu tan crítico y ácido que parece toda una traición. ¿Cómo no va a tocar este abierto y duro enfrentamiento el corazoncito del lector, acostumbrado a que ambos personajes sean una especie de amigos íntimos?
Fiel a su idiosincrasia, Adamsberg no se deja llevar por datos ni por la lógica, sino por intuiciones extravagantes, corazonadas y recuerdos inconscientes. Las cuales le llevan a meter la nariz aquí o allá, hasta que encuentra algo que hacer o un hilo del que tirar. Fred Vargas juega con el lector haciéndole ver que el hilo conduce a una madeja de la cual, cuando aparece, resulta que sale otro hilo. Así consigue el efecto de ir provocando y saciando una y otra vez la curiosidad del lector. Muy típico de las novelas comerciales, pero hecho con pericia. La misma con la que consigue colar en la trama una recua de casualidades que relacionan a parte de la plantilla policial con el caso. La gran habilidad de Fred Vargas es crear este irreal puzzle de laboratorio de un modo que resulte verosímil.
Quienes haya leído los libros anteriores de la saga sin duda disfrutarán de Cuando sale la reclusa, porque, además del extraño caso concreto, que una vez más enlaza el presente con un pasado ya lejano, permitiendo reconstruir la azarosa vida de los figurantes de turno, una parte relevante de la gracia de esta novela es lucir las rarezas que hacen atractivos a los personajes recurrentes, y, a diferencia de lo hecho en otras entregas de la saga, en esta ocasión Fred Vargas ha repartido juego generosamente, regalando a esos excéntricos segundones más minutos de gloria de lo habitual. ¿Resultado? El lector, cuando no disfruta de la trama y su deriva, lo hace de los personajes como un entomólogo disfruta analizando sus insectos predilectos.
Una última advertencia: el par de casillos de nada al que antes he aludido no pinta nada en el desarrollo de la novela. ¿Por qué están ahí? De relleno. ¿Para qué? Quizá para que la historia no resulte muy escuálida, en términos de páginas, porque el librito en cuestión no deja de costar sus 21 euros. ¿Exigencia o recomendación editorial? No lo sé. En favor de Fred Vargas debo decir que el remiendo pasa fácilmente desapercibido, lo cual también tiene su ciencia.
Y, ya que he vuelto atrás, termino por el inicio: ¿a cuál de todas las reclusas posibles alude el título? Lo sabrá quien lea la novela.
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