Lecciones de química es la primera y, que yo sepa, única obra de Bonnie Garmus. Un exitazo internacional, lo cual me hace comenzar por el final, por los agradecimientos. Cualquiera que los lea y vea la legión de gente implicada en la promoción y lanzamiento de este libro comprobará que su éxito no ha sido casual, sino tan programado como máximo se pueda programar cualquier éxito literario. En ocasiones esto puede ser una crítica: como los grandes grupos editoriales tienen capacidad para decidir cuál de sus títulos va a tener más éxito de ventas antes de que haya pasado por las manos de un solo lector, a veces endilgan a sus lectores librillos bastante flojos, por no decir auténticas birrias, confiando en que, si por chiripa el texto gusta, el éxito literario sea apabullante y, si no, se quede en «éxito» de mercadotecnia. Por supuesto, esos títulos no son elegidos al azar; lo que quiero decir es que, por supuesto también, no siempre pueden elegir entre textos con garantías, y de ahí la necesidad de dar trabajo al azar.
Pero hay casos, como yo diría que es este, en los que el esfuerzo promocional tiene una buena excusa o, lo que es lo mismo, menos componentes dejados al azar: hacía falta ser muy tonto para no darse cuenta de que Lecciones de química tenía enormes posibilidades de gustar a un público amplísimo en un montón de países, dada su temática y los recursos que utiliza. Así ha sido: publicado por primera vez en Estados Unidos en enero de 2022, muy poquitos meses después ya estaba en traducido a varios idiomas y en un sinfín de librerías. Raro es el lector que habla mal de este libro, y no seré yo quien lo haga
¿Por qué Lecciones de química es una novela tan atractiva?
Primero, por la protagonista, omnipresente en todas sus páginas: Elizabeth Zott es, a principios de la década de 1950, cuando comienza la historia, una mujer admirable: tiene juventud, cultura, una inteligencia aguda y un ánimo despierto, es química y tiene una acusada vocación investigadora, y posee un atractivo seductor del que no hace caso porque, por encima de todo, tiene una personalidad arrolladora cuya única voluntad es la de vivir su vida conforme a sus propios gustos y ambiciones.
Segundo, porque el cariño del lector hacia un personaje guarda relación directa con las tribulaciones que éste afronta, y, no digamos ya si además son injustas. Y Elizabeth Zott, que además se ha sobrepuesto con brillantez y esfuerzo a unos orígenes complicados y hasta odiosos, se enfrenta a un montón de problemas e injusticias, todos con una misma causa.
Tercero, porque el personaje protagonista se sabe rodear de otros personajes a su modo tan perdedores y heroicos como ella: su propia hija, capaz de desarrollar una inteligencia y unas facultades fuera de lo común para una renacuaja de su edad; el perro que acoge, listo de por sí y sabio gracias a su dueña; un marido brillante en lo profesional y desastroso en todo lo demás, especialmente en las relaciones humanas; la vecina generosa con problemas matrimoniales; o el bienintencionado productor televisivo sobrepasado por cuanto le rodea.
Cuarto, porque frente a los buenos están los malos. Y cada personaje es claramente o lo uno o lo otro. Para el lector tomar partido no es fácil, es inevitable. Además, los malos son más mezquinos que inteligentes, lo que sitúa el combate no en el terreno de la lucha de habilidades sino en el de la justicia y la injusticia: ¿cabe mayor injusticia que el triunfo de unos malos que, para colmo, son torpes, mediocres y jactanciosos? No. ¡Nada puede causar más desazón que ese triunfo! Por eso, y gracias a lo burdo y descarado de esa maldad, el lector no deja de esperar que la justicia, de tal evidente como le resulta, brille en cualquier momento.
Quinto: el entorno. Hay tres escenarios muy atractivos: el de la investigación científica puntera, el del éxito mediático y el lado oculto de ambos: la vida doméstica de sus protagonistas, con todos sus brillos y miserias.
Sexto: como leiv motiv de la acción, a la duda de si triunfará la justicia se une el misterio, traído a la novela de la mano de los orígenes de un personaje muy presente al principio y que nunca llega a irse: el joven y deslumbrante investigador Calvin Evans. Un tipo que antes de los treinta años ya suena como candidato al Nobel.
Séptimo: el humor. Todo está narrado con una pátina de humor (basado en el cariño a la protagonista y a su entorno más cercano) que mueve a la sonrisa cuando los estrafalarios héroes afrontan y superan los problemas y a la frustración y la melancolía cuando les llueven los palos. El humor es importantísimo en este libro, porque si bien el lector se solidariza con la temperamental protagonista gracias a las injusticias que sufre y a su capacidad de superación, no es menos cierto que Elizabeth Zott es –en defensa propia o, más bien, en defensa de sus principios- también una pequeña dictadora que no duda en hacer de su capa un sayo sin respetar la voluntad, por ejemplo, del pequeño productor local que se ha jugado en ella el dinero de la productora y hasta su puesto de trabajo. Sin ese humor, el personaje quizá sería visto de un modo más amargo y menos amable.
Octavo, porque Elizabeh Zott alcanza el éxito gracias a ser ella misma. No el éxito que ella busca, pero sí el éxito que busca la autora: que se le reconozca al personaje su valía por lo que es. ¿Cómo no sentirse identificado por alguien cuya única referencia de éxito es ella misma? ¿Acaso alguien aspira a ser juzgado por una vara de medir distinta de su propia personalidad? Que la valía triunfe incluso allí donde no tenía previsto aparecer, consuela y anima.
Noveno, porque Elizabeth Zott es una rebelde que lucha contra la sociedad. Como don Quijote, es ella contra el mundo por una buena causa. Y qué atractiva es la rebeldía, ¿eh? Elizabeth-Quijote es tan consecuente en sus convicciones que es capaz de luchar incluso contra su propio éxito no buscado.
Y, décimo, con lo que llego al meollo del argumento, el cual, unido a lo que llevo dicho, sin duda justifica el éxito de esta novela: ¿Cuál es el origen de todos los males de Elizabeth Zott?
El machismo.
Es decir, un asunto de la máxima actualidad, que implica a todo el mundo y en el que todos podemos reconocernos unas veces en el lado bueno y otras en el malo. Unas veces por acción, otras por omisión; unas por convicción buena o mala, y otras por conformismo siempre malo.
Al transcurrir la acción en la década de 1950 y los primeros años sesenta, momentos en los que rol social de la mujer no era, ni de lejos, el actual, Bonnie Garmus consigue mostrar el machismo de modo natural (y esta naturalidad creo que es la esencia del libro) creando una protagonista que, simplemente, quiere ser una mujer normal según los parámetros actuales, pero hace setenta años.
No hacen falta muchas líneas para dejar claro que tal ambición en esa época es, en realidad, una osadía de satisfacción que parece imposible: la mujer está relegada al hogar o, en el mejor de los casos, a labores secundarias y no reconocidas; es un mero apéndice profesional del que los hombres pueden servirse; está sometida a una dictadura moral que contrasta con la laxitud ética que los hombres se reservan, lo que facilita, por ejemplo, las agresiones sexuales; no pueden moverse sin topar con una muralla y todo el sistema confluye, al final, en que las mujeres no solo carecen de voz para reivindicarse sino también para protestar. De hecho, la protesta se suele volver en su contra, agravando los problemas y estimulando, por tanto, la sumisión.
A ese mundo se enfrenta la protagonista, con una actitud decidida, desafiante y rebelde. Y ese mundo le depara sopapos sin fin, lo que provoca el afecto y la solidaridad del lector; tantos y tan intensos sopapos recibe Elizabeth Zott que parece rendirse (y entonces el lector se angustia) pero, como digna protagonista de una epopeya, su capacidad es tanta que sale a relucir incluso en las circunstancias más desfavorables. El triunfo allá donde no quería estar (porque quien vale, vale) es lo que, finalmente, abre las puertas al éxito buscado y por supuesto merecido.
El camino a la cumbre rara vez es el más recto. Este libro nos cuenta, con habilidad y humor, que los obstáculos a sortear incluyen, para la mitad de la población, a una parte considerable de la otra mitad.
Y concluyo por el final, no para contarlo sino para señalar que quizá sea lo menos logrado: un tanto peliculero y sensiblero, cuya única virtud es la de permitir dar un rápido vuelco a la situación para encarrilar la historia hacia un desenlace sin sabor amargo. Más bien, a mi juicio, tan justiciero y dulzón que pierde la naturalidad a la que antes he aludido.
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