En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

jueves, 19 de enero de 2023

El Ejército Furioso – Fred Vargas

 



Serie Adamsberg, 8


Empiezo a pensar si la estrambótica brigada Anne Capestan, de Sophie Hénaff (dos novelas que me gustaron mucho y que están reseñadas en el blog) no se habrá inspirado en parte en la extravagante brigada que el comisario Adamsberg ha ido formando en las dos o tres últimas novelas de la saga que he leído y que fueron publicadas bastante antes: junto al comisario, cuyo método de investigación consiste, básicamente, en pasear pensando en las musarañas y en olvidarse del caso mientras se fija en cada mosca que pasa, tiene a su número dos, el comandante Danglard, un policía alcohólico con cinco hijos y con una cultura enorme, erudita; a un teniente antiguo rival de juventud en el Bearn, también siempre dispuesto a saltarse las normas siguiendo unas inspiraciones tan espirituales e intuitivas que no desmerecen a las de su jefe, un tipo con mechas rojizas naturales que, además, declama versos a todas horas; sigue la versátil e imponente figura de Violette Retancourt, tan próxima a una gigante estoica y todopoderosa; añadamos la agente que acumula comida por todas partes, el que se sabe las preferencias de todos a la hora de comer, el que se queda dormido a todas horas y en todas partes… En fin, una banda de lunáticos capaces de todo eso y de acoger gatos en la comisaría, esconder bebidas, habilitar dormitorios delante de una máquina de café… ¿Por qué no, si al fin y al cabo su jefe tiene una cornamenta de ciervo en el suelo del despacho procedente de uno de los últimos casos, en Normandía?

          Y allí es donde vuelve la acción, porque el Ejército Furioso al que alude el título es un fantasmal ejército compuesto por guerreros mutilados y medio despellejados que, según una ya milenaria leyenda local, puede ser visto por las noches por cierto camino llevando consigo a varios prisioneros, gente de la zona que en realidad está durmiendo a pierna suelta en su casa, pero que, por el hecho de haber sido vistos con el ejército, se saben condenados a muerte. Estos prisioneros, además, suele ser lo mejorcito de cada casa. Vamos, que el ejército, además de furioso es justiciero.

Y ocurren dos cosas: la primera, que cierta joven dama de pecho opulento y tentador y perteneciente a una familia desarrapada y medio pirada ha visto al ejército, y que uno de los prisioneros vislumbrados ha sido luego hallado muerto. ¿Suicidado o asesinado? El capitoste policial del lugar, un tipo también rarico, con ínfulas de mariscal de campo napoleónico, piensa en lo primero. Adamsberg no pinta nada en este asunto, pero la vela en el entierro se la da la madre de la dama presentándose en París para contar la película. Una película tan extraña que no puede dejar de atraer una mente como la del comisario.

La segunda es que mientras tanto, en París, alguien ha achicharrado un lujoso coche con un anciano potentado dentro. Un tipo tan bien relacionado con las altísimas esferas que la cabeza Adamsberg puede caer en cualquier momento si no soluciona el caso de inmediato y detiene al principal sospechoso: un pirómano, un chispas aún joven, pero ya viejo conocido de la policía, que a ojos o a las sospechas de muchos parece beneficiarse de las intuiciones (o locuras) del comisario.

Para complicar aún más el asunto Adamsberg quiere averiguar quién ha sido el malnacido que ha puesto la trampa para palomas en la que ha caído la que han rescatado en la acera, frente a la comisaría. Adamsberg ha acogido en su casa al palomo, y el maltrecho animalico también le acompañará a Normandía. Al comisario y a su hijo recién descubierto en la novela anterior; un personaje en gran medida parecido a su padre.

Ni que decir tiene –para esto está la literatura- que Adamsberg encuentra el modo de encargarse del primer caso, de culebrear en el segundo para que no le pase nada pese a los riesgos que asume y que, además, el azar le planta en las narices a alguien que algo puede decir de ambos casos. Todo muy fantasioso, pero, aunque monumentalmente irreal, con la verosimilitud necesaria para hacer disfrutar de la literatura.

Esta novela, marca de la casa Fred Vargas, se disfruta, pese a que continúa por el camino de introducir en el planteamiento elementos supuestamente sobrenaturales que presentan cierto atractivo para el lector, amén de la deriva del protagonista hacia una extravagancia cada vez más clamorosa.

La única objeción que le pongo es que para entender la novela en plenitud es necesario haber leído en orden todas las anteriores, especialmente las dos o tres precedentes. Y, a ser posible, que no transcurra mucho tiempo entre esas lecturas, para no olvidar los principales detalles y las circunstancias de los personajes que se van incorporando al show.


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