Si el hiperactivo Boris Vian no hubiera muerto en 1959 a los 39 años (de un infarto mientras asistía de incógnito al estreno de la adaptación cinematográfica de «Escupiré sobre vuestra tumba», de la que se había visto expulsado tras enfrentarse a guionista, productor y director) a saber dónde hubiera llegado. Y quizá hubiera alcanzado a vivir el reconocimiento literario que así le llegó post mortem. Que se mueran los feos, publicada cuando Boris Vian tenía 28 años, vio la luz bajo el seudónimo de Vernon Sullivan (inspirado en dos músicos de jazz), uno de la casi treintena de seudónimos que utilizó en su vida.
Que se mueran los feos está protagonizada y narrada en primera persona por el californiano Rock Bailey, un guaperas rubio, alto, musculoso, de diecinueve años y medio por el que se pirran todas y cada una de las chicas que se cruzan con él, las cuales intentan, sin ningún disimulo, pero en vano, llevárselo a la cama. Pero es que Rock se ha prometido llegar virgen a los 20.
La primera prueba a que debe someter su determinación le llega pronto: al salir a oxigenarse del garito donde anda divirtiéndose, evitando las acometidas de sus amigas y, en especial, de una muchacha con el discreto nombre de Sunday Love, es secuestrado y aparece desnudo en una habitación en la que pronto entra, con igual vestimenta y no poco cariñosa, la mujer más hermosa que vieron los siglos. Qué sucede, lo sabrá quien lea el libro, pero a partir de ese momento se desencadena una historia vibrante, enloquecida, absurda y plena de humor en la que se mezclan componentes negros y distópicos para zambullir al lector en el mundo de la belleza sensual arrebatadora y el deseo desenfrenado. Si Millás y Arsuaga decían en su primer libro conjunto que la evolución se explica o por la adaptación al medio o por el sexo, en Que se mueran los feos encontramos esta última idea llevada al extremo: la selección natural devenida en artificial con criterios puramente estéticos. ¿Se imaginan ustedes una humanidad formada por seres de una belleza escalofriante?
Bueno, pues imagínenselo. Quizá ahora, tan atrás ya 1948, cuando la novela se publicó, no andamos ya tan lejos de esa situación por culpa de la proliferación de cirugías estéticas para escapar de la vejez que transforman a los operados en clones; quizá entonces lleguen a misma conclusión que la novela: que acabamos atraídos por lo distinto. En el mundo de los guapos el feo es rey.
Junto al argumento, original, bien organizado y que juega con personajes caricaturescos inspirados en tópicos de la ficción (sobre todo cinematográfica), como los profesores chiflados, las conspiraciones para hacerse con el poder absoluto o los personajes con manías, lo que destaca es el inteligentísimo humor de Vian, que se apoya en la falta de miedo de los personajes -que no en su falta de prudencia- en las ingenuas, utilitaristas y directas consideraciones que hacen, en la relativización de los principios para justificar la caída en la tentación, en el natural modo en que la realidad digiere lo absurdo, en el pragmatismo y en la hipérbole.
Un clásico de la literatura de humor.
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