Magnífica novela negra, que logra ser distinta al resto sin alejarse ni un paso de la esencia del género
Porter Wren es columnista especializado en sucesos en un diario sensacionalista neoyorkino. Su éxito se basa en la combinación de datos exclusivos y truculentos. Su esposa es una prestigiosa cirujana especializada en operar manos. Ambos viven, con dos niños pequeños, en una casita milagrosamente escapada a la especulación del suelo. El relato, en primera persona, es extraordinariamente pormenorizado, como si fuera cuestión de respeto hacia el lector informarle de todos los detalles de la realidad, vengan o no a cuento; el resultado, sin embargo, no es la divagación, sino que el lector acaba conociendo los pensamientos y sentimientos del protagonista con tal intensidad que no le cuesta nada meterse en su pellejo.
La historia de fondo, que durante buena parte de la novela germina oculta tras toda esa palabrería no vana, es turbia, con una «mujer fatal» a la altura de las más elevadas expectativas: la joven viuda de un joven y revolucionario cineasta, una mujer aparentemente rica, con un nuevo novio y que contacta con Wren no exactamente para pedirle algo. O sí, pero a su manera. Caroline Crowley es tan protagonista como Porter Wren, sino más, porque mientras Wren actúa, Caroline es un misterio.
Qué pide o deja de pedirle Caroline a Porter es lo de menos (aunque sea importante para el argumento), porque lo interesante son las implicaciones que mezclan a esos dos personajes (en el fondo, débiles socialmente) con el poder policial, con el político y con el mediático en una trama donde convergen y se entrecruzan diferentes historias e intereses de forma compleja pero ordenada y clara, con un ritmo intenso, contundente y con una acción que deambula por Nueva York mostrando un paisanaje variopinto. El ambiente periodístico, el del cine, el político y policial... Son mundos literariamente atractivos. Hay libros que avanzan grácilmente, como un pájaro en el aire, prescindiendo de toda floritura; otros, que intentan abarcar más, acaban dispersándose; pero Manhattan nocturne, que no solo es una trama sino la vida de quienes la protagonizan, avanza con la solidez de una apisonadora. La habilidad de Colin Harrison logra que el protagonista no solo «investigue», sino que sea parte del juego e incluso víctima; no es el único personaje que combina papeles, con lo que los polos de atracción se multiplican. Aunque el lector, arrastrado por la historia, no se da cuenta cabal, con el paso de las páginas nuevos misterios, dudas o intrigas se acumulan a los anteriores, logrando el efecto de una tensión creciente que permite un final no por claro y ordenado menos contundente.
Y, de fondo, las debilidades humanas y, cómo no, la debilidad que provoca la belleza.
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