He leído esta breve novela de cortos capítulos y letra grande a lo largo de varios solitarios cafés. Se presta mucho a esa agradecida costumbre tanto por estas características como por el tono amable y sencillo, que hace que, cuente lo que cuente la autora, el lector se relaje y lea sin prisa una novela que no hace falta leer deprisa para acabar pronto.
Luna llena, de la escritora canadiense de origen japonés Aki Shimazaki, forma parte de una especie de trilogía en la que cada novela está protagonizada por una parte de una misma familia. Curiosamente, Luna llena, la segunda novela de la saga, fue publicada en España antes que la primera: Suzuran. La tercera entrega, Una joven en Tokio, es muy reciente: de abril de 2025.
El matrimonio Niré, ya jubilado, se ha ido a vivir a una confortable residencia geriátrica donde disfruta de una buena habitación. La razón fundamental para haber dejado el hogar es que los hijos ya son mayores y están independizados, y que la esposa, Fujiko, tiene Alzheimer. Ella y su marido, Tetsuo, se conocieron y casaron gracias a un miai, que es tanto como decir que el suyo fue un matrimonio convenido, no por amor. Pero es que, claro, eran otros tiempos. Sin embargo, hasta la fecha el matrimonio ha funcionado bien, al menos en apariencia.
La enfermedad provoca olvidos, algunos crueles, pero también desata la boca, por la que empiezan a salir cosas que no es sencillo saber si responden a la verdad o a la confusa fantasía de una mente deteriorada. Lo cierto, en cualquier caso, es que a raíz de los disparates, o no, de Fujiko, Tetsuo se ve obligado a recapacitar sobre su vida y, en especial, sobre su matrimonio. Es así como descubre cosas que no sabemos si hubiera preferido ignorar, pero es así, también, como se topa con una oportunidad.
De si la aprovecha o no da cuenta el final, que sabrá quien lea la novela, y que a mí, la verdad, no me ha parecido tan bonito como podía haber sido. ¿Por qué? Porque se ve venir de lejos, lo que resta toda emoción al texto. Por suerte, lo que se pierde en emoción se gana en placidez, que tampoco está mal.
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