Nueva
entrega del comisario Adamsberg, la más movida desde el inicio y no solo porque
la acción vuele en varias ocasiones de París a Quebec, sino porque la
incertidumbre sobre la suerte del protagonista produce una tensión narrativa inédita
en las anteriores novelas de la serie.
Adamsberg,
tan peculiar, tan irracional o, más bien, tan intuitivo, se enfrenta al
recuerdo de una serie de casos, uno de los cuales afectó a su hermano, inocente
que a punto estuvo de ser declarado culpable de un crimen que no podía recordar
si había cometido o no. Una desmemoria que, además, opera como una tortura
perpetua. El modus operandi a través del cual muchos inocentes (para el
comisario) han acabado en la trena, se había repetido a lo largo de los años,
pero Adamsberg, aunque había llegado a detectar los casos, no había logrado esclarecer
nada.
En este
entorno, el comisario y sus chicos viajan a Quebec a hacer un curso sobre
«policía científica», y allí le sorprende un nuevo crimen de la serie.
Aunque
se trata de una trama «de laboratorio», irreal, está bien narrada y tiene
verosimilitud, si bien hay algunos puntos débiles en torno a la historia y a
algunos personajes en los que la autora no llega a entrar porque no le interesa.
Bajo los vientos de Neptuno recurre al viejo pero efectivo truco de transformar
al héroe en víctima, para provocar la angustia de un lector que si ha llegado
al quinto libro de la saga es porque ya tiene en la suficiente estima al
comisario.
Una
novela de buena factura, entretenida, con bastantes puntos peliculeros y
personajes en general demasiado nítidos, blancos o negros sin apenas grises. Una
novela que se sale un poco de la norma en las anteriores (ver, observar, dejar
que las cosas sucedan) con una principal pega: el malo malísimo parece sacado
de una ínfima peliculeja, con lo que el conjunto produce una sensación de
«novela negra de salón». Una historia más centrada en plantear un misterio y aclararlo que en contar nada del ser humano. Entretenimiento puro y duro.
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