Breve
obra en la que se narra, reconstruidas como la experiencia de una mujer, las
desventuras de la autora y alguna otra persona, incluida alguna de su familia,
cuando decidieron ayudar a una indigente que no tenía ni dónde dormir.
¿Y en
qué consiste «apoyar»? En ayudarla a conseguir una prestación pensada, en
teoría, para ayudar al excluido. Unos poquitos euros al mes que por sí solos no
bastaban para pagar una habitación y comer.
Pero lo que
se encuentra la protagonista al decidir ayudar a la indigente no son solo algunos trámites sino una muralla de
problemas. Los que dan título al libro son los administrativos: algo tan básico
como que la administración debe poder relacionarse con el ciudadano para pedirle
esto o lo otro, o decirle que sí o que no, se convierte en un mayúsculo follón,
en un imposible cuando tu lugar de residencia es cada día un rincón y cuando ni
siquiera puedes pagarte un teléfono para estar localizable; por no hablar de
las cautelas legales que para prevenir listillos o, simplemente, para acotar beneficiarios, se vuelven contra el más
vulnerable, como ocurre en este caso con el requisito del empadronamiento, amén
de la completa vulnerabilidad de quien nada puede, nada sabe y nada espera ante
funcionarios que, humanos como son, no siempre atinan a saberlo todo –sobre todo
cuando llegan casos atípicos- y entre los cuales siempre es posible topar con
alguno manifiestamente mejorable. En resumen, el mundo no está pensado para los
excluidos, y la ayuda al excluido está pensada por el no excluido; por eso se
dan paradojas como que a personas sin techo les lleguen, procedentes de bancos de alimentos, productos
–legumbres, arroz…- que de poco sirven a quienes, careciendo de techo, carecen
también de cocina donde hacerlos comestibles.
Junto a
todos estos problemas el libro refleja también, o quizá incluso mejor, los
prejuicios de la sociedad manifestados en multitud de pequeños detalles, como
por ejemplo las miradas que la gente le echa a la desdichada protagonista el
día en que la mujer que la ayuda le regala un móvil: el teléfono, que para la
indigente es su única posibilidad de protección ante las agresiones que
regularmente sufre, así como su único medio de contacto con el mundo –con la
Administración y hasta con sus conocidos-, a ojos de muchos es un lujo
superfluo: «Mírala, aquí pidiendo, pero con móvil». Y como este ejemplo, unos cuantos más.
Mención
aparte merece la referencia que la obra hace a la creencia demasiado corriente de
que a quienes nada tienen se les regala todo y se benefician de un sinfín de
ayudas que, en opinión de quien eso creen, fomentan la vagancia y el
parasitismo. La realidad que muestra este libro, en cambio, es bien distinta:
apenas hay ayudas; las que hay, tienen condicionamientos draconianos; las que
los políticos anuncian a bombo y platillo como nuevas rara vez aportan nada
porque sustituyen a otras ayudas que desaparecen; cuando llega la ayuda, llega
tarde; además, son temporales y, para colmo, apenas sirven para mitigar aquello
que pretenden paliar. Como varias veces repite la autora, ¿cabe mayor urgencia
social que la de quien no tiene ni dónde meterse a la noche siguiente ni dónde dejar sus cosas?
Una
obra breve, muy bien escrita, que no pretende juzgar sino mostrar (y lo
consigue), y que posiblemente cambiará muchas cosas en la mente de quienes la
lean.
Leedla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario