Muy buena
y breve novela con protagonismos alternativos. El de una mujer loca, de tendencias
suicidas y dada a la poesía; el de su hermano y, también, el de una camarera e
incluso el del hermano de esta.
La crueldad
de abril, que transcurre en un ambiente social de pobreza, entre vagabundos,
parados y bares de mala muerte, parte de un crimen tan aparentemente absurdo como todos los
animados por el odio. Absurdo porque ni siquiera el delincuente gana algo
distinto de liberar su veneno.
La
conjunción de varios «dejarse llevar» por las emociones, afectos y pasiones
suele acabar mal tan pronto como una sola cosa se tuerce. Junta a unas cuantas
personas sin oportunidades, ni presente del que sentirse orgullosos ni futuro,
y que algo acabe mal es cuestión de tiempo. Es lo que ocurre en esta novela, en
la que cada personaje anda movido por su propio interés y todos ellos son más o
menos obsesivos, porque cuando la vida no te da ninguna oportunidad, el refugio
consiste en centrar la atención en una sola cosa: un amor, las drogas, una
meta, un odio, una venganza. Algo que dé sentido al día a día o,
alternativamente, evite pensar en él.
Un crimen
tan sórdido que no interesa a nadie, si no es a los pocos, muy pocos, que
sienten haber perdido algo en él. Cómo ellos, desde la soledad y sus
limitaciones, intentan hacer justicia, es el motor que mueve La crueldad de
abril, una crueldad enorme porque la vida, que es quien en realidad dispone en muchas ocasiones, discurre por sus propios cauces.
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