En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

miércoles, 5 de diciembre de 2018

Permafrost – Eva Baltasar





              Escrita originariamente en catalán, Permafrost, primera novela de Eva Baltasar, ha sido mencionada en algunos lugares como una de las grandes novelas de 2018. No sé quién se ha leído tantas como para poder juzgar algo así, pero en mi opinión simplemente es una buena novela, una obra interesante que merece la pena leer, pero que no destaca por encima de otras de gran calidad.

              Escrito en primera persona por una mujer cuya edad parece constante a pesar de los años que transcurren desde el inicio al final, la escasa longitud de los capítulos y la claridad del lenguaje permiten una lectura ágil y rápida. Casi puede leerse de un tirón.

              El «permafrost» es la capa de tierra que permanece siempre congelada en ciertos puntos del planeta, y alude a la fría coraza tras la que se refugia la protagonista, la cual vive en un mundo interior completamente ajeno al exterior, con el que mantiene unos vínculos formales que no acaba de entender, en especial con su madre, una madre que en lo que se cuenta de la novela parece más perturbadora para la protagonista de lo que al leerla resulta; todo lo soporta la innominada protagonista con una suerte de humor que mezcla ironía, resignación y adaptación. Es su mundo interior el que nos cuenta desde las páginas de Permafrost.

              Es así como conocemos a una mujer que quiso estudiar Bellas Artes y acabó estudiando otra cosa, y cuyo objetivo en la vida parece ser leer y dejar pasar el tiempo hasta encontrar el momento adecuado para suicidarse no se sabe muy bien por qué, si no es porque no ha acabado de encontrarse a sí misma y, donde menos se ha encontrado, es donde la esperan su madre o su hermana. Sin embargo, no se trata de una confesión dramática, sino que tiene un permanente punto de humor, como si el suicidio fuera una especie de travesura para escapar de una vida que no resulta dura ni trágica, sino simplemente tan incomprensible que intentar aprehenderla es un aburrimiento.

              Los coqueteos con el suicidio corren paralelos a una intensa pulsión sexual también afectada por cierta desorientación: no se sabe por qué la innominada protagonista va y viene del sexo; si buscando afectividad, solaz o nada en absoluto. Como además es lesbiana en un entorno familiar donde nadie lo es, la sensación de soledad aumenta, porque aunque todos lo aceptan no dejan de experimentar cierta curiosidad hacia ella.

          La historia está bien narrada y resulta interesante, pese al desconcierto que produce la sensación de que quien se dirige al lector a los cuarenta y tantos años es la misma jovenzuela que se fue a estudiar con veinte. ¿Pero una historia para llegar dónde? A un final inesperado, un tanto “jaramesco”, pero telegráfico y a años luz de la fuerza del de Rafael Sánchez Ferlosio.




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