En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

sábado, 14 de diciembre de 2024

Selección de lecturas de 2024

 

Por si dan ideas para las lecturas de estos días, aquí van en orden más o menos cronológico unas cuantas novelas que me alegro de haber leído a lo largo de este año, y una telegráfica explicación.

 

Las tres novelas de Domingo Villar, por lo que de descubrimiento ha tenido y por cómo en ellas se ve la rapidísima evolución de un escritor desde la normalidad a la maestría: Ojos de agua, La playa de los ahogados y El último barco.



Betibú, de Claudia Piñeiro, por lo que tenido de descubrimiento.

Un viejo que leía novelas de amor, de Luis Sepúlveda, del que ignoraba que, con motivo, había vendido millones de ejemplares.

Tres enigmas para la organización, de Eduardo Mendoza, porque Mendoza es un maestro y en este libro ofrece un nuevo registro humorístico muy diferente al que nos tiene habituados.


Testigo de un tiempo incierto, de Javier Solana. Por su concisión y claridad en la exposición de asuntos complejos, y por el valor de su testimonio como protagonista y testigo.  



Jérôme Lindon, de Jean Echenoz, un pequeño librito que explica, desde la experiencia, el agradecimiento y la emoción, el papel de un buen editor.


La chica del verano y Mi querida Lucía, de la Vecina Rubia, porque son entretenidos y porque estoy disfrutando viendo su evolución y el modo en que se enfrenta a los prejuicios y poco a poco los vence.


El museo de cera, de Jorge Edwards, por el modo en que conjuga calidad, originalidad y tradición y por ofrecer un mensaje.



Las primas, de Aurora Venturini, porque es un libro breve, extraordinario y enriquecedor.



El malogrado, de Thomas Bernhard, por su calidad, porque así he conocido al autor, y porque encontré el momento adecuado para leer un libro exigente.



El holocausto español, de Paul Preston, porque su rigor, por el prestigio de su autor, y porque aún me avergüenza mi ignorancia sobre estos temas. 



Crímenes pregonados, de Rebeca Martín, porque es un gran libro, riguroso, claro, que siendo ensayo mejora cualquier novela negra y te explica la sociedad de una época.



España diversa, de Eduardo Manzano Moreno, porque en momentos de gran tergiversación conviene que los ignorantes nos pongamos en manos de historiadores contrastados.



Últimas tardes con Teresa, de Juan Marsé, porque es una obra maestra.



Imposible, de Erri de Luca, por su inteligencia y la agudeza de sus reflexiones.



Arena negra, de Cristina Cassar Scalia, porque me hizo disfrutar de la lectura de evasión.



El hotel New Hampshire, de John Irving, porque es una obra maestra con oso incluido.



El silencio y la cólera, de Pierre Lemaitre, porque este autor me chifla.



Culpas compartidas, de Michael Hjorth y Hans Rosenfeldt, por el mérito que tiene mantener así el interés en una saga.



Comandante de la ciudad de Bugulmá, de Jaroslav Hasek, porque es magnífico, breve y, dada la biografía de su autor, permite reflexiones profundas y contradictorias.


El jinete polaco, de Antonio Muñoz Molina. Porque es una obra maestra y porque me debía leerla.



jueves, 12 de diciembre de 2024

Antonio Muñoz Molina – El jinete polaco

 


Muchos empezarían a leer a Antonio Muñoz Molina por Beatus Ille (1986), El invierno en Lisboa (1987), Beltenebros (1989) o El jinete polaco, que publicó en 1991 con solo 35 años. Menudo carrerón, ¿eh? Yo, en cambio, he tenido la suerte de conocerlo y apreciarlo por obras posteriores (además de Beltenebros) para acabar dándome primero un banquetazo con El invierno en Lisboa y ahora otro, mucho mayor y aún más y deseado, con la obra que ahora reseño. Para la mayoría El jinete polaco es la mejor novela de su autor. No tengo tan claro que el camino lector inverso permita engolosinarse así, porque esta obra y El invierno en Lisboa son difícilmente superables.

De un modo confuso solo en apariencia, este libro de autoficción mezcla, como ya avisa el autor en el prólogo, los proyectos de tres novelas distintas, que se funden en una gracias a que los personajes de todas se entrecruzan por los avatares de la vida y el parentesco. 

El jinete polaco que da título a esta obra es un cuadro de Rembrandt un tanto misterioso: ¿Quién es ese jinete armado que no se sabe si viene o si va, ni de dónde ni a dónde, ni si al anochecer o al amanecer, ni si contento por llegar, por marchar, por ir a guerrear o por haber terminado de hacerlo, con una edad indefinida...?

Algo así, alguien que no acaba de conocer su posición en el mundo, es el personaje principal de esta obra, el narrador, trasunto del autor, que desde su memoria de niño y adulto cuenta la historia de varias generaciones en Mágina (Úbeda, su localidad natal), con alusiones a personajes de novelas que al menos ya debían bullir en la cabeza del autor, como Lorencito Quesada, el protagonista de la humorística Los misterios de Madrid (1992).

Llama la atención que el detonante de la escritura fuera la repentina idea de qué profesión dar al protagonista. Muñoz Molina lo cuenta en el prólogo, y es cierto que la profesión es clave en el devenir de la obra no por su contenido, sino por el tipo de vida que permite.

El jinete polaco nos habla de un pueblo anclado en el pasado, donde todos trabajan hasta la extenuación sin salir de la pobreza. Manos y bestias de carga. Nada más hay para ganarse la vida en la huerta y los olivares. Calor en verano. Frío en inviernos con olor a humo, que es el olor del pobre, dice Muñoz Molina. En esa sociedad paupérrima sobresalen algunos personajes, como el médico o la misteriosa familia de la opulenta Casa de las Torres, donde se dice que apareció, emparedada y momificada, una bella mujer. Una sociedad herida por una guerra cuya razón de ser escapa a las entendederas de la mayoría. Una sociedad, también, herida de muerte por un progreso tecnológico que arruina el futuro que durante generaciones habían aguardado a los hijos de Mágina.

Pero el protagonista, marcado por su adolescencia relativamente solitaria y un amor no correspondido, reducido su pequeño mundo más a su barrio que a la entera localidad, no ve el momento de largarse de allí. Los cambios sociales se lo ponen fácil. Deja de haber trabajo en el pueblo, pero también es posible estudiar y comienza a extenderse la clase media: quien más y quien menos de los que se quedan, tras casi tres décadas de penurias empiezan a tener acceso a lujos: la luz eléctrica, la radio, la tele...

Deambulando en el tiempo y en el espacio vamos conociendo la vida de diferentes personajes, unos emparentados y otros no, cuyo nexo común es Mágina. La excusa para la narración es la súbita historia de amor que ha irrumpido en Nueva York, casi en en tiempo presente (esto es, los años 80), en la vida el protagonista, hasta ese momento un adulto no muy entusiasmado con la vida, por no decir que decepcionado, a pesar de que sus ambiciones de adolescente se han cumplido. La necesidad de darse a conocer ante esa mujer y también de conocerse a sí mismo para saber por qué en ella siente haber alcanzado su destino es lo que le impulsa a recordar. Y así es, a través de los recuerdos propios y prestados por quienes le precedieron y de alguna actuación inquisitiva, como se va desenmarañando todo, su propia vida, la de quienes le rodearon, la de algunos personajes sorprendentes tras su apariencia de mediocridad, alguna existencia trágica pero digna como consecuencia de la guerra que destruyó y paralizó vidas y personalidades, y hasta misterios que durante una buena parte de la novela más habían parecido leyenda que realidad.

Un paseo detallado por una época de cambios convulsos, el fin del campo y el auge de la ciudad, la revolución en los modos de vida, el tránsito de la libertad a la dictadura y de la dictadura a la libertad, aunque la dictadura fue tan larga que quienes perdieron la libertad en 1936 no eran ya quienes la lograron en 1976. La libertad llegó para unos adultos que no tenían ocasión de recordarla porque nunca la habían vivido; el resto, o ya no estaban o eran ya demasiado viejos como para disfrutarla en plenitud.

Estructura compleja, pero magistralmente ensamblada, lenguaje rico, potente, poderoso, pero sin grandilocuencias; al contrario, todo está escrito desde la reflexión sosegada que no por eso es clemente; tono sereno, reflexivo, tranquilo y constante. Una delicia para cualquier lector que aprecie la buena literatura.


lunes, 9 de diciembre de 2024

Una ofensa mortal – Louise Penny

 


    El número de asesinatos en el diminuto y apacible Three Pines amenazaba con convertirlo en lugar de ensueño solo para psicópatas y matarifes, e incluso con ponerlo en el mapa. Hace ya algo de tiempo que Louise Penny solucionó parcialmente lo primero jubilando y trasladando a vivir allí a su personaje, Armand Gamache, exjefe de homicidios de la Sureté du Quebec. De ese modo, aunque los fiambres aparecieran en otro sitio, como Gamache se llevaría el trabajo a casa su entorno no variaría, y la paz de Three Pines se vería preservada. Sobre lo segundo, lo de aparecer en el mapa, como cada vez era más insostenible la existencia, en pleno siglo XXI, de una localidad como esa ignorada hasta en la cartografía, Louise Penny ha intentado dar una explicación en esta obra. Es ingeniosa y sirve a su objetivo, pero no se la compro.

    Gamache está jubilado, decía, pero solo más o menos. Porque para esta ocasión, y sin entrar en cuestiones administrativas, ha sido repescado para dirigir la escuela donde se forman los futuros agentes.

    O se deforman.

    O lo han elegido porque se deforman.

    Y es que, recordarán los asiduos de la saga, la cúpula de la Sureté estaba un pelín podridilla y, al parecer, a a través de esa escuela también se dedicaban a la ganadería intensiva de corruptibles.

    Así que allá va Armand Gamache, a poner orden y valores, ambas cosas muy relacionadas, y a hacerlo con sus peculiares métodos, basados en la introspección y en que todo el mundo es tan pito como para captar todos los mensajes que esconde cada frase, imagen y situación, y tan dispuesto como para encontrar el tiempo necesario para pensar.

    Pero, inexplicablemente, Gamache no se deshace de algunos de los profesores más conflictivos. Y, más inesperadamente aún, cierto caballero aparece patas arriba en la escuela. El bueno rodeado de malos y con un sanguinolento follón despatarrado. He aquí el tomate del asunto.

    A partir de aquí, nos topamos con las cábalas del comisario y su amigable y extravagante entorno, los rodeos insólitos da igual hacia donde porque todos acaban llevando a Roma, y, la salsa de este libro, la comprometida posición del protagonista. A la duodécima entrega de la saga ya no llegan lectores masoquistas, solo fieles seguidores, por lo que toda penalidad del comisario acaba poniendo al fiel lector al borde del pampurrio.

    Así es como una novela que comienza lenta hasta el punto de resultar algo tediosa durante poco más de cien páginas, adquiere de pronto un interés morrocotudo que impide al lector soltar el libro hasta alcanzar el punto final.

    Y llegados a él, aconsejo leer las emotivas notas de la autora.

    Una buena novela, escrita con el orden, claridad y concisión de siempre, aspirando más a la eficacia comunicativa que al arte, que gustará a todos los fieles y que, como casi siempre he dicho, es ideal para leer en otoño o invierno, temporadas en las que el lector se ambienta mucho mejor en el frío y en las montañas de nieve que cubren Three Pines y las ciudades canadienses causando menos estropicio que tres copitos en España.




lunes, 2 de diciembre de 2024

Comandante de la ciudad de Bugulmá - Jaroslav Hasek

 



    «Un tema de debate y especulación es cómo se comportó Hašek en el Ejército Rojo, sobre todo en la época en que era comisario -y comandante adjunto- de Bugulmá», dice, al biografiar a Jaroslav Hasek, ese dechado de rigor que es la Wikipedia.

    En la introducción del ejemplar de la foto, que además de la obra que le da título contiene la que ahora reseño, Monika Zgustova afirma algo menos eufemístico al decir que Hasek, que tras desertar se había incorporado al Ejército Rojo, «llegó a ser un importante jefe militar cuando en octubre de 1920, durante la ausencia del comandante del departamento político del Quinto Ejército, fue nombrado su sustituto, cosa que significaba que estaba encargado de tomar todas las decisiones políticas del ejército que controlaba la Siberia soviética entera. Las últimas investigaciones han dejado claro que en el ambiente revolucionario ordenó un elevado número de ejecuciones».

    No me cabe en la cabeza que alguien pueda cometer ninguna atrocidad, pero no seré yo quien enjuicie hasta qué punto Jaroslav Hasek era o se transformó en un monstruo o se vio arrastrado por las circunstancias que le tocó vivir. Ni tengo otra información que la que acabo de mencionar ni me interesa hacerlo, dado que soy de la opinión de que la catadura moral de un autor no invalida la calidad de su obra ni su mensaje. Las incoherencias entre obra y vida van al debe de la persona, no de la obra. Y, por si faltase algo para completar el lío, la obra de Hasek es profundamente antimilitarista y, en lo esencial, posterior a los acontecimientos de Bugulmá.

    Cuento todo esto porque Hasek anduvo por Bugulmá a finales de 1920, esto es, a los treinta y siete años. 

    Como murió a cuatro meses de cumplir los cuarenta, en enero de 1923, está claro que escribió Comandante de la ciudad de Bugulmá poco después de su paso por esta localidad, que no sé cuántos habitantes tenía entonces. Ahora, 93 000. 

    Cualquier relación que tenga este conjunto de relatos que forman una historia completa con la realidad permite vislumbrar en esta momentos convulsos, donde pensar en matar para no ser matado podía ser una duda razonable e incluso inevitable; duda que mostraría, además, un modo de vida desquiciante, alienante, que transformaba en riesgo mortal mirar más allá del instante presente. Por eso, como el lapso entre esas intensas vivencias y la escritura fue tan corto, sorprende la intensidad del humor de estas páginas. No hay otra cosa más que humor, humor sin reservas en medio de muertes, huidas, encarcelamientos y constantes amenazas de fusilamiento, un humor que jamás busca la seriedad en el texto, sino en lo que cada lector extraiga de él, un humor que, conociendo la fuente de inspiración, solo puede ser obra o de un mayúsculo cínico o de un hombre tan desesperado que no se atrevía a mirar la realidad si no era a través de la deformación humorística. Probablemente por eso es también un humor violento y cruel, pero también una obra maestra.

    Este conjunto de relatos, más bien capítulos, cuenta la absurda llegada del protagonista, un Hasek que habla en primera persona, a la ciudad de Bugulmá, donde toma posesión como comandante; y luego narra sus peripecias hasta el final de su mandato, peripecias que consisten, básicamente, en revolotear en torno al puesto, ejerciéndolo o cediéndolo con el objetivo fundamental de preservar su propio pellejo. La sinrazón de todo se mezcla con los personalismos de cada cual y la sospecha de que nadie es leal a nada que no sea seguir vivo. La fidelidad a las personas dura lo que determina la conveniencia. Ni un segundo más. Como recurso humorístico, muy emparentado con el absurdo, Hasek recurre con frecuencia a los requisitos burocráticos para frenar las vías de hecho que, precisamente, son tales por prescindir de ellos. Vamos, que no puede usted fusilarme con ese rifle porque no es el arma reglamentaria, así que váyase usted por donde ha venido, so incumplidor, ¡que debería darle vergüenza fusilar de esta manera!

    La otra fuente de humor es el contraste entre el trato voluntariosamente cortés, educado, amable, casi exquisito, como si no pasara nada, que los personajes se empeñan en usar entre ellos, y las animaladas que a través de él se cuentan, traman, excusan y proponen.

    La historia tiene algo de cuento del ratón y el gato entre el propio Hasek y un mando militar que cuando no está intentado deponerlo y fusilarlo está cantando loas a su amistad. Ambos saben de su incompatibilidad y nefastas intenciones pero, sin embargo, ambos actúan como si ese comportamiento fuera natural, aunque, eso sí, el personaje Hasek es siempre piadoso y no se dedica a ir apiolando a nadie. Antes al contrario: hurta de la muerte a un buen número de personas.

    Que cada cual saque sus conclusiones sobre lo que esto último puede significar a la luz de las acusaciones que he señalado al principio, pero, en cualquier caso, Comandante de la ciudad de Bugulmá es, como la obra maestra de Hasek, Las aventuras del valeroso soldado Schwejk, un brillante alegato antimilitarista, pues ni una sola de las decisiones, todas caprichosas y absurdas, que toman en esta breve novela quienes detentan el poder de facto se sustentan en el interés del pueblo, y todas, en cambio, hasta las más violentas y salvajes, lo hacen en beneficio de quienes las toman. 


jueves, 28 de noviembre de 2024

Veneno mortal – Dorothy L. Sayers

 


El veneno, o es mortal o es un venenejo. El de esta novela es de los primeros. Cierto joven caballero, escritor y de vida y carácter un tanto cuestionables, ha sido envenenado, nos cuenta la autora desde el comienzo. Y aún nos dice más por boca del juez que acaba de presidir el juicio contra la acusada. A través del su señoría el lector comienza la novela conociendo todo el caso: lo que ocurrió, cómo ocurrió, las pruebas de cargo y las de descargo. Para la acusada todo pinta un tanto horroroso.

Pero hete aquí que el jurado… Bueno, ya lo verá quien lo lea. El caso es que Lord Peter Wimsey, joven y animoso ricachón muy dado a usar su cartera y su perspicacia en pro de la justicia y los menesterosos, decide que la acusada (que muy buena fama no llevaba por haber vivido «en pecado» con el apiolado, por ser escritora de novela negra y haberse documentado sobre el asunto de los venenos) es inocente cual palomita blanca. Y sin más argumento que su convencimiento moviliza su ingenio y sus recursos para intentar encontrar al verdadero culpable.

Su fe en sí mismo es tan irracional como su repentino enamoramiento, pero el desarrollo de los trabajados acontecimientos pende más de que la diosa chiripa se epifanice en el momento adecuado que de cualquier planificación.

Con cierta confusión de personajes al principio, ya que en el juicio cuesta saber quién es quién, la novela transcurre, una vez hecho este planteamiento inicial , contando el desarrollo de las argucias de Lord Peter, personaje recurrente en la autora, las cuales, además de con la chamba, tienen mucho que ver con su capacidad para infiltrar gente en los sitios precisos. 

Una novela negra de salón en la que la gracia del asunto radica en los peligros que asumen los infiltrados y, sobre todo, en el ingenio para explicar cómo se produjo el asesinato, el cual depende de un dato no sé si cierto o no, pero tan original como para justificar que el suspense se mantenga hasta el final. Que conste, sin embargo, que en un momento dado el quién queda claro, y  hasta el cómo parece estarlo; esto último ya no sé si por metedura de pata de la autora, por temas de traducción en un párrafo concreto o porque no me quedé erróneamente con un plural. Esa ¿metedura de pata? anticipa al lector atento cómo ocurrieron las cosas, aunque al final queda claro que no fueron exactamente así, aunque tampoco se diferenciaron tanto (¡la diferencia entre un plural y un singular!); y, para colmo, cuando se sabe exactamente qué ocurrió ya no da tiempo a maravillarse. 

En cualquier caso, una trama brillante para quien guste de la novela negra de salón.


lunes, 25 de noviembre de 2024

Historia del Partido del Progreso Moderado Dentro de los Límites de la Ley – Jaroslav Hasek

 


Historia del Partido del Progreso Moderado Dentro de los Límites de la Ley es un intemporal conjunto de relatos satíricos y paródicos, que, a modo de capítulos, fueron escritos a partir de la experiencia del autor, quien a los 28 años, en 1911, fundó, con intención caricaturesca y de denuncia, el Partido del Progreso Moderado Dentro de los Límites de la Ley, del cual fue candidato.

El presente volumen no recoge todos los relatos que formaron la obra que da cuenta del nacimiento, desarrollo y fin de tan ilustre proyecto político, ejem, sino una selección hecha por Monika Zgustova, que afirma haber eliminado los repetitivos. Me lo creo, porque todos comparten tono, finalidad y planteamiento. En ellos se relatan las correrías del fundador y de alguno de los escasísimos acólitos, sus relaciones con otros partidos y las labores de proselitismo realizadas. ¿Y dónde está la caricatura y aquello que hace esta obra intemporal? En que no hay político ni militante ni simpatizante, comenzando por el propio narrador, que no esté dispuesto a doblegar su ideología y aspiraciones en pro del «ande yo caliente».

Sí es cierto, no obstante, que las referencias al partido nacionalsocialista, que en entre 1911 y 1923, cuando falleció el autor, podían resultar divertidas (en algún momento entre esas fecha se escribió esta obra), tienen ahora un aura completamente distinta, que provoca cierta conmoción: ¿Cómo aquello, tan igual a todo porque todos estaban pendientes del «ande yo caliente», acabó como acabó?

Lo mejor del libro es la brillantez con que escribe y caricaturiza Hasek. Su dominio del lenguaje y la expresión es apabullante; su lucidez, extrema; y su concisión y elegancia, dentro de lo gamberro, enormes. Eso le permite disparar contra todo lo que se mueve y abatirlo con una eficacia escalofriante. Podrá discutirse si su humor es cínico o cruel, pero no que pese a lo descarnado, pues no ahorra realidades, tiene una pátina festiva tan intensa que no se sabe muy bien qué era lo más importante para su autor, si criticar o hacer sonreír. Yo me inclino porque intentó, y consiguió, hacer una sola cosa de esas dos. No es nada sencillo.

El volumen incluye otra obra breve, otra recopilación de relatos titulada Comandante de la ciudad Bugulmá, que comparte tono pero no temática, y que reseñaré más adelante.


lunes, 11 de noviembre de 2024

Mi querida Lucía – La Vecina Rubia

 


«Me estoy haciendo unas expectativas y me están quedando preciosas», seguro que pensamos muchos de quienes hemos seguido las andanzas literarias de La Vecina Rubia cuando, tras el fin de la «saga Verano», anunció un cambio de registro. Pero el problema de las expectativas es que cada cual tiene las suyas, y cuando un libro se publica hay que desprenderse de ellas para que no condicionen la lectura. No es sencillo, y parte de esta reseña consecuencia de esa dificultad.

Más que un cambio de registro, la Vecina Rubia ha cambiado de género. Mi querida Lucía es una mezcla de thriller y novela negra, una obra calificada en algunos sitios como «cozy crime» (literalmente «crimen acogedor», pintoresca subespecie que no sabía ni que existía) lo cual no deja de tener gracia, porque si quienes de vez en cuando leemos novela negra somos capaces de repantingarnos en un sillón con una copa a mano para disfrutar plácidamente de, ejem, ejem, la truculenta actividad de criminales crueles y sanguinarios, el «cozy crime» sublima la placidez: se diría que los fiambres, desde la óptica del lector, más o menos son solo un lamentable contratiempo para los pobres y simpáticos personajes. Si no, a ver cómo se come el concepto. Salvo, claro, que el termino «cozy crime» simplemente cobije la no exhibición de las vísceras y demás tripillas de las víctimas, de lo que se deduciría que al lector medio le impresiona más la casquería que la muerte violenta.

La autora ha cambiado de género, pero no de registro, decía. Nadie que lea unas páginas al azar de esta obra y de las anteriores dudará de la común autoría. Con la excepción de cuatro breves cartas (que sí tienen su propio tono) y de unos pocos capítulos contados en tercera persona sobre la pareja de policías interviniente (que unos lo tienen más que otros) el tono de la narradora que en primer a persona se dirige al lector es en todo similar al de las novelas anteriores, y viene determinado por el modo de expresión y el carácter del personaje. Sobre el primero, se identifica por el lenguaje coloquial, pero de largas parrafadas, abundantes circunloquios, explicaciones de lo accesorio emocional en medio del meollo criminal (lo que produce sensación de frivolidad no sé si buscada, pero que cuando se habla de asesinatos es más difícil de encajar), diálogos que casi siempre son lo mejor y un leve espolvoreo de palabros como «paremia» o «petricor» que son un guiño a los seguidores en redes de la autora (no de la narradora, por lo que lo sufre el texto). Sobre el carácter del personaje, se trata de una mujer joven, independiente, urbana, que habla, se enamora, se expresa, valora, juzga y se fija en las mismas cosas que la narradora de las tres novelas anteriores, y que tampoco renuncia a regalar en cualquier momento admoniciones y sentencias. Sus amigas y el apastelado Romeo de esta obra tienen todo en común con sus predecesores; solo es distinto el entorno familiar: madre soltera que no quiere saber nada del padre de una niña que es un personaje relevante por sí misma y porque su madre solo ve a través de sus ojos.

Bueno, hay otra cosa diferente, y bastante: dos personajes ajenos al mundo emocional de la protagonista, y con su propia historia: una pareja de policías (poli bueno y poli mala, a su pesar) retratados con realismo y a la vez ternura. Tan profesionales y metepatas como pueda serlo cualquier profesional de cualquier ámbito. Su organización y modo de actuación son de versión libre, lo cual quizá alarme a algún purista, pero a mí me parece de perlas porque valoro la creatividad y he escrito así más de una vez: ¿por qué debe un autor limitarse a ser testigo de un mundo conocido cuando puede crear uno a medida de sus necesidades? ¿Por qué hay que hacer que el lector vea cuando puede hacérsele imaginar?

En resumen, la autora no ha soltado amarras con sus seguidores en las redes, puesto que la seguirán encontrándola en la narradora. Esto es bueno para mantener la fidelidad de los lectores, pero no es lo que yo entiendo por un cambio de registro.

Esta conclusión no es en sí ni buena ni mala (aunque digo yo que los seguidores de la Vecina Rubia estarán encantados). De lo bueno hablaré a continuación. De lo malo sí digo ya que en el modo de expresión se mantienen (sin espíritu de enmienda) los vicios que comenté en las reseñas veraniegas, que la reincidencia en el tipo de personajes y en el modo en que se relacionan es repetitivo y que, en este libro en particular, que por su naturaleza aconsejaría mantener un suspense constante y a ser posible creciente, hay altibajos: acelerones que atrapan al lector y frenazos que lo desorientan; cuando de lo que se trata es de saber quién y por qué, una vez las narices del lector han detectado un rastro no se le debe alejar de él para llevarlo de excursión por la relación de la protagonista con los personajes secundarios e incluso por la evaluación emocional de estos y de cada frase que pronuncian. Estos cambios de ritmo y objetivo dispersan la atención.

El planteamiento de la historia es original dentro de la tipología literaria de los malos en serie propensos a anunciar sus crímenes. Estamos en 2002, con un pie aún en lo analógico y todos los dedos del otro en lo digital. Los teléfonos móviles, ciencia ficción siete u ocho años antes, han llegado, pero «solo» sirven para hablar, mandar mensajes sms, dejarse el pulgar con el jueguecito de la serpiente y poco más. El personal todavía camina por la calle viendo pájaros, nubes, edificios, árboles, anuncios, letreros y la cara del resto de viandantes, porque no anda conectado a internet y empanado a todas horas, y en casa aún solo está conectada una minoría, la cual flipa, curiosea y hasta liga con prodigios como el Messenger y otros similares. La joven protagonista se gana las lentejas en una revista, donde escribe con éxito el horóscopo. Una sección que todos los que éramos jóvenes en esa época habíamos leído alguna vez con interés para buscar la promesa de amoríos, triunfos o soluciones, y que, de adultos, olvidamos como cosa de charlatanes. Pero la protagonista no lo es. Es alguien que se molesta en estudiar lo que deban estudiar los astrólogos para llegar a alguna conclusión. Lucía es honesta porque cree en la astrología. Y además le pagan por ello un sueldo que le permite vivir.

La popularidad de su sección en una redacción donde nadie parece dar un palo al agua se mide por las cartas que recibe. Un buen día aparece entre sus manos la que pone en marcha un proceso que, de tener que apostar, se diría responsabilidad de un chiflado. Un matarife como una regadera que, eso sí, se expresa como un malo malísimo, pérfido, calculador, prepotente y omnipotente. Si en alguna de las anteriores novelas de la autora dije que no había malos, aquí los personajes son maniqueos: o buenos muy buenos o malos muy malos (lo cual no quiere decir que sepamos desde el principio cómo es cada uno). Todos, eso sí, cometen errores. 

Estas pintorescas «notificaciones» anuncian violencia en torno a Lucía, y las cosas ocurren de tal modo que puede llegar a sentirse responsable de ella, pero, también, sumida en la duda permanente de si la violencia llegará a alcanzarla, y más teniendo en cuenta su vulnerabilidad y la de su hija.  

    Digo duda, aunque para el lector es certeza. O, lo que es lo mismo,, cambiemos el «si» por el «cuándo» y de qué tipo. Lo cierto es que este punto, junto a otros relativos al cauce lógico de la investigación y los que deberían condicionar la actitud del personaje, son resueltos de modo racional, pero algo tarde; es decir, el lector los anticipa antes de que el personaje dé cuenta de ellos, cuando por la intensidad de las vivencias debería ser al revés.

    La Vecina Rubia juega con las expectativas del lector de un modo sencillo pero eficaz: según dónde pone el sol, allá da la sombra. Como no hay muchos soles, tampoco hay muchas sombras, por lo que no es difícil ni crearlas (para ella) ni localizarlas (para el lector). Según ella va moviendo el sol (ya que la astrología tiene su papel en la historia, sigamos con los astros), aparecen nuevas sombras. Es así como la autora nos conduce a los lectores de la duda a la sospecha, de ella a la certeza y de la certeza a la sorpresa y vuelta a empezar, hasta llegar a un final, este sí, inesperado (que es lo que se espera de este tipo de historias) y con dos divertidos detalles paródicos a modo de guinda.

    Y hablando de sonrisas, el humor está presente pero un tanto desdibujado. Es bastante lógico, porque en una novela como la que he descrito solo puede hablar con humor un narrador en tercera persona o uno, en primera, que sea un tipo tan duro como para regodearse de su propia desgracia. Pero no es el caso: la seriedad que los acontecimientos imponen a Lucía y su propia forma de ser en relación a ellos casan regular con sus intentos de hacer humor. Los mejores momentos humorísticos se dan, precisamente, cuando derivan de la acción y no de la disertación. Por ejemplo, el ciclópeo cabreo que pilla Lucía con la policía es uno de los mejores momentos de la novela, una maravillosa mezcla de tragedia y comedia.

    No me resisto a terminar sin señalar algo que no sé si ha sido intencionado: aparte de, al uso de la novela negra moderna, opinar con brevedad y de modo indirecto, sobre temas importantes como la sanidad pública u otros, Lucía y su hija (siete años, que a veces es tratada y se comporta como si tuviera menos) viven solas, y han vivido razonablemente bien mientras las cosas han discurrido con normalidad. Pero en cuanto se tuercen, su situación de vulnerabilidad es profunda: quedan en manos de la generosa colaboración de amigos que bien podrían no estar en situación de ayudar ni aunque quisieran, y que no en todos los casos existen. Esta sensación de indefensión es intensa y, en realidad, ajena a cualquier crimen: una familia tiene tantos puntos de apoyo como miembros la forman; cuantos menos haya, más difícil es mantener en equilibrio la normalidad, ayudar al vulnerable, niño, anciano o enfermo, ante cualquier dificultad. La Vecina Rubia traslada fenomenalmente esta sensación de principio a fin, una sensación que afecta especialmente a las mujeres, y aprovecha para, una vez más, hacer una exaltación de la amistad, un sentimiento que nunca está de moda pero que ha estado ahí siempre. Y más vale que ahí siga.





miércoles, 6 de noviembre de 2024

La mano armada – Carlos Pérez Merinero

 


Los protagonistas de Carlos Pérez Merinero son violentos, malhablados, egoístas, desequilibrados, peligrosos, machistas y caprichosos. Serían repugnantes de no tener también un ingenio apabullante que crea un humor negro permanente. Pero el protagonista de La mano armada logra serlo merced a unas costumbres sexuales como para hacer vomitar a un jabalí.

O, dicho de una manera, La mano armada no es una lectura para estómagos sensibles (además, incluye escenas abiertamente porno) pero sí la disfrutará quien sepa apreciar el ingenio agresivo, el humor macabro y el dominio del lenguaje.

Madrid. Principios de los años sesenta, en pleno franquismo. Un joven inspector de policía da tumbos por la ciudad. Solo le interesa el sexo, el juego y su concepto de buena vida, para lo que no duda en abusar de su placa en un momento histórico en el que ser policía y tener derecho de pernada iba o no unido en función de los escrúpulos de cada uniformado. Lo iba en todas las ocasiones en que invitaba la casa al uso y abuso, y aún más. Lo más cercano que el protagonista tiene a una familia o a una amistad es una prostituta enamorada de él de la que no duda en aprovecharse.

La historia comienza cuando otro inspector, corrupto, por aquello de que la avaricia rompe el saco es apiolado por su corruptor, lo cual pone en marcha un mecanismo de venganza policial a las bravas en el que el protagonista juega su papel. Pero el hombre, se ve desde el principio, es un espíritu libre, lo cual le da opción tanto de despuntar como justiciero como de cagarla (perdón por la expresión, pero es la que mejor le viene al personaje). Cuál de las dos cosas ocurre y qué sucede después lo sabrá quien lea esta novela de unas doscientas páginas. 

        Pese a lo bestia y porno que es, la publicó Júcar, de la que fue director editorial Caballero Bonald, que no publicó obra mala. Por eso acabó allí La mano armada. Es brutal y maloliente, pero también una literatura excelente.


lunes, 28 de octubre de 2024

La conciencia contada por un sapiens a un neandertal - Juan José Millás y Juan Luis Arsuaga

 



 Los científicos saben cómo surge la conciencia, el reconocimiento del yo. Son capaces de explicarlo desde el punto de vista evolutivo e incluso de decir cómo funciona el cerebro para hacerla efectiva. En cambio, no tienen nada claro qué es y cómo surge algo que ni siquiera consideran útil en términos evolutivos: la subjetividad.

        Sobre la base de la primera idea (o, más bien, con Millás mezclando e intentando separar ambas) y jugando inútilmente y en exceso con la geografía cerebral, Juan José Millás y Juan Luis Arsuaga firman el último libro de una exitosa trilogía que nadie anunció. Si no recuerdo mal, el primer libro iba a ser el único, o esa posibilidad se insinuaba; y el segundo, el ultimo. Pero claro…

        De los tres, este el más flojete. Se trasladan pocas ideas y demasiado machaconamente; además, son más complejas y difíciles de entender, aunque el motivo quizá sea que las metáforas son menos afortunadas, o más desganadas. Sin embargo, lo que el libro pierde por el lado científico lo gana por el literario, porque buena parte de su razón de ser es la divertida narración –vista a través del sentido del humor de quien la escribe, Juan José Millás- de la relación entre el antropólogo y el escritor.

        La pareja sigue funcionando por oposición quijotesca: uno es el sapiens y otro el neandertal, ya lo sabemos. El primero es el científico y el segundo el romántico; uno es el osado que siempre lleva la iniciativa y el otro el apocado que se deja arrastrar; el uno es el apegado a la realidad y el otro a las musarañas; el primero ansía vivir la vida y el segundo parece preferir soñarla.

        Esta dualidad es llevada hasta el extremo por Millás. En varias ocasiones indica que no se considera amigo de Arsuaga. No habrá lector que no se pregunte cómo puede ser: tras varios libros de éxito basados en numerosos encuentros amables y entretenidos, tras infinidad de entrevistas, charlas y conferencias en ambientes relajados y con buen humor... Hay confianza entre ellos. Hay cierta compenetración. Podría decirse que hay cariño y comprensión. Pero no amistad, proclama Millás. Entender la relación entre ambos llega a robar protagonismo al débil planteamiento del origen de la conciencia, de cómo surge, de para qué sirve, de con qué se confunde y de si es posible establecer o no una relación entre ella y lo no científico.

        Este último punto es clave: Arsuaga trata de explicar la conciencia desde un punto de vista científico, y a Millás le cuesta separarla de la trascendencia (es decir, de lo no constatable). En el proceso de entenderse se producen las explicaciones. El sapiens debe rebajar el nivel de su discurso, y el neandertal elevar el suyo hasta alcanzar un punto de entendimiento trasladable de modo inteligible a ese otro neandertal (¿o eslabón perdido?) que es el lector.

        Millas adopta el papel de traductor incompetente que, consciente de su incapacidad, enfrenta al lector al texto original afirmando: «dicen que aquí dice que…». Un traductor, también, que opina y expresa sus dudas y desacuerdos sobre el contenido del texto original con una actitud escéptica expresada de modo humorístico. Irónico una veces, algo socarrón otras.

        En el primer libro Arsuaga nos dijo, por boca de Millás, que toda evolución se justifica en la adaptación al medio o en la sexualidad (para resultar más atractivo y garantizar la procreación). En el segundo explicaron cómo condiciona la muerte la evolución, las consecuencias de la novedosa longevidad alcanzada en las últimas décadas y por qué la muerte siempre será inevitable por más que se retrase. En este tercero no veo muy claro si los autores han tenido la conciencia de que no han evolucionado ni para adaptarse a un medio con ya dos obras a cuestas ni para hacer una tercera tan seductora que justificara una cuarta; pero sí la han tenido de que tras la trabajada longevidad del éxito mercantil, no queda otra que morir.

        Así termina este experimento literario, fruto de la curiosidad, entretenido, agradable, inteligente y maravillosamente escrito.

        Aunque, volviendo al principio, el meollo de la vida, que es también lo que interesa al profano (pero no al científico, que no sabe cómo meterle mano) es algo que va mucho más allá de la vida, la muerte y la conciencia: es la subjetividad




jueves, 24 de octubre de 2024

La abuela que encontró una pistola u disparó - Benoit Philippon


    La portada y el título remiten a una buena y popular novela de humor, El abuelo que saltó por la ventana y se largó, de Jonas Jonasson, lo que puede crear expectativas erróneas.

    Lo aviso porque Berthe Gavignol, que así se llama La abuela que encontró una pistola y disparó, es también una centenaria. 102 años tiene el querubín, nacida en 1914, lo que sitúa la acción en 2016. No hay más paralelismos fuera, lógicamente, del papel que juega en las dos novelas el pasado de cada uno de sus personajes.

    102 años es una edad como para estar tan chuchurrido que cualquier cosa que uno haga sea vista con cariño y admiración por todo el mundo, hasta el punto de que apenas hay un centenario que caiga mal a nadie. Sus manías, rarezas y defectos quedan perdonados por la edad. E incluso jaleados. Con esta idea jugó Jonas Jonasson y, sin duda, juega también Benoit Philippon. ¿Cómo no encariñarse desde el primer minuto con alguien que, pese a estar con un pie y cuatro dedos del otro en el otro barrio, sigue su peregrinaje por este valle de lágrimas con desenvoltura, retranca y cierta alegría?

    Otra cosa es el concepto de alegría, claro, porque tirotear a un vecino para que escapen dos prófugos no es la actividad más enternecedora y risueña que uno pueda imaginar, aunque la tiradora tenga 102 años. Pero así comienza la novela, y el principal motivo de la pátina de humor (bastante negro) que la rodea es que los centenarios ni van haciendo las cosillas que hace Berthe ni tienen su carácter tan arrogantemente contestón.

    Con el comienzo citado, obviamente Berthe es detenida (¡solo faltaría que tuviera arrestos como para darse a la fuga!), y la novela consiste en su confesión ante un gris inspector de policía de provincias, llamado Ventura, un buen hombre armado de paciencia que tiene ante sí a una delincuente inmune al poder disuasorio de las penas. Total, cuando uno sabe que va a cascarla más o menos en un ratito, el peso de la ley no es mayor que el de una pluma. Esta confesión alterna diálogos tan interesantes como desquiciantes con narraciones en las que, en tercera persona, se nos cuenta lo que la abuela pistolera le está explicando al policía.

    Este modo dual de presentar la acción es aprovechado por el autor para crear dos tonos. El de los interrogatorios es un poco sobreactuado al principio y es, siempre, humorístico por lo que de insolente, impertinente, provocadora y desafiante tiene Berthe, que no se comporta como una detenida sino como una tocanarices de primera magnitud. ¿Qué gana provocando la irritación de nadie? Se diría que su objetivo no es defenderse, ni tan solo volver a casa, sino rizar el rizo de la insolencia, exhibirse y resultar graciosa. O no. O igual es que a su edad solo puede defenderse atacando de palabra. De palabra afilada con un humor muy agresivo. En cualquier caso, las abuelitas tocapelotas, con perdón, resultan muy simpáticas hasta que te das cuenta de que tienen la lucidez necesaria para que sus impertinencias no sean un mérito, sino el producto de una mala leche acumulada durante un siglo y capaz de avinagrar hasta la miel, de una vieja amargura convertida en objetivo porque a esas alturas ya no se puede cambiar.

    El tono en las narraciones es más suave que el de los diálogos, aunque como el narrador se dirige al lector desde la óptica de un personaje al que ya todo le importa poco, sigue teniendo cierto tono zumbón.

    Es a través de estos recuerdos como conocemos la historia de Berthe y, en particular, su relación con el «sexo fuerte», que a su lado no lo es tanto. El libro puede tomarse sin dudar como una denuncia del machismo imperante a lo largo de todo el siglo XX, para hacer reflexionar sobre sus consecuencias y supervivencia en el XXI, pero las reacciones de Berthe a él, que al principio pueden entenderse justificadas, sobre todo alguna, evolucionan, por necesidades del guion, hasta hacer de ella un personaje que pasa de justiciero a sanguinario.

    Y como 102 años dan para mucho, el autor hace pasar varios Pisuergas por esa amplia «geografía temporal» para invitar a cierta reflexión más o menos aislada sobre el racismo y hasta dónde puede llegar y, también, aunque menos, sobre la soledad de las personas mayores.

    Esto último enlaza con el final, muy bueno, original y a la ver duro y tierno. Quizá Berthe, después de todo, no era tan inmune al peso de la ley. O, quizá, al peso de su propia ley.