En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

lunes, 17 de junio de 2024

Las hazañas de un joven don Juan – Guillaume Apollinaire

 




Floja edición, con no pocas erratas, de una floja historia escrita por Apollinaire más o menos a los 30 años, presumiblemente por encargo. Pornografía a la carta que, si satisfizo al cliente, me atrevo a afirmar que el cliente se conformaba con poco.

Aunque, a decir verdad, esta obra no es enteramente pornográfica. Avanza con un pie en el porno y otro en el erotismo. Eso sí, con un andar bastante patoso.

Las hazañas de un joven don Juan trata de provocar, como toda pornografía, y, como nada resulta más provocador que lo transgresor, Apollinaire nos ofrece una relación de transgresiones bastante poco trabajadas (porque se reducen al quién, casi nada al qué y nada al porqué) protagonizadas por un adolescente con las hormonas tan desatadas como solo lo pueden estar a esa edad. En resumen, más que un joven don Juan, el libro habla de un joven semental.

Las provocaciones, pues en ellas se resume la historia, son las siguientes:

-El propio protagonista, que en lugar de ser un joven hecho y derecho es solo un adolescente. En las primeras páginas resulta aún algo aniñado, aunque enseguida evoluciona a sátiro consumado. La inocencia corrompida y corruptora.

-La ingenuidad universal ante el sexo: ninguno de los personajes que navega por estas pocas páginas lleva otra cosa en la cabeza y todos lo practican y disfrutan con la misma naturalidad con que uno acepta tomar una cervecita un día caluroso. Aquí hay quien folla hasta por accidente. A todo el que haya hecho mofa de que en las películas porno el argumento consistía en un «hola, buenas», un intercambio de miradas y, acto seguido, quince minutos de revolcón, habría que recordarle que el padre del término «surrealismo» ya utilizó tal «habilidad». Y no fue el primero, claro. Es cierto que, habida cuenta de lo que puede llegar a costar comerse una rosca, la «barra libre» puede resultar perturbadora. Pero bien contado, claro. En este libro, o a estas alturas de siglo XXI, el resultado se limita a un psé

-La identidad de los amantes. El «quién». En las poquitas páginas de este libro vemos incestos, adulterios y, también, relación entre desiguales socialmente. Todo lo cual es un clásico del «morbo», porque todo son relaciones «prohibidas». 

-El recurso a la escatología. Sin entrar en el detalle de «Las once mil vergas», el autor no deja de dar cuenta de un solo olor, y como ciertas partes en ciertas épocas no veían el agua con frecuencia... Dejémoslo en que se trata de un libro con «escatología aromática».

-Y, en cuanto a los «qué» transgresores, aquí podrán encontrar ustedes un rápido episodio de sodomía, un poco de liviano sadomasoquismo y un trío en el que una de partes se limita a deleitarse con la mirada. Teniendo en cuenta lo que en 2024 ha llegado a ver la mayoría de la gente, el poder transgresor de estas imágenes también ha menguado lo suyo.

Por último, en cuanto a los «porqués», ya lo he dicho: ni uno. Los personajes de esta breve historia se aparean porque sí, porque, como decían los humoristas ñoños de la Transición, «les da gustirrinín». Que no espere nadie una sola reflexión vinculada a las emociones, al amor, al cálculo, al egoísmo… A nada. Aquí se folla, y punto. Por eso el joven don Juan ni es un don Juan ni es nada. Él no seduce. Ni convence. Simplemente actúa como anzuelo de personas de antemano seducidas y convencidas, dispuestas a dejarse pescar por él o por quien sea.

¿Y el argumento? Pues que el joven don Juan se cepilla a cuanta fémina se pone a tiro, que todas lo saben, que todas se ponen alegremente a tiro. E incluso luego comentan la jugada entre ellas.

En resumen: puede usted elegir: o leer «Las hazañas de un joven don Juan», o juntar un par de conejos en celo y presenciarlas.

Una lectura facilita y rápida, que no exige el funcionamiento simultáneo de demasiadas neuronas. Tan cándida que hasta resulta divertida. Ideal para resetear y enfrentarte a tu biblioteca con las mismas ganas que si nunca antes hubieras leído un libro.


jueves, 13 de junio de 2024

Blancura – Jon Fosse

 


El Nobel sirve para saber de la existencia de escritores como el noruego Jon Fosse, de quien, pese a su extensa obra y a haber recibido un canasto de premios, lo desconocía todo.

Blancura es un librito corto, publicado a toda prisa en España por Random House pocos días después de la concesión del Nobel. Cuenta fantásticamente una muerte por congelación, y se lee de una sentada. 

El protagonista, que no parece andar muy lúcido, deambula sin rumbo con su coche por carreteras y carreteras, sin saber qué hacer con su vida, hasta que se mete por un camino, queda atascado y, en medio de unas reflexiones dignas de la más obtusa mollera que nos muestran a un ser humano lógico pero algo trastornado vaya usted a saber por qué, busca ayuda echándose a andar camino adelante. Hace un frío que pela, está a punto de anochecer y además comienza a nevar. No hace falta ser Einstein para prever la que se va liar, pero las neuronas del caballero, ya digo, no están en su mejor día.

El blanco de la nieve se confunde con otros blancos. Como el de cierta luz. Conviene reflexionar sobre lo que acaba viendo y oyendo el protagonista. ¿Por qué eso y no algo distinto? ¿Qué significa o simboliza cada cosa? ¿Qué nos dice sobre él? ¿Qué nos dice sobre una persona lo que cruza por su mente cuando solo inconscientemente puede saber que está en peligro de muerte inminente?

Y, ¿cómo es la muerte? 

        Eso es todo lo que vamos a saber del personaje. Da igual qué lo ha llevado allí, da igual su pasado, da igual todo. Es solo un ser humano algo aturdido. Y lo que le sucede después. Nada más ha querido contar el autor.

Blancura está magistralmente narrado, aunque a veces el lenguaje es reiterativo por la necesidad de trabajar la obsesión. Tan bien escrito está que las alucinaciones del protagonista parecen no serlo durante un buen rato. E incluso luego, cuando queda claro que lo son, son tan vívidas que el lector siente la necesidad de que no lo sean. 

No tiene ni un punto y aparte, pero entre la brevedad y la claridad de la exposición se lee con agilidad. 


lunes, 10 de junio de 2024

El holocausto español – Paul Preston

 

             

              Conforme más libros de historia sobre la Guerra Civil leo, más me asombra la ignorancia en que vivimos y más me afrenta la «ignorancia culpable». Es decir, la de quienes conscientemente evitan la obra de historiadores de prestigio para echarse en brazos de los diferentes tipos de cantamañanas dispuestos a «crear historia» a gusto del cliente.

              Paul Preston (1946) estudió y se doctoró en historia en la Universidad de Oxford, fue profesor en la de Reading, en el Centro de Estudios Mediterráneos en Roma, en el Queen Mary College de la Universidad de Londres, donde llegó a catedrático a los 39 años, y, desde 1991, es catedrático de historia contemporánea en la London School of Economics and Political Science. Es uno de los hispanistas más conocidos y renombrados.

              En algún sitio he leído que escribir esta obra le costó una década (y sigue revisándola) y enormes esfuerzos emocionales debidos a lo escalofriante de los testimonios y datos recabados.

              El holocausto español lleva por subtítulo «Odio y exterminio en la Guerra Civil y después». Creo que «exterminio» es la palabra clave para comprender las diferencias entre las distintas violencias: casi todas fueron ejercidas desde el odio, el cual tenía diferentes causas, pero es la voluntad deliberada y planificada de exterminar lo que causó el holocausto. Luego lo explico.

              Esta obra viene a ser un muy documentado repaso, muy amplio geográficamente, de las atrocidades cometidas durante la Guerra Civil y en los años inmediatamente posteriores. En estos últimos la violencia se ejerció por la dictadura prácticamente en régimen de monopolio, y siguiendo las mismas pautas que durante la guerra. Creo que este hecho es probatorio de la voluntad de extermino: una vez alcanzado el poder y controladas todas las instituciones, nada, sino la voluntad de exterminar al discrepante, podía justificar que se prosiguiera con las matanzas. A esta práctica Franco la llamó «redención», y él y otros responsables del régimen la justificaron en público en numerosas ocasiones., 

        Hablando de la Guerra Civil, con la que comienza este libro, lo primero que llama la atención es la escasísima atención que se presta a los combates propiamente dichos. La violencia que analiza Preston es la violencia «en frío», la que puede ahorrarse quien la ejerce sin perder una batalla o ceder una posición. La violencia gratuita. La que, a diferencia de la violencia en combate, no nace de la necesidad de matar para no ser matado, sino del odio, de la voluntad de exterminio. En general, analiza la violencia lejos del frente, en las retaguardias.  Aunque debo corregirme: junto a la violencia «en frío» Preston además da cuenta de la producida, también fuera del frente, en la agitación previa a una inminente derrota tras la que llegarán salvajes represalias.

              Durante unas novecientas páginas Preston hace una larga recapitulación de centenares de episodios de violencia. Los expone incluyendo detalles precisos para valorar el grado de odio (como actos humillantes, torturas o salvajes crueldades innecesarias para matar), contextualizando cada situación (por ejemplo señalando si, previamente, en la localidad de turno, había habido o no violencia contra quienes con ocasión de la guerra la ejercieron, o todo aquello que podía exacerbar los ánimos, como un asedio lleno de penurias y desesperanza o el deseo de vengar acciones políticas concretas). Preston realiza su análisis desde un plano a un tiempo territorial y cronológico: lo sucedido inicialmente en la parte del territorio controlada por los sublevados y en la que no, y lo que fue ocurriendo a medida que se fue modificando el mapa. A este respecto, cabe recordar que, salvo escasísimas y poco duraderas ocasiones, solo los sublevados ganaron terreno, por lo que las represalias y exterminio del conquistado fueron también casi monopolísticas. En cambio, hay más similitudes en los primeros meses de la guerra.

              El lector que aspire a ser juicioso probablemente se dará cuenta de que en ese periodo convivieron muy distintos tipos de violencia, cada una de las cuales tiene unos responsables. Hubo violencia «individual», es decir, ejercida sin otro motivo que las apetencias de agresores que se sentían impunes en una situación caótica o protegidos por su pertenencia al colectivo dominante, y hubo violencia programada y organizada, sin duda la peor, la más intensa, trágica y reprobable. Pero dentro de esta última también es preciso hacer distinciones, porque no todas tienen la misma explicación, ni las mismas causas, ni el mismo grado de planificación y centralización en la toma de decisiones monstruosas.

              Para adentrarse en El holocausto español conviene tener claro el mapa de protagonismos: el dominio de los rebeldes en las áreas que controlaban (en las que pronto sometieron a su dictado a falangistas y requetés, aunque desde el principio las actuaciones de unos y otros poco se diferenciaron en cuanto a sus destinatarios y modo de ejercicio), y el proceso revolucionario que se vivió en el resto de España, con el Gobierno y la Generalitat perdiendo por completo el control de instituciones, territorios y lugares clave, que quedaron en manos de milicias y organizaciones sumamente ideologizadas y que actuaban por su cuenta unas veces movidas por el odio, otras por el afán de venganza y alguna, quizá, solo quizá, por la desesperación. Conviene tener claro que también se produjo violencia extrema en el enfrentamiento entre estos grupos, y el papel que en todos los territorios jugaron muchos sospechosos de simpatizar con «los otros», personas que se emplearon con especial saña para disipar dudas sobre con quién estaban. Con toda certeza, a ambos lados del frente muchas víctimas lo fueron a manos de personas de su misma ideología.

              Preston no solo da cuenta de los actos violentos sino que, como he dicho, los contextualiza, y para trasladar las verdaderas motivaciones con frecuencia recurre a mencionar el desarrollo de los procedimientos jurídicos usados, los cuales se quedaron en un decir con la honrosa excepción de lo poco que quedó bajo el control gubernamental. El objetivo del libro no es inclinar la balanza hacia nadie, sino retratar la violencia. Lo cual no impide (más bien el rigor obliga) señalar las diferencias. Lo que distingue una violencia de otra no es una cuestión de número de muertos, sino de los objetivos del agresor, los cuales se reflejan en sus procedimientos: asesinatos sin juicio ni previa detención,  o ausencia de juicios a los detenidos, o juicios donde los encausados ni tenían abogados defensores, ni derecho a hablar; o los eufemismos en los partes de defunción; o el tratamiento a los muertos y a sus familiares... Todo esto, frente a prácticas jurídicas y forenses más acordes a lo deseable, revelan la concepción de la violencia, la posición ante ella y la finalidad con que se usó.

              Además, Preston analiza no solo la barbarie cometida en cada sitio, sino también la respuesta de las autoridades, institucionales o autoerigidas, que controlaban cada lugar o situación. Así se ve con nitidez que mientras que entre los sublevados la barbarie era impune, entre otros motivos porque era promovida desde las más altas instancias, allá donde la República mantuvo un mínimo control intentó hacer pagar las barbaridades cometidas en su nombre, aunque rara vez lo consiguió. Se ve también quiénes se sacrificaron, incluso al punto de perder la vida, por salvar la vida de sus oponentes, y quiénes no.

              El resumen de todo es que el levantamiento militar de 1936 puso en marcha una dinámica no de victoria, sino de exterminio. El objetivo de vencer y hacerse con el poder estaba supeditado a la previa eliminación física del discrepante. Fue algo planeado e instigado para eliminar a «los enemigos de España» y beneficiarse del paralizante terror que sufrió el resto de la población. De ahí la falta de consecuencias ante la denuncia de la barbarie cometida desde sus propias filas, y de ahí, también, las regulares matanzas que se sucedieron durante años una vez terminada la guerra. En el territorio no controlado por los sublevados el odio también provocó un sinfín de matanzas, protagonizadas la mayor parte de ellas por grupos que se habían alzado contra la República por considerar que se les quedaba corta. Estas matanzas fueron arbitrarias, pero no respondían a un plan premeditado, y en algunas otras ocasiones tuvieron carácter de «venganza» por alguna matanza previa en el territorio sublevado y en alguna otra carácter «preventivo» (como los motivados por el psicótico miedo a la quinta columna), lo cual no hace menos dramático todo, pero ayuda a situar a cada cual en su lugar hasta donde es posible.

              Llama la atención el detalle con el que Preston analiza las matanzas de Paracuellos. Ninguna otra es estudiada con tanto pormenor. Estas matanzas fueron las más bárbaras en el territorio no controlado por los sublevados, pero su desarrollo es también el más confuso por el momento en el que se iniciaron: en las horas siguientes a que el Gobierno de la República, con toda la cúpula de la administración, dejase Madrid (tras ordenar el traslado lejos del frente, y no la ejecución, de los presos que fueron ´victimas de la matanza) y se formase una Junta de Defensa cuya composición estaba relacionada con quién ejercía el poder efectivo más que con quién detentaba el institucional. Preston hace bastante luz en un punto en el que el análisis hora a hora, algo complicadísimo de hacer, es clave para atribuir responsabilidades, pues fue en esas horas cuando se crearon ciertas cadenas de mando y en las que se tomatón decisiones sobre las que es preciso estudiar hasta qué punto fueron conocidas fuera de la cadena. Consciente de la polémica al respecto que siempre acompañó a Santiago Carrillo, de 21 años entonces y aún vivo cuando se publicó este libro, Preston le dedica especial atención, y llega a la conclusión de que es imposible que Carrillo no estuviera al tanto de las matanzas y de que no hay noticia de que se opusiera a ellas o intentara detenerlas, como sí se hizo desde otras instancias, aunque la primera iniciativa correspondiera a otros.  En relación a esta última idea, también detalla algo que frecuentemente se olvida en el burdo y triste debate entre quienes se echan matanzas a la cabeza: quiénes pusieron fin a éstas y si intentaron o no exigir responsabilidades a los responsables. La República intentó hacerlo con posterioridad, aunque en la tesitura de una ciudad sitiada, a punto de caer y amenazada con sufrir las mismas represalias que se habían vivido en otros lugares, es fácil comprender el papel que jugó el pragmatismo. 

        No es la única figura en la que Preston se detiene, aparte de las inevitables de quienes eran la cabeza del poder en algún sitio. El obispo Anselmo Polanco, Melchor Rodríguez... 

              Lo he mencionado ya, pero a la hora de terminar esta reseña lo recuerdo porque está presente a lo largo de todo el libro: lo que diferencia la violencia son varios puntos: la razón de los asesinatos, su planificación, su sistematización o no, la existencia o no de garantías para los juzgados y condenados a muerte o a otras penas y, por supuesto, si se exigió responsabilidad o no a quienes, dentro del propio bando, obraron criminalmente. Y por supuesto, quién ejerció violencia sistemática y quién no en tiempos de paz, por más convulsos que fueran. 

              Las conclusiones son claras, y han quedado apuntadas a lo largo de esta reseña.

              Si resulta imposible imaginar la magnitud de la barbarie sin leer este libro, resulta atroz intentar imaginar cómo debió de ser vivir aquellos días.

              Por último, perdonadme la «frivolidad»: los solo 14,2 euros que cuesta la edición de bolsillo de esta apaullante obra, permiten poca excusa a la «ignorancia culpable».


jueves, 6 de junio de 2024

Historia universal de la infamia – Jorge Luis Borges

 


Vaya título tan ambicioso para un librito tan corto, ¿eh? Porque, de juzgar por su brevedad, se diría que la infamia es casi inexistente.

Pero no, no es un título injusto. Lo que ocurre es que los tipos infames que protagonizan los relatos que componen este volumen son representantes. Con ellos basta. A fin de cuentas, no es preciso revolver todo el estercolero para saber a qué huele.

Oscilando con elegancia entre la biografía, la leyenda y la evocación fantástica, Historia universal de la infamia recoge varios cuentos y relatos breves publicados por separado y reunidos bajo este título en 1935. El lenguaje de Borges, florido y frondoso, unas veces acentúa la infamia y otras, no sé si pretendiéndolo o no, acaba excusándola con su belleza. El hilo conductor son conductas reprobables, claro, e interesantes. Por desgracia, ni la calidad del lenguaje ni los asuntos narrados impiden que la variedad de casos dificulte recordar bien casi nada. Es decir, es una de esas obras que conviene detenerse saborear en el momento de la lectura, porque hacerlo con el recuerdo es más complicado.

Por eso, siendo esta la segunda vez que he leído este librillo, lo he hecho aprovechando desayunos solitarios. La extensión de los relatos lo hace muy adecuado para mantener esta sana costumbre: merendarse uno rara vez cuesta más de quince minutos. Además, racionarlos así facilita su digestión. Y reinicias la mente. Aunque sea con tipos infames.

    Así que vuelves nuevo. Y contento, porque además, por suerte, lo que te encuentras al apurar el café y cerrar el libro no suele ser tan infame como lo que queda entre las páginas. 


lunes, 3 de junio de 2024

Crímenes pregonados – Rebeca Martín

 


    Todos podemos recordar crímenes que han protagonizado horas y horas de televisión. La mayoría de los crímenes mediáticos, además, desembocan en una fangosa mezcla de información y especulación. Por qué, entre crímenes similares, unos alcanzan fama y otros no, requiere un estudio del caso concreto y de su contexto mediático, pero no es esto lo relevante. Lo importante es que el crimen interesa mucho y a muchas personas, y que ese interés se manifiesta allá donde existe comunicación: televisión, periódicos, redes, conversaciones en un bar… ¿Cuánto tiempo no se dedica a los sucesos? Y, por supuesto, la literatura es comunicación. De hecho, la novela negra es, probablemente, el género literario más conocido y difundido. En los últimos quince o veinte años, además, ha sido el género de moda. El crimen interesa hasta cuando es ficticio.

    El gusto por lo truculento no es exclusivo del siglo XXI, sino que viene de antiguo, lo cual quiere decir que las razones que han movido a las personas hacia este tema seguramente han cambiado menos que las sociedades en las que han vivido: ¿será que en vano intentamos comprender la violencia? ¿O que sentimos la necesidad de «ver» morir a otros para comprender la muerte o perderle el miedo? ¿O que como la violencia nos atemoriza experimentamos alivio al ver que las cosas malas les suceden a otros, lo cual nos deja temporalmente a salvo? ¿O es que el atractivo de transgredir es tan elevado que, si tenemos a mano un medio impune para vivir la emoción del delito, no resistimos la tención de utilizarlo?

    A saber.

    Este gusto constante se ha ido satisfaciendo a lo largo de los siglos humeando bien en la ficción literaria, bien en casos reales cuyas circunstancias eran hijas del concreto momento histórico. Por eso, con el hilo conductor de esa apetencia invariable, el análisis cronológico de diferentes casos reales permite tener una vista panorámica de la evolución del entorno criminal e institucional penal, y, con ellos, de la sociedad. A estos efectos es importante que los crímenes estudiados sean «mediáticos» (lo cual exige que sean reales, claro) porque, siéndolos, además de tener más fuentes, se puede observar la reacción del ciudadano corriente, de los protagonistas, estudiar mejor los valores, las costumbres, los cambios normativos…

    Es lo que ha hecho Rebeca Martín en este estupendo libro que, con el atractivo del crimen famoso, pregonado de boca en boca y por todos los medios de comunicación de la época, navega entre la investigación histórica y la sociológica exponiendo cinco casos reales y célebres en su momento, ocurridos entre los últimos años del siglo XVIII y finales del XIX. Rasgo común –imprescindible para dar sentido al análisis- es que todos compartieron un mismo entorno, el entorno español en este caso; es decir, lugares, sociedades y grupos que compartían en gran medida cultura, costumbres, valores y hasta ordenamiento jurídico. Solo de este modo se puede atisbar la evolución de las cosas.

    Así, siguiendo la pista a cinco criminales, conocemos la Manila de finales del siglo XVIII, la regulación de esclavitud, las costumbres en torno a ella, el gueto colonial en el que vivían los colonizadores (una especie de burbuja de la España burguesa trasplantada a Filipinas)…; también conocemos el Madrid burgués en el que un relevante hombre de negocios fue asesinado por su esposa y el amante de ésta; observamos desde Barcelona el nacimiento y desarrollo de la psiquiatría y las tensiones entre jueces y peritos (un modo de ver cómo ha variado la influencia de los peritos en justicia y la concepción que los jueces tienen de su propio papel) a través de un empleado de aduanas monomaníaco; viajamos a Galicia, al mundo rural, tan parecido en esa época a los siglos precedentes, persiguiendo a un famoso asesino en serie; y, por último, hasta con escala en París, observamos los aledaños de la alta sociedad y de los círculos artísticos a través del crimen del pintor Juan Luna Novicio, gloria de la pintura filipina. Entre medio, conocemos multitud de anécdotas de cada proceso y muchos otros crímenes citados para contextualizar. 

    La investigación de la autora permite deslindar los hechos y la especulación a la que al principio me refería, de tal modo que el lector puede ver lo que en cada momento hubo de unos y otra, y sacar sus conclusiones.

    Y conclusiones, de eso y de muchos otros aspectos, pueden sacarse a mansalva, porque del mismo modo que se ve la evolución de la psiquiatría, se observa la del derecho, o la de la posición de la mujer en la sociedad, a la que la autora otorga especial atención (es llamativo que la mujer del siglo XIX estuviera más protegida que ahora por el derecho, si por protección se entiende la gravedad de las penas en los delitos de los que era víctima, pero infinitamente desprotegida si atendemos a la fase, siempre clave, de obtención y valoración de la prueba, que a menudo tendía a convertir a la víctima en culpable de su destino, lo cual induce reflexiones interesantes en torno a la importancia del derecho procesal, al que tan poca atención se presta, y, aunque esto sea ya un tema harto estudiado, a la escasa relevancia de la gravedad de la pena en la prevención de los delitos). También es muy interesante la influencia del estatus social: que el criminal rico siempre tiene más posibilidades de irse de rositas no es nada nuevo, pero no es lo mismo que lo sea porque puede pagarse los mejores peritos y abogados a que su estatus dé especial credibilidad a su testimonio. A través de los alegatos de fiscales y abogados se aprecia la lenta evolución en esta materia: para el criminal, llevar fama de honrado, laborioso, discreto y de buena familia debilitaba la fuerza de la acusación y/o disminuía la pena con frecuencia. La relevancia social también era y es causa de la celebridad de unos delitos, cuando el morbo azuza la noticia, y de la ignorancia de otros, cuando el poder o la prevención ante él imponen el silencio.

    Crímenes pregonados es un libro de investigación histórica y sociológica riguroso y sumamente interesante, y aún tiene un atractivo más: no es menos entretenido que la mejor novela negra. El lector se enfrenta a múltiples dudas que siempre aclara leyendo un poco más: desde las razones de los crímenes, a cómo se las ingenió el criminal para defenderse, por qué tuvo o no éxito en su defensa, cual fue su destino, qué sucedió con sus víctimas, por qué una víctima puede ser convertida, contra su voluntad, en su propio verdugo o, como último recurso emocional para el lector, si la justicia poética se pasea o no por donde debe.

    Una excelente lectura.