En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

sábado, 14 de diciembre de 2024

Selección de lecturas de 2024

 

Por si dan ideas para las lecturas de estos días, aquí van en orden más o menos cronológico unas cuantas novelas que me alegro de haber leído a lo largo de este año, y una telegráfica explicación.

 

Las tres novelas de Domingo Villar, por lo que de descubrimiento ha tenido y por cómo en ellas se ve la rapidísima evolución de un escritor desde la normalidad a la maestría: Ojos de agua, La playa de los ahogados y El último barco.



Betibú, de Claudia Piñeiro, por lo que tenido de descubrimiento.

Un viejo que leía novelas de amor, de Luis Sepúlveda, del que ignoraba que, con motivo, había vendido millones de ejemplares.

Tres enigmas para la organización, de Eduardo Mendoza, porque Mendoza es un maestro y en este libro ofrece un nuevo registro humorístico muy diferente al que nos tiene habituados.


Testigo de un tiempo incierto, de Javier Solana. Por su concisión y claridad en la exposición de asuntos complejos, y por el valor de su testimonio como protagonista y testigo.  



Jérôme Lindon, de Jean Echenoz, un pequeño librito que explica, desde la experiencia, el agradecimiento y la emoción, el papel de un buen editor.


La chica del verano y Mi querida Lucía, de la Vecina Rubia, porque son entretenidos y porque estoy disfrutando viendo su evolución y el modo en que se enfrenta a los prejuicios y poco a poco los vence.


El museo de cera, de Jorge Edwards, por el modo en que conjuga calidad, originalidad y tradición y por ofrecer un mensaje.



Las primas, de Aurora Venturini, porque es un libro breve, extraordinario y enriquecedor.



El malogrado, de Thomas Bernhard, por su calidad, porque así he conocido al autor, y porque encontré el momento adecuado para leer un libro exigente.



El holocausto español, de Paul Preston, porque su rigor, por el prestigio de su autor, y porque aún me avergüenza mi ignorancia sobre estos temas. 



Crímenes pregonados, de Rebeca Martín, porque es un gran libro, riguroso, claro, que siendo ensayo mejora cualquier novela negra y te explica la sociedad de una época.



España diversa, de Eduardo Manzano Moreno, porque en momentos de gran tergiversación conviene que los ignorantes nos pongamos en manos de historiadores contrastados.



Últimas tardes con Teresa, de Juan Marsé, porque es una obra maestra.



Imposible, de Erri de Luca, por su inteligencia y la agudeza de sus reflexiones.



Arena negra, de Cristina Cassar Scalia, porque me hizo disfrutar de la lectura de evasión.



El hotel New Hampshire, de John Irving, porque es una obra maestra con oso incluido.



El silencio y la cólera, de Pierre Lemaitre, porque este autor me chifla.



Culpas compartidas, de Michael Hjorth y Hans Rosenfeldt, por el mérito que tiene mantener así el interés en una saga.



Comandante de la ciudad de Bugulmá, de Jaroslav Hasek, porque es magnífico, breve y, dada la biografía de su autor, permite reflexiones profundas y contradictorias.


El jinete polaco, de Antonio Muñoz Molina. Porque es una obra maestra y porque me debía leerla.



jueves, 12 de diciembre de 2024

Antonio Muñoz Molina – El jinete polaco

 


Muchos empezarían a leer a Antonio Muñoz Molina por Beatus Ille (1986), El invierno en Lisboa (1987), Beltenebros (1989) o El jinete polaco, que publicó en 1991 con solo 35 años. Menudo carrerón, ¿eh? Yo, en cambio, he tenido la suerte de conocerlo y apreciarlo por obras posteriores (además de Beltenebros) para acabar dándome primero un banquetazo con El invierno en Lisboa y ahora otro, mucho mayor y aún más y deseado, con la obra que ahora reseño. Para la mayoría El jinete polaco es la mejor novela de su autor. No tengo tan claro que el camino lector inverso permita engolosinarse así, porque esta obra y El invierno en Lisboa son difícilmente superables.

De un modo confuso solo en apariencia, este libro de autoficción mezcla, como ya avisa el autor en el prólogo, los proyectos de tres novelas distintas, que se funden en una gracias a que los personajes de todas se entrecruzan por los avatares de la vida y el parentesco. 

El jinete polaco que da título a esta obra es un cuadro de Rembrandt un tanto misterioso: ¿Quién es ese jinete armado que no se sabe si viene o si va, ni de dónde ni a dónde, ni si al anochecer o al amanecer, ni si contento por llegar, por marchar, por ir a guerrear o por haber terminado de hacerlo, con una edad indefinida...?

Algo así, alguien que no acaba de conocer su posición en el mundo, es el personaje principal de esta obra, el narrador, trasunto del autor, que desde su memoria de niño y adulto cuenta la historia de varias generaciones en Mágina (Úbeda, su localidad natal), con alusiones a personajes de novelas que al menos ya debían bullir en la cabeza del autor, como Lorencito Quesada, el protagonista de la humorística Los misterios de Madrid (1992).

Llama la atención que el detonante de la escritura fuera la repentina idea de qué profesión dar al protagonista. Muñoz Molina lo cuenta en el prólogo, y es cierto que la profesión es clave en el devenir de la obra no por su contenido, sino por el tipo de vida que permite.

El jinete polaco nos habla de un pueblo anclado en el pasado, donde todos trabajan hasta la extenuación sin salir de la pobreza. Manos y bestias de carga. Nada más hay para ganarse la vida en la huerta y los olivares. Calor en verano. Frío en inviernos con olor a humo, que es el olor del pobre, dice Muñoz Molina. En esa sociedad paupérrima sobresalen algunos personajes, como el médico o la misteriosa familia de la opulenta Casa de las Torres, donde se dice que apareció, emparedada y momificada, una bella mujer. Una sociedad herida por una guerra cuya razón de ser escapa a las entendederas de la mayoría. Una sociedad, también, herida de muerte por un progreso tecnológico que arruina el futuro que durante generaciones habían aguardado a los hijos de Mágina.

Pero el protagonista, marcado por su adolescencia relativamente solitaria y un amor no correspondido, reducido su pequeño mundo más a su barrio que a la entera localidad, no ve el momento de largarse de allí. Los cambios sociales se lo ponen fácil. Deja de haber trabajo en el pueblo, pero también es posible estudiar y comienza a extenderse la clase media: quien más y quien menos de los que se quedan, tras casi tres décadas de penurias empiezan a tener acceso a lujos: la luz eléctrica, la radio, la tele...

Deambulando en el tiempo y en el espacio vamos conociendo la vida de diferentes personajes, unos emparentados y otros no, cuyo nexo común es Mágina. La excusa para la narración es la súbita historia de amor que ha irrumpido en Nueva York, casi en en tiempo presente (esto es, los años 80), en la vida el protagonista, hasta ese momento un adulto no muy entusiasmado con la vida, por no decir que decepcionado, a pesar de que sus ambiciones de adolescente se han cumplido. La necesidad de darse a conocer ante esa mujer y también de conocerse a sí mismo para saber por qué en ella siente haber alcanzado su destino es lo que le impulsa a recordar. Y así es, a través de los recuerdos propios y prestados por quienes le precedieron y de alguna actuación inquisitiva, como se va desenmarañando todo, su propia vida, la de quienes le rodearon, la de algunos personajes sorprendentes tras su apariencia de mediocridad, alguna existencia trágica pero digna como consecuencia de la guerra que destruyó y paralizó vidas y personalidades, y hasta misterios que durante una buena parte de la novela más habían parecido leyenda que realidad.

Un paseo detallado por una época de cambios convulsos, el fin del campo y el auge de la ciudad, la revolución en los modos de vida, el tránsito de la libertad a la dictadura y de la dictadura a la libertad, aunque la dictadura fue tan larga que quienes perdieron la libertad en 1936 no eran ya quienes la lograron en 1976. La libertad llegó para unos adultos que no tenían ocasión de recordarla porque nunca la habían vivido; el resto, o ya no estaban o eran ya demasiado viejos como para disfrutarla en plenitud.

Estructura compleja, pero magistralmente ensamblada, lenguaje rico, potente, poderoso, pero sin grandilocuencias; al contrario, todo está escrito desde la reflexión sosegada que no por eso es clemente; tono sereno, reflexivo, tranquilo y constante. Una delicia para cualquier lector que aprecie la buena literatura.


lunes, 9 de diciembre de 2024

Una ofensa mortal – Louise Penny

 


    El número de asesinatos en el diminuto y apacible Three Pines amenazaba con convertirlo en lugar de ensueño solo para psicópatas y matarifes, e incluso con ponerlo en el mapa. Hace ya algo de tiempo que Louise Penny solucionó parcialmente lo primero jubilando y trasladando a vivir allí a su personaje, Armand Gamache, exjefe de homicidios de la Sureté du Quebec. De ese modo, aunque los fiambres aparecieran en otro sitio, como Gamache se llevaría el trabajo a casa su entorno no variaría, y la paz de Three Pines se vería preservada. Sobre lo segundo, lo de aparecer en el mapa, como cada vez era más insostenible la existencia, en pleno siglo XXI, de una localidad como esa ignorada hasta en la cartografía, Louise Penny ha intentado dar una explicación en esta obra. Es ingeniosa y sirve a su objetivo, pero no se la compro.

    Gamache está jubilado, decía, pero solo más o menos. Porque para esta ocasión, y sin entrar en cuestiones administrativas, ha sido repescado para dirigir la escuela donde se forman los futuros agentes.

    O se deforman.

    O lo han elegido porque se deforman.

    Y es que, recordarán los asiduos de la saga, la cúpula de la Sureté estaba un pelín podridilla y, al parecer, a a través de esa escuela también se dedicaban a la ganadería intensiva de corruptibles.

    Así que allá va Armand Gamache, a poner orden y valores, ambas cosas muy relacionadas, y a hacerlo con sus peculiares métodos, basados en la introspección y en que todo el mundo es tan pito como para captar todos los mensajes que esconde cada frase, imagen y situación, y tan dispuesto como para encontrar el tiempo necesario para pensar.

    Pero, inexplicablemente, Gamache no se deshace de algunos de los profesores más conflictivos. Y, más inesperadamente aún, cierto caballero aparece patas arriba en la escuela. El bueno rodeado de malos y con un sanguinolento follón despatarrado. He aquí el tomate del asunto.

    A partir de aquí, nos topamos con las cábalas del comisario y su amigable y extravagante entorno, los rodeos insólitos da igual hacia donde porque todos acaban llevando a Roma, y, la salsa de este libro, la comprometida posición del protagonista. A la duodécima entrega de la saga ya no llegan lectores masoquistas, solo fieles seguidores, por lo que toda penalidad del comisario acaba poniendo al fiel lector al borde del pampurrio.

    Así es como una novela que comienza lenta hasta el punto de resultar algo tediosa durante poco más de cien páginas, adquiere de pronto un interés morrocotudo que impide al lector soltar el libro hasta alcanzar el punto final.

    Y llegados a él, aconsejo leer las emotivas notas de la autora.

    Una buena novela, escrita con el orden, claridad y concisión de siempre, aspirando más a la eficacia comunicativa que al arte, que gustará a todos los fieles y que, como casi siempre he dicho, es ideal para leer en otoño o invierno, temporadas en las que el lector se ambienta mucho mejor en el frío y en las montañas de nieve que cubren Three Pines y las ciudades canadienses causando menos estropicio que tres copitos en España.




lunes, 2 de diciembre de 2024

Comandante de la ciudad de Bugulmá - Jaroslav Hasek

 



    «Un tema de debate y especulación es cómo se comportó Hašek en el Ejército Rojo, sobre todo en la época en que era comisario -y comandante adjunto- de Bugulmá», dice, al biografiar a Jaroslav Hasek, ese dechado de rigor que es la Wikipedia.

    En la introducción del ejemplar de la foto, que además de la obra que le da título contiene la que ahora reseño, Monika Zgustova afirma algo menos eufemístico al decir que Hasek, que tras desertar se había incorporado al Ejército Rojo, «llegó a ser un importante jefe militar cuando en octubre de 1920, durante la ausencia del comandante del departamento político del Quinto Ejército, fue nombrado su sustituto, cosa que significaba que estaba encargado de tomar todas las decisiones políticas del ejército que controlaba la Siberia soviética entera. Las últimas investigaciones han dejado claro que en el ambiente revolucionario ordenó un elevado número de ejecuciones».

    No me cabe en la cabeza que alguien pueda cometer ninguna atrocidad, pero no seré yo quien enjuicie hasta qué punto Jaroslav Hasek era o se transformó en un monstruo o se vio arrastrado por las circunstancias que le tocó vivir. Ni tengo otra información que la que acabo de mencionar ni me interesa hacerlo, dado que soy de la opinión de que la catadura moral de un autor no invalida la calidad de su obra ni su mensaje. Las incoherencias entre obra y vida van al debe de la persona, no de la obra. Y, por si faltase algo para completar el lío, la obra de Hasek es profundamente antimilitarista y, en lo esencial, posterior a los acontecimientos de Bugulmá.

    Cuento todo esto porque Hasek anduvo por Bugulmá a finales de 1920, esto es, a los treinta y siete años. 

    Como murió a cuatro meses de cumplir los cuarenta, en enero de 1923, está claro que escribió Comandante de la ciudad de Bugulmá poco después de su paso por esta localidad, que no sé cuántos habitantes tenía entonces. Ahora, 93 000. 

    Cualquier relación que tenga este conjunto de relatos que forman una historia completa con la realidad permite vislumbrar en esta momentos convulsos, donde pensar en matar para no ser matado podía ser una duda razonable e incluso inevitable; duda que mostraría, además, un modo de vida desquiciante, alienante, que transformaba en riesgo mortal mirar más allá del instante presente. Por eso, como el lapso entre esas intensas vivencias y la escritura fue tan corto, sorprende la intensidad del humor de estas páginas. No hay otra cosa más que humor, humor sin reservas en medio de muertes, huidas, encarcelamientos y constantes amenazas de fusilamiento, un humor que jamás busca la seriedad en el texto, sino en lo que cada lector extraiga de él, un humor que, conociendo la fuente de inspiración, solo puede ser obra o de un mayúsculo cínico o de un hombre tan desesperado que no se atrevía a mirar la realidad si no era a través de la deformación humorística. Probablemente por eso es también un humor violento y cruel, pero también una obra maestra.

    Este conjunto de relatos, más bien capítulos, cuenta la absurda llegada del protagonista, un Hasek que habla en primera persona, a la ciudad de Bugulmá, donde toma posesión como comandante; y luego narra sus peripecias hasta el final de su mandato, peripecias que consisten, básicamente, en revolotear en torno al puesto, ejerciéndolo o cediéndolo con el objetivo fundamental de preservar su propio pellejo. La sinrazón de todo se mezcla con los personalismos de cada cual y la sospecha de que nadie es leal a nada que no sea seguir vivo. La fidelidad a las personas dura lo que determina la conveniencia. Ni un segundo más. Como recurso humorístico, muy emparentado con el absurdo, Hasek recurre con frecuencia a los requisitos burocráticos para frenar las vías de hecho que, precisamente, son tales por prescindir de ellos. Vamos, que no puede usted fusilarme con ese rifle porque no es el arma reglamentaria, así que váyase usted por donde ha venido, so incumplidor, ¡que debería darle vergüenza fusilar de esta manera!

    La otra fuente de humor es el contraste entre el trato voluntariosamente cortés, educado, amable, casi exquisito, como si no pasara nada, que los personajes se empeñan en usar entre ellos, y las animaladas que a través de él se cuentan, traman, excusan y proponen.

    La historia tiene algo de cuento del ratón y el gato entre el propio Hasek y un mando militar que cuando no está intentado deponerlo y fusilarlo está cantando loas a su amistad. Ambos saben de su incompatibilidad y nefastas intenciones pero, sin embargo, ambos actúan como si ese comportamiento fuera natural, aunque, eso sí, el personaje Hasek es siempre piadoso y no se dedica a ir apiolando a nadie. Antes al contrario: hurta de la muerte a un buen número de personas.

    Que cada cual saque sus conclusiones sobre lo que esto último puede significar a la luz de las acusaciones que he señalado al principio, pero, en cualquier caso, Comandante de la ciudad de Bugulmá es, como la obra maestra de Hasek, Las aventuras del valeroso soldado Schwejk, un brillante alegato antimilitarista, pues ni una sola de las decisiones, todas caprichosas y absurdas, que toman en esta breve novela quienes detentan el poder de facto se sustentan en el interés del pueblo, y todas, en cambio, hasta las más violentas y salvajes, lo hacen en beneficio de quienes las toman.