Que Dios venga hoy de visita a la tierra no es precisamente un tema original, pero sí audaz, porque el argumento abre posibilidades tan amplias y crea tan altas expectativas que acabar firmando una birria de novela es el resultado más probable. Sin embargo, Enrique Jardiel Poncela salió airoso en esta novela escrita en 1932, donde refleja muchos de los males que pocos años después se convirtieron en heridas que no acaban de cicatrizar. La habilidad de Jardiel reside en una mezcla de «realismo imaginado» y absurdo humorístico, y en la atribución al Dios cristiano (que al fin y al cabo «nos hizo a su imagen y semejanza») de la muy humana costumbre de ver a los seres distintos a él mismo como nosotros vemos al resto de especies.
lunes, 26 de julio de 2021
La tournée de Dios - Enrique Jardiel Poncela
martes, 20 de julio de 2021
Humor – Terry Eagleton
Igual que
nadie espera que un ensayo sobre el sueño le haga roncar, nadie debería suponer que uno sobre el humor le haga reír. Es lo que pasa con Humor, de Terry Eagleton,
que pese elogio de la portada (The Guardian: «Una prosa rebosante de paradojas,
vituperios y chistes absolutamente desternillantes.») solo hace sonreír con
algunos chistes y anécdotas citados como ejemplos.
Normal,
claro, ya que el objetivo de este libro es otro: reflexionar sobre diversos
aspectos del humor de modo más o menos sesudo (hay innumerables citas a las
fuentes) y ligeramente desordenado.
Desorganizado
porque comienza hablando de la risa, cuya relación con el humor no es unívoca;
porque luego no llega a definir claramente el humor pese a las idas y venidas
por las distintas teorías sobre su naturaleza, con lo que el lector nunca llega a
saber de qué está hablando exactamente el autor; porque el recorrido a la búsqueda del humor en la historia es interesante pero limitado; y porque el último capítulo,
dedicado a los aspectos políticos del humor, aparte de ser un poco tostón no
deja de ser simplemente llamativo por sus connotaciones, pero insuficiente habida
cuenta de la variedad de funciones que el humor tiene para el ser humano y que
para Eagleton no merecen ni un párrafo. Pese a ello, queda clara una idea que me ha parecido interesante: la tradicional idea de que el humor es políticamente subversivo, de que sirve para atacar el poder, es discutible, porque del mismo modo en que el humor sustenta la crítica, la crítica hecha con humor rebaja las tensiones que el ejercicio del poder provoca sobre los dominados. Dicho de otro modo: si el dominado alivia su peso a través de la crítica humorística, quizá sobrelleve mejor su carga y no se rebele.
En
cualquier caso, tenía mucho interés en leer Humor. Tras haber publicado con
Mira Editores dos novelas de humor, en presentaciones y en algún evento
literario tuve ocasión de exponer mi opinión sobre él, para lo que, lo
confieso, primero tuve que detenerme a reflexionar qué era para mí el humor,
por qué y cómo lo usaba, qué pensaba sobre él y un montón de cosas más.
No sé si
me ha alegrado (¿tan pito fui?) o me ha entristecido (¿tan poco estudiada está
la cuestión?) comprobar que las conclusiones a las que llegué yo solico no
difieren mucho de las diversas teorías sobre el humor que se exponen en este
ensayo. A saber:
Es
complicado definir el humor, pues está relacionado con emociones muy dispares
(alegría, sorpresa, satisfacción, alivio…), pero condición necesaria para que
el humor se manifieste, pero no suficiente, es el error. O, dicho de otro modo,
la diferencia entre nuestras expectativas (que incluyen pronósticos, esperanzas
y miedos) y lo que encontramos en la situación concreta. Es lo que Eagleton
llama la teoría de la incongruencia, si bien la cuestiona por lo que a mi
juicio es un excesivo afán clasificatorio. ¿Qué más da lo que provoque la
incongruencia? ¿Qué más da que haya unos
factores u otros tras nuestras expectativas? ¿Qué más da si la incongruencia es
fruto del azar o del ingenio? Ocurre, además, que Eagleton a menudo da una
explicación más descriptiva que causal: la liberación de las tensiones causadas
por las expectativas, la relajación cuando uno puede dejar de esperar lo esperable,
es más una descripción de lo que sentimos en ciertos momentos que una
explicación de por qué lo sentimos.
Ahora
bien, la ruptura de las expectativas puede dar lugar al humor, pero también al
dolor o a otro tipo de emociones. ¿Qué es lo que hace que una ruptura de las
expectativas nos ponga de buen humor? Aquí entran en juego otras teorías que
por sí solas tampoco son suficientes para explicar el humor, como la de la
superioridad (nos reímos porque creemos dominar la situación o porque nos
sentimos por encima de otras personas), teoría que falla porque también a veces
nos reímos (¿de desesperación?) cuando la situación nos aplasta. Queda claro
que el autor no apuesta por esta opción, pero no por qué otra opción lo hace.
Por lo que a mí respecta, diría que lo determinante es la mezcla precisa de inteligencia y racionalidad,
entendida como la capacidad de verse a uno mismo desde fuera, la capacidad de
tomar distancia, de comprender y asumir sin dramas lo que no está bajo nuestro control. Un ejercicio de realismo cuya complicación guarda relación directa con el daño que cada situación implica. Pero
tampoco me voy a poner a desarrollarlo aquí.
Una obra
interesante y corta, pero irregular, con capítulos enriquecedores
(especialmente algunos puntos dedicados al papel del humor en la historia, que
es tanto como decir en las relaciones sociales), otros soporíferos, y más
destinada a ofrecer un muestrario de ideas sobre el humor que una tesis sobre
él.
Sí que es
sencillo, a partir de esta lectura, pronunciarse acerca de las razones del
escaso prestigio de la comedia, de las novelas de humor, del humor en general
y, también, de su paradójico éxito. Durante casi toda la historia el humor ha
estado reservado a la plebe; el poder político y religioso se
rodeaba de solemnidad (aún hoy es complicado imaginarse a la reina de Inglaterra,
al rey de Suecia o los jeques árabes partidos de risa, y, de hecho, si por algo
se hizo famoso Juan Carlos I fue porque su carácter bromista desentonaba con su
cargo y la actitud de sus colegas hasta el punto de ganarse el apodo de «el campechano»), y la solemnidad es enemiga del humor. Además, la risa hace perder el miedo y el poder a menudo
se sustenta en él. Solo a partir del siglo XIX el humor comenzó a abrirse paso
de la mano de las clases sociales en ascenso, que lo usaron para «rebajarse» y
abrirse así, sin molestar demasiado, un hueco entre las clases dominantes. En
mi opinión, esa función «lubricante» no es exclusiva de ese periodo ni de ese
objetivo, y es la que explica que ese género denostado porque la risa cuestiona las relaciones de poder se haya encaramado,
pese a la solemnidad de los poderosos, a la cúspide de las artes con obras como
el Quijote.
lunes, 12 de julio de 2021
Cuentos completos – Vladimir Nabokov
Dieciséis
meses me ha costado leer las casi 900 páginas que atesoran los cuentos
completos de un genio como Vladimir Nabokov. Lo dilatado del plazo no se ha
debido a que sean un tostón (aunque algún relato sí lo es un poco) sino a la
voluntad de no sufrir una sobredosis de calidad o, si ustedes lo prefieren, al
deseo de racionar, para saborear mejor, unos relatos escritos en su mayoría
entre 1920 y 1940 que si tienen algo en común es su altísimo nivel, sin apenas
altibajos.
Las
temáticas son variadas, pero en su mayoría los relatos muestran fragmentos
de la nueva y no muy sencilla vida de los exiliados rusos en Berlín (y también
en Francia), un submundo donde late –aunque rara vez se menciona expresamente-
la amargura por lo dejado atrás y en el que las estrecheces son la norma. Esto
provoca, además, que muchos de los personajes tengan ante sí un futuro incierto;
de hecho, ninguno se pronuncia sobre él casi ni en lo menos material de todo, como los amoríos; el
deseo de cambio también está inevitablemente latente, aunque como el cambio solo
es posible dejando todo atrás, también produce miedo y zozobra; inevitables
y manifiestas son también, en momentos clave, las miradas al pasado, al reencuentro con
lo que una vez uno fue o creyó ser. También son recurrentes las alusiones al ambiente literario –siempre precario- del exilio ruso. De hecho, la mayoría de
estos cuentos fueron publicados en revistas rusas publicadas en el exilio.
En este
contexto el lector encuentra historia de soledad, de reencuentros no siempre
deseados y situaciones más o menos insólitas que tienen mucho que ver con el
deseo de cada cual de refugiarse en su propio interior, en los recuerdos de su
vida o de sus aspiraciones fracasadas. No es infrecuente tampoco la adaptación
externa, a la nueva vida, al nuevo país, a las nuevas circunstancias, que no
impide que uno, en el fondo, siga siendo el que fue y viva en la esquizofrenia
de someter, con fortuna variable, su viejo yo fundacional a la tiranía del
nuevo yo pragmático.
La prosa
de Nabokov es, seguramente, de las mejores. Su dominio del lenguaje es
absoluto, lo mismo que su control de los tiempos. Es fascinante cómo puede crear
en mundo entero en apenas un párrafo. Su expresión es de una elegancia selecta
y en su tono hay siempre una desdeñosa mirada de soslayo hacia la vida y las personas, como si
no se la tomara muy en serio debido a la amargura que ciertas certezas, mucho más importantes que el propio relato, producen.
Uno de
esos libros que jamás me arrepentiré de haber leído.
jueves, 8 de julio de 2021
La hoguera de las vanidades – Tom Wolfe
La
vanidad nos hace creer mejor de lo que somos, luego la verdad es su enemiga.
Tom Wolfe
construyó esta larga y magistral historia a partir de lo que pudiera ser uno de
esos casos de laboratorio que a veces se usan en los talleres sobre relaciones
humanas; uno de esos casos en los que nadie es por completo culpable (o donde todos
son casi inocentes), pero donde todos tienen algo que ocultar (a veces,
simplemente, sus motivaciones) y es su conducta estratégica lo que determina la
ética de su comportamiento y termina agravando el problema de partida.
Y es que
una o varias cosas ciertas no son una verdad. Son una mentira. La verdad surge
del conjunto de todas las cosas ciertas que inciden en la situación evaluada.
Basta una omisión para que la verdad escape por su hueco.
Es lo que
sucede con casi todos los personajes de esta apasionante novela: el
protagonista quiere ocultar que tiene una amante; la amante también quiere
ocultar que conducía; un tal reverendo Bacon camufla que solo persigue el
dinero; Fallow, el periodista, esconde la falta de mérito de sus supuestos
éxitos para vivir de ellos; el fiscal y el vicefiscal tratan de acomodar la
«realidad» a sus ocultos intereses personales; otros tratan de esconder sus
delitos... Y esto, unido al «orgullo social» de una ciudad que en los años 80
era la referencia mundial, hace que todos estén pendientes de desarrollar las
apariencias para no sentirse menos que nadie.
El
entorno no podía haber sido mejor escogido: en la época en la que se escribió y
transcurre esta novela –los años 80 del siglo XX- la cúspide social estaba en
los mercados financieros, como ahora lo está en las grandes multinacionales de nuevas
tecnologías, y Wall Street representaba el cénit de ese ambiente. El summun,
como ahora lo puede ser Silicon Valley. En consecuencia, Nueva York era también
la referencia mundial de la vida social. Quien triunfaba en Nueva York había
triunfado en el mundo. Buen lugar para cultivar vanidades y egos desmesurados.
Sherman
McCoy, el protagonista, va en su lujoso coche con su amante y al tomar una
salida equivocada se pierden en el Bronx. Al huir de lo que creen un intento de
atraco, con ella al volante, dudan de si han llegado a golpear a uno de los
atracadores. A partir de aquí, y con el simbólico telón del fondo del único
inocente completamente desactivado (Wolfe se cuida mucho de dejarlo en esa posición),
los participantes en esta opereta se van retratando con las omisiones con las
que tratan de provocar la confusión entre el resto de hechos ciertos y «la
verdad». Pero como cada cual omite lo que le interesa, cada omisión genera una «verdad»
distinta; y, claro, entonces las cosas no cuadran, se van complicando y en el
intento de mantenerse a flote casi todos se ven arrastrados a pasar de mentir
por omisión a mentir por acción. El resultado, como puede suponerse, nada tiene
que ver con la justicia (con la verdad) y sí con la habilidad de cada cual y
con su posición de partida.
Pero si
interesante es la trama y el juego de estrategias que la hace avanzar, lo que
hace de esta novela una obra magnífica es la profundidad y crudeza (tan
explícita que rezuma humor cínico) con que se exponen los miedos de cada cual,
que no son otra cosa que el reverso de su vanidad, y los pasos y huidas que
esos temores inducen. Pese a que los personajes son muchos, muy distintos y
prácticamente todos muestran sus ambiciones vanas y sus defectos, raro será que
el lector no logre sentir cierta simpatía –y antipatía- por todos ellos, porque
gracias a la habilidad de Wolfe todo, desde los anhelos a las debilidades, se
hacen comprensibles y, también, porque en un mundo físicamente violento todos
ejercen la «violencia de la mentira», que parece menos peligrosa aunque en
realidad puede tener consecuencias fatales. El mejor retratado es, lógicamente,
el protagonista: Sherman McCoy. El «Amo del Universo» lo mismo nos parece un
estúpido fatuo que un pobre adolescente de 38 años atormentado por haber transgredido,
sin querer, normas que otros se saltan sin pestañear. Es un personaje peculiar:
íntegro en lo que tiene que ver con el cumplimiento de las normas legales, pero
con una moral relajada en las relaciones de pareja y completamente estropeada por
el entorno en cuanto a los valores y al sentido de la vida se refiere.
La
historia se refuerza con el enorme contraste entre esa exigua cúspide social de
personas adineradas y enamoradas de sí mismas y el desastre vital, la absoluta
marginación que se vive en el Bronx. Blanco y vecino de Park Avenue es sinómino
de honradez y éxito. Negro y vecino del Bronx, lo es de delincuente. El
racismo, lo mismo el asumido por quien lo practica que el no asumido, enmarca
la obra, lo que no quiere decir que Wolfe nos hable de buenos y malos. Más bien
intenta ser descriptivo: hay blancos racistas que no saben que lo son y hay
negros marginados que se resignan a seguir siéndolo; todos ellos son poco
ruidosos; pero hay también blancos y negros que quieren prosperar fingiendo luchar
contra el racismo y estos, en cambio, sí hacen ruido, y mucho. Mucho más que
los poquísimos que sí emprenden honestamente esa lucha. ¿Qué sale de todo esto?
Una serie de presunciones tenidas como «verdades» por la «vanidad» de cada
grupo social, falsas verdades que arden también en la hoguera que relata Tom Wolfe y que acaban
provocando el incendio en el que terminan ardiendo una parte de los protagonistas.