En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

lunes, 3 de febrero de 2025

48 pistas sobre la desaparición de mi hermana – Joyce Carol Oates

 


Marguerite, una inteligente y bella mujer joven y prometedora, salió de casa sin llevar dinero, ni equipaje, ni nada que hiciera pensar que se iba a largar. No volvió a saberse de ella.

Gigí , hermana y narradora, la mayor parte de las veces se refiere a Marguerite solo como «M.», lo cual ya es significativo. Ambas vivían con su padre, un hombre notable y adinerado, en una mansión en un sitio pintoresco, los Lagos Finger, situados al norte de los Estados Unidos, cerca de Canadá y de la zona de los Grandes Lagos, llamados así porque, alargados y estrechos, su disposición recuerda a los dedos de una mano. Viven junto a la orilla del lago Cayuga, en una localidad llamada Aurora, al norte del lago, en su orilla este, a poco más de media hora en coche del extremo sur, donde se encuentra la ciudad de Ithaca. En este entorno se mueve la acción.

Gigí es una mujer que comienza pareciendo normal y pronto empieza a mostrar sus rarezas. Además, a diferencia de su hermana, ni es inteligente, ni guapa, ni prometedora. Trabaja en la oficina de correos, atendiendo al público y, también a diferencia de M., es bastante insociable.

A lo largo de cuarenta y ocho capítulos cortos, lo que Gigí cuenta crea primero la duda de qué le ocurrió a su hermana y de quién es el responsable, pero estas dudas cambian (no diré cómo ni hacia dónde para no desvelar nada) ante la aparición de algunas certezas para el lector. Otra cosa es que las certezas lo sean verdaderamente, porque siempre hay un algo que… Bueno, y el giro final es espectacular, inesperado, permite más de una interpretación y deja una huella notable entre otras cosas porque, sea cual sea la interpretación que haga el lector, siempre habrá un inocente que de algún modo paga el pato como consecuencia de la acción de la justicia o de la vida.

Como es habitual en Joyce Carol Oates, o al menos en los libros suyos que llevo leídos, el protagonismo recae en mujeres, que siempre son víctimas, aunque a veces también forman parte del problema; y siempre, también, hay hombres que o forman parte del problema o son el problema. Lo único que no son los hombres son víctimas. Es decir, el machismo siempre está presente y, en particular, a través de la violencia real o sospechada.

Un libro ameno, bueno, que fuerza la participación del lector, pero áspero por lo que de amargada tiene la narradora y lo que de truculento tiene una historia en la que el lector debe mojarse.


jueves, 30 de enero de 2025

La península de las casas vacías – David Uclés

 


¡Vaya novela! En un mundillo, el literario, donde la inmensa mayoría de lo publicado se escribe siguiendo pautas comerciales es de agradecer la escritura artística, que es también la contundente, la que queda, la que hace grande la palabra «literatura».

El 21 de enero pasado David Uclés cumplió 35 años. La península de las casas vacías ha sido escrita, según he leído en algún sitio, a lo largo de un proceso más de una década. Tanta calidad con tanta juventud es infrecuente, y aún lo es más que ambas coincidan con la ambición. Lo digo porque esta novela es ambiciosa. Mucho. Y porque su autor ha salido airoso. Casi nada. Es algo excepcional.

Hace falta ser atrevido para acometer un proyecto que combina la Guerra Civil (un tema harto trillado, por lo traumático, en las últimas décadas), con frecuentes pinceladas de realismo mágico que entroncan el texto con lo mejor de la novela latinoamericana del siglo XX y, para redondear, hacerlo desde el unamuniano concepto de nivola. Cocinar tamaña pócima resultaría en un indigesto desastre para el común de los mortales, pero el talento de David Uclés le ha permitido ofrecer al lector un plato selecto.

Así que, a comer.

        Pero con tranquilidad. Paladeando.

El libro, como el autor ha dicho en algún sitio, no pretende ser neutral, pero sí objetivo. Se nota en muchos de los detalles históricos que jalonan el libro contados de modo más o menos cronológico. Se nota en las citas, en la breve aparición de personajes históricos, en la mención de situaciones, hechos, detalles… Todo significativo. Cosas que, lo confieso, no hubiera podido apreciar igual de no haber leído en los últimos años varios libros sobre esta época escritos por historiadores de prestigio (desde la biografía de Franco y El Holocausto español, ambas de Paul Preston, a varios de los interesantes libros de Julián Casanova o Eduardo Manzano).

Sobre la estructura aproximadamente temporal del transcurso de la guerra el autor superpone las vivencias de varias generaciones de una familia, trasunto de la suya. Mezclando ambas, con constantes excursiones a vivencias y peripecias ilustrativas del momento que nada tiene que ver con la familia protagonista pero sí con el contexto social e histórico, el resultado es la detallada evolución de la escabechina que la Guerra Civil supuso para la sociedad española, independientemente de que cada una de las víctimas vivas o muertas hubiera hecho algo reprochable o no, e independientemente, también, de que tuvieran opiniones políticas o no. La familia de Odisto representa a la sociedad despanzurrada por la guerra. A ver quién es el guapo que la recompone en menos de no sé cuántas décadas.

El papel del realismo mágico tiene bastante que ver con los presentimientos, y estos a su vez con las tradiciones, que a su vez se basan en la experiencia ancestral. Quiero decir, por ejemplo, que si hoy el mundo nos parece más negro que hace un tiempo ¿por qué no va uno a escribir que el 20 de enero de 2025 (ya podéis imaginar a qué acontecimiento me refiero) un manto de oscuridad cubrió los hielos de Groenlandia y Canadá entre gritos de angustia con acento latino? ¿O que ese marasmo cegador duró tantos años? Las cosas se ven venir, aunque no seamos conscientes; es decir, a menudo de lo que no nos avisa la razón (tan tonta y condicionada por la ceguera voluntaria o no o la falta de análisis) nos avisa la sensación, y el realismo mágico juega con las sensaciones para, a través de ellas, darnos las conclusiones a las que no hemos querido, podido o sabido llegar.

Las intervenciones del narrador dirigiéndose al lector o hablando sobre los personajes y las de esos mismos personajes refiriéndose al narrador acaban de dar el toque unamuniano a una obra que, por lo demás, es pródiga en detalles y guiños literarios siempre justificados y bien traídos, a menudo de la mano de escritores reales convertidos en personajes.

Termino. En expresión del propio autor el Macondo de esta historia es Jándula. Y Jándula es la localidad jienense de Quesada, de la que procede la familia de David Uclés. La guerra civil no transcurre en España, sino en Iberia (Portugal no deja de ser, se nos explica, una región más, la lusitana, con su propio idioma, al igual que hay otras igual en la península), todo lo cual aumenta el aura «mágica» porque todo está aquí sin estar aquí, todo es y no es a la vez. Se establece así una distancia emocional que sin duda le vendrá bien a la aceptación de la novela, porque ni la Guerra Civil ni sus consecuencias parecen superadas a día de hoy, contrariamente a lo que los años noventa del pasado siglo previó Paul Preston al concluir su monumental biografía sobre Franco. Ha pasado medio siglo desde la muerte del dictador, pero sigue habiendo muchísima gente dispuesta a no saber para poder seguir atrincherada en una posición o contra otra.

Una gran, gran, gran novela con un trabajazo detrás de tal magnitud que no cabe exigir a ningún autor mayor muestra de respeto por el lector ni por su propia dignidad como escritor.


lunes, 27 de enero de 2025

Mi adorado Juan – Miguel Mihura

 


    No voy a decir que llamarse Juan sea como no tener nombre, pero según el INE 365 000 personas se llaman así (o Joan) y hay 161 000 Juan Carlos, 149 000 Juan José, 128 000 Juan Antonio, 111 000 Juan Manuel… En España más de un millón de personas llevan el Juan por algún sitio del DNI.

Por eso el protagonista de esta obra teatral se llama así: porque no quiere destacar. El Juan de esta obra rechaza el triunfo, el prestigio… No quiere ser nadie distinguible. Solo aspira a ser él mismo y por eso le importa un pimiento todo lo demás. Y todos los demás.

    También rechaza cuanto suponga un esfuerzo o trabajo que disguste a sus apetencias, porque su principio vital es «haz lo que te plazca y no te compliques la vida», lo que desemboca en ese confortable anonimato. Y eso que el tío es una lumbrera. O precisamente por eso.

    Y, también, es un tipo encantador. ¿Cómo no va a serlo, si hace lo que le viene en gana y esa es su meta? ¡Como para estar amargado!

    Ocurre, eso sí, que la bella y distinguida Irene (que roba perros para los experimentos de su egregio papá) se ha enamorado de Juan y quiere casarse con él en la España de la década de 1950, donde vivir en pecado es impensable. Y no es que Juan no la quiera, pero es que es demasiado comodón para casarse y tiene la excusa perfecta: no está dispuesto a mover un dedo para cambiar nada, porque nada está dispuesto a sacrificar por el matrimonio: su perfecta vida oscura cambiaría y se convertiría en un amargado. Y de ese amargado no estaría enamorada Irene. Además, se le acabarían antes los ahorros de los que vive sin dar golpe, y entonces, ¿qué? Para colmo, obviamente (para él), no puede pedirle a Irene que se rebaje a vivir en las condiciones en las que él vive y con un marido-guadiana.

    Es un problemilla, claro. Juan vive en lugar humilde que bien puede ser la Barceloneta. Irene, la atractiva robaperros, lleva una vida regalada y opulenta. Es hija de un médico, célebre investigador, que está a punto de patentar un fármaco que hará innecesario dormir. Y el doctor tiene un ayudante tan empático como un cardo y con la autoestima muy subidita que, con el beneplácito del doctor, echa los tejos a Irene.

    Ni que decir tiene que el papá y su ayudante reciben la existencia de Juan y el enamoramiento de Irene con la misma alegría con que recibirían a treinta y tres piojos juntos, como diría creo que Boris Vian.

    Pero Juan… Mi adorado Juan… Juan es comprensivo con todo el mundo. ¡Hasta con el doctor Palacios! ¡Cómo va a querer él que su hija se case con un tiñoso! ¡Y menos aún que se vaya a vivir con él poco menos que debajo de un puente! ¡Pues claro! ¡Es lo normal! Pero ella está dispuesta y…

    Y, bueno, Juan conoce al doctor, el doctor conoce a Juan, las filosofías de vida pueden ser tan contagiosas como los virus y…

    Y, claro, si Juan se sale con la suya, no cambia de vida e Irene se amolda a él, vivirá según su gusto, pero suena un poco egoísta, ¿verdad?

    Así que, ¿qué pasará?

    Juan representa el revolucionario de salón que predica el cambio de valores y luego, por pura comodidad, no hace revolución alguna. Porque ser revolucionario es exigente. Esa es la condición que la introducción atribuye al autor, a Miguel Mihura, siempre crítico y cáustico con los convencionalismos sociales, pero siempre, al final, confortablemente pequeñoburgués. Juan es un poco Mihura. O un mucho.

    Lo cierto es que los avatares de Juan, dentro de una historia divertida por lo disparatada y por las punzadas de absurdo que derivan de algunas cosas y, siempre, del planteamiento límite del personaje, permite realizar unas cuantas reflexiones sesudas sobre el valor o no de los convencionalismos, sobre qué se gana combatiéndolos y sobre cómo se combaten, sobre el egoísmo y la generosidad, sobre la pereza y la osadía, sobre… Incluso sobre la conveniencia de cambiar de vida. 

    Termino diciendo que Juan es el protagonista, sí, pero a mí me llama más la atención el doctor Palacios, porque cuando uno no tiene ocasión de causar mal a nadie, no tiene excusa para no ser fiel a sí mismo. La cuestión, puestos a ser fieles a nosotros mismos, es si sabemos realmente quiénes somos.


jueves, 23 de enero de 2025

Los misterios de la taberna Kamogawa – Hisashi Kashiwai

 

SI jugamos con la fonética y leemos en voz alta y seguido la portada, diríamos algo así como «Los misterios de la taberna Kamogawa es así casi guay». Con esta tontería, y aunque aborrezco el término, comienzo señalando que esta novela es guay. O más bien, casi guay, como «dice» el apellido del autor.

Es guay (¡perdón, perdón, perdón!) porque el planteamiento es originalísimo y sumamente atractivo: la taberna Kamogawa, un pequeño antro inidentificable incluso para quien está delante, está en manos de un antiguo policía viudo (o algo así) y de su hija de veintitantos años, risueña y atractiva. Los dos son gente con humor e inteligencia. La taberna, que de algún modo parece rehuir a los clientes, se anuncia de modo críptico en una revista especializada. Y es que hace falta ser bastante pito para darse cuenta de lo que ofrecen, además de pitanza: investigar el plato que una vez te hizo tilín, y reproducirlo.

Vamos, que si eres uno de esos tipos pitos te presentas allí y dices (tras una ceremonial inclinación de cabeza): «Buenos días. He venido porque quiero volver a comer el mismo arroz con ancas de rana, unas extrañas cositas verdes y unas bolitas moradas que no recuerdo qué eran que preparó la cuñada del tío que regentaba una gasolinera en la comarcal 1234 de no recuerdo qué provincia el día en que, teniendo yo seis años, se nos estropeó el coche y, hasta que llegó la grúa, ella fue tan amable que nos dio de comer. Nunca he olvidado su sabor y quiero volver a probarlo». No exagero. A partir de ahí la hija del dueño te hace unas cuantas preguntas y en función de tus respuestas el padre encuentra la solución en un plazo de pocas semanas y te prepara un arroz como si fuera la mismísima cuñada rediviva del tío de aquella gasolinera.

Esto es todo. Pero cinco o seis veces.

La gracia del libro es doble. Por una parte, los motivos que tiene el personal para recordar un determinado plato, lo cual nos hace pensar, inevitablemente, en que el sentido del gusto también tiene un papel en nuestros recuerdos y sentimientos. O en que el gusto (o su recuerdo) puede verse afectado por las emociones. Vamos, todo lo que puede llegar a evocar un plato (u otras cosas, normalmente cárnicas, en las que este libro no entra). Y es que los platos evocan cosas, claro que las evocan. ¡Por eso durante décadas han llevado tanta fama las comidas de las madres! Y, por otra parte, son también interesantes los recursos del investigador para salir airoso de los retos: deducir ingredientes, modos de preparación... e ir luego al grano (de arroz o de lo que sea).

El «casi» guay se debe a que la novela es más bien una secuencia de cinco o seis relatos con la estructura que acabo de describir. No hay más hilo conductor, así que es una especie de libro de relatos sui generis. Relatos por leve evolución apoyados en la curiosidad del lector por los motivos de los comensales, y que terminan antes de que el lector comprenda que no hay más de lo que parece.

Eso sí, escrito con meridiana claridad y con el estilo directo, claro y parco que casa tan bien con los tópicos del carácter japonés.

Un buen libro, original y corto.


lunes, 20 de enero de 2025

Las alegres casadas de Windsor – William Shakespeare

 


Si cuando uno dice que va a leer o ha leído a Shakespeare suela pedante, pomposo o solemne, quien le está escuchando es un ignorante. ¿Por qué? Porque don William, como Cervantes o Quevedo o tantos de esa época, era un cachondo con mucho sentido del humor, y no siempre que cogía la pluma liaba una tragedia inmortal (que son las más trágicas porque siempre están ahí) para solaz exclusivo de espíritus excelsos. El humor y la travesura también eran lo suyo. Llamadlo Willy.

Cuento esto porque entre las cinco o seis obras que he leído suyas se cuenta una que me pareció divertidísima, El sueño de una noche de verano, y esta que ahora reseño la elegí, precisamente, porque comparte el mismo espíritu, aunque me ha divertido menos.

La traducción y/o la edición (del año de la polka) que ha caído en mis manos (en una vieja colección de Aguilar) es mejorable con unas cuantas buenas notas a pie de página para explicar juegos de palabras, asociaciones de ideas, problemas de traducción, el mal léxico del cura galés y para contextualizar de modo que no pase inadvertido nada que no deba pasar inadvertido. Dicho lo cual, conviene añadir que leer teatro siempre es complicado, porque el buen o mal resultado depende en gran medida de la capacidad de «escenificación mental» del lector, que me da a mí que, en general, no es demasiada.

¿Y de qué trata esta obra? 

Casi da pudor explicarlo, porque se supone que todo lo de Shakespeare, perdón, de Willy, es famosísimo, pero como sé que no es así, allá va: Las alegres casadas de Windsor es la historia del cazador cazado, pero con faldas de por medio.

Falstaff (sí, también es el de la ópera de Verdi) al parecer tiene un perfil algo distinto, más digno dentro de lo calavera, en otras tres obras de Shakespeare que no he leído, pero en esta claramente es un piernas, un vivales gordinflón, fanfarrón y lo bastante avispado como para vivir del cuento rodeado de crápulas incompetentes. Muy incompetentes, porque Falstaff destaca entre ellos, pero tampoco es que sea el colmo de la astucia. O por falta de ella o, más probablemente, porque es demasiado perezoso para molestarse en ser astuto. Y estamos en la época de la picaresca, que no solo es un fenómeno español, porque los fenómenos como Falstaff son universales puesto que los caraduras son tan inevitables como los tontos: florecen de modo silvestre en todas las épocas, lugares y condiciones. La contradicción que tantas personas llegamos a sufrir antes o después entre principios e intereses, no la sufre Falstaff. Como carece de principios, solo debe preocuparse de sus intereses, que, por cierto, son mundanos: dedicarse a la buena vida y echar los tejos a todo lo que se menea, incluyendo a dos damas casadas, las señoras Ford y Page, que tienen las mismas ganas de caer en sus brazos como de sufrir unas descomunales almorranas. Y así, entre pillastres seductores, potenciales seducidas, caballeros, un cura galés, un doctor liante, pajes, criados puñeteros y una joven -Ana Page-, que es la guapa de la película, transcurre un enredo en el que primero el interés recae en las artimañas del pelanas seductor y pronto en cómo se la lían para hacerlo caer en su propia trampa y dejarlo en evidencia. Y es que, ¡a quién se le ocurre echar los tejos de dos en dos cuando hay riesgo de ser descubierto! ¡El amor debe ser siempre exclusivo, las grandes pasiones son únicas, irrepetibles, exclusivas, excluyentes y eternas, vivas una o una docena! Las promesas de amor de todo don Juan deben ser artesanales, delicada orfebrería, no industriales. ¡Ay, si don Juan instruyera a Falstaff, la de collejas que le daría!

Entre enredos un tanto infantiloides y por tanto inocentes y alegres, malos entendidos, las bufonadas de unos y los juegos de palabras y errores del lenguaje de otros, avanza la obra hasta que brilla la virtud y la justicia y cae el telón dejando al espectador, en este caso al lector, más contento que unas castañuelas porque se lo ha pasado en grande. Y encima, volviendo al principio, ¡ha visto o leído a Shakespeare!

Perdón. A Willy.


jueves, 16 de enero de 2025

Peces abisales – Rosa Ribas

 


El animalico que acompaña al libro en la foto no es un pez abisal, pero avisa al pez. ¿De qué? Su presencia le advierte de que quizá se haya acercado demasiado a la superficie.

Es lo que hecho Rosa Ribas en este magnífico libro que me ha gustado muchísimo: salir a la superficie o, mejor dicho, exponer pensamientos, recuerdos y reflexiones que normalmente permanecen latentes en el fondo de la mente, casi transparentes hasta para su dueño. Pero si esto sitúa al lector en el papel del bicho de la foto, que sea por las pinzas y no por la pinta, porque este libro hay que agarrarlo y no soltarlo.

Algunas de las cosas que Rosa Ribas cuenta tienen que ver con su formación, su profesión, sus peripecias vitales y sus libros, y otras, las más agudas, con que nos relacionamos con el mundo a través del lenguaje, de modo que unas cosas por el concepto y otras por las palabras utilizadas, casi nada acaba siendo inocente.

Esto último es especialmente visible cuando alguien como ella, que se ha desenvuelto en dos culturas e idiomas diferentes, te explica algunas cosas tan bien como lo hace en este libro. Las emociones buscan un lenguaje para expresarse, y encontrarlo o no influye en la emoción misma. Lo que de un idioma a otro cojea, cojea también en lo emocional y más para quienes tienen cada pie en una cultura con los consiguientes problemas de traducción emocional, y a menudo conduce al sentimiento, que tantas personas hemos llegado a experimentar, de que cuando te vas de tu tierra acabas por no ser de ningún sitio: no tienes las raíces del lugar donde estás, pero cuando regresas a tus orígenes el tiempo los ha cambiado y no los reconoces.

    Rosa Ribas comparte su visión (entre admirada y desconcertada, pero resuelta y penetrante) sobre el mundo y sobre su propia vida con eficacia. Se apoya en el humor cervantino, que es la concepción del humor que a mí me gusta. Se ríe de sí misma, pero no se burla, y al hacerlo acaba por encima de todas aquellas situaciones que una vez parecieron obstáculos difíciles o imposibles de superar. Esto, junto a las lúcidas reflexiones expuestas con concisión y claridad al hilo de algunas situaciones comunes y de otras que a casi todo el mundo pasan inadvertidas, produce la sensación de estar ante un libro tan bueno como ameno, original e inteligente.

    Uno comienza leyendo a una autora de la que sabe más o menos y ha leído más o menos (en mi caso más que menos) y termina el libro con la sensación de haber leído a una buena, admirada y querida amiga.

Peces abisales es un placer para cualquier lector. Un paseo por las profundidades que es a la vez atrevido y confortable. No es una mezcla sencilla de preparar. Disfrutadla.

lunes, 13 de enero de 2025

La lógica de la luz – Cristina Cassar Scalia

 


Segunda y muy entretenida novela de Cristina Cassar Scalia protagonizada por la subcomisaria de Catalia Vanina Garrasi, una mujer que llegó a esa tierra siciliana procedente de Palermo, huyendo de su pasado en la lucha antimafia. Claro que de lo que en realidad huyó fue del amor; del que sentía por su pareja, un fiscal antimafia al que en el fondo adora, pero con el que no puede convivir por el miedo a que el día menos pensado alguien le metan dos tiros en la cabeza y vuelva a sufrir como le ocurrió con su padre, policía asesinado ante ella por la mafia.

La lógica de la luz no es un libro para que los lectores se hagan los listillos (como, ejem, ha sido mi caso en este y en las novelas de intriga que he leído en los últimos meses), porque corres el riesgo de tener tan claro quién ha sido el malo que puedes perder algo de interés, creyéndote, como un memo, que has sido más listo que la autora. Pero no. Cristina Cassar Scalia quizá no haya sabido mantener la duda en el lector en esta obra, pero sí despistarlo lo suficiente para crear en él incorrectas certezas que se ponen de manifiesto al final, con varios giros de guion bien traídos, inesperados e ingeniosos.

Además, la novela atrapa. ¿Por qué? Pues no lo sé, que es lo mejor que se puede decir de un autor, porque eso significa que atrapa por todo. Por los personajes, por la trama y por el ambiente.

En esta ocasión sí he visto algunos puntos en común con Andrea Camilleri (sobre todo en el modo de actuar de algunos personajes procedentes de la primera novela, que aquí acaban de encontrar su papel), lo cual menciono porque fue esa comparación la que me hizo conocer a Cristina Cassar Scalia, pero, como ocurría con la primera novela, la enorme diferencia con Camilleri es que ella es en extremo puntillosa: a sus personajes se les acompaña a lo largo de toda la jornada y el lector sabe con todo detalle lo que han hecho y pensado en cada momento. También, como muchas personas, sus personajes viven en parte en el futuro. En el futuro al que temen o del que esperan algo. Y allí el lector les sigue acompañando.

¿Y de qué va la trama?

Una noche, unos pescadores aficionados que andan atrayendo peces con lucecitas cerca de la costa ven cómo un coche llega a un punto donde la carretera termina y alguien baja para lanzar al agua una pesada maleta. ¿Qué hay en ella? No se sabe, porque las olas la despanzurran y vacían, pero algo puede aventurarse debido a que presenta signos que la vinculan a la desaparición de cierta atractiva chica. 

    Reconstruir la vida de la desaparecida hace surgir en las páginas de la novela el pequeño universo que rodea a toda persona, desde el personal al profesional. La interferencia policial genera reacciones en él y… Y, bueno, el universo de la investigadora también se ve afectado por el trabajo, y a sus compañeros de trabajo también les repercute y…

    De todo ello surge no solo una trama que, como he dicho, no resulta sencillo de predecir pese a que durante muchas páginas pensé lo contrario, sino también, y es lo más importante, un conjunto de relaciones personales entre personajes diferentes por edad, sexo, profesión, estatus, intereses… pero que tienen miedos, afinidades, apetencias y otros intereses que se entrecruzan y convergen en muchos momentos, lo cual es lo mejor de la novela, con diferencia. Cristina Cassar Scalia no solo plantea una adivinanza con la trama, sino que con esa excusa muestra un paisaje humano y territorial rico y verosímil.

    El resultado es una novela dinámica y entretenidísima. Si ya la primera me gustó hasta el punto de que he tardado poco en leer esta segunda, tras esta lectura ya tengo en el punto de mira la tercera. 

    Y creo que la cuarta se publica muy pronto en España.


martes, 7 de enero de 2025

Soul Music - Terry Pratchett

 


Dos historias convergen (más o menos) en la decimosexta novela del Mundodisco: la primera es la de la Muerte y su, ejem, familia. La muerte ha hecho dejación de funciones y el negocio queda de facto en manos de Susan, su nieta adoptiva (hija de Mort -que da título a otra de la mejores novelas de la saga- e Ysabel); y la segunda historia es la de un músico, Buddy, que acaba tocando una especie de guitarra salida de no se sabe muy bien dónde (cosas de la magia y del Mundodisco) en compañía de un troll percusionista de pedruscos y un enano que toca el cuerno; los tres, influidos por el extraño instrumento que toca Buddy, inventan el rock and roll, o algo parecido que en la novela se llama Música con Rocas Dentro.

La musiquica en cuestión es la pera, algo inaudito y desconocido hasta ese momento. Y además parece peligrosa, por antisistema, ya que arrastra multitudes enfervorecidas que son capaces de olvidar lo mismo rencillas que intereses para unirse a disfrutar delante de un escenario. Opio del pueblo en manos de unos advenedizos que hasta hace dos días eran unos pelagatos. Opio consumido con todos: desde trolls hasta los mismísimos magos de la Universidad Invisible.

Con este planteamiento huelga decir que Soul Music es una parodia de cuanto rodea a la música moderna escuchada por masas que irrumpió en la sociedad de mediados del siglo XX gracias a los avances tecnológicos, con numerosos guiños a cantantes y temas consagrados en la cultura norteamericana. Por ejemplo, los miembros del grupo tienen un éxito inexplicable hasta para ellos, se les puede subir a la cabeza, pueden acabar siendo juguetes rotos, sus seguidores lo son emocionales, no racionales, con lo que sale a relucir el fenómeno fan, singularmente encarnado en Susan, que se siente muy atraída por Buddy; también juega un papel divertidísimo y sumamente crítico un personaje recurrente: Y Va A La Ruina Escurridizo, el empresario siempre ansioso por ganar dinero fácil que se convierte en representante, promotor y todo lo que haga falta: ¡Todo sea por la pasta, incluso, o principalmente, escamoteársela a quien la genera! ¡Ah, el maravilloso mundo de los intermediarios! Por supuesto, dentro del fenómeno fan también salen los imitadores del éxito, los aspirantes, donde el grado de inutilidad es más que apreciable y solo comparable a la profundidad de sus fracasos e ilusiones rotas.

Como en la vida, las causas del éxito a menudo son también las del fracaso, igual que en la vida comer es necesario pero también podemos diñarla de un empacho. En Soul Music el éxito lo ha traído ese extraño instrumento que termina por comerse la personalidad del protagonista. Al final, parece que o uno se carga al instrumento (y al éxito) o el instrumento y el éxito se cargan a la persona. Alguien o algo tiene que cascarla, y esto sirve de enlace con Susan, que además de fan anda la mujer sacando a flote el negocio de su abuelo, aunque con sus propios criterios. Y al final…

Bueno, el final lo sabrá quien lea la novela. Baste decir que, desde el principio, y no solo por la dejación de funciones de la muerte, hay algún personaje al que no podemos llamar zombi, pero quizá si un mal muerto. O alguien incorrectamente vivo, vaya usted a saber. Cosas del Mundodisco.