En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

lunes, 30 de septiembre de 2024

La conductora del 28 – José M. Castón de los Santos

 



    ¿Quién no ha protagonizado, o al menos conocido, algún affaire, alguna aventura amorosa caprichosa, sin compromiso, surgida de la libertad, de la ociosidad o de la confusión? Nada hay de criticable en ellas cuando, como es el caso de esta novela, quienes lo protagonizan no tienen nada mejor que hacer.

    Él, Javier Sáez, es un pequeño empresario madrileño que, intencionadamente, lleva una vida emocionalmente inane. Ella, Andreia Salgueiro, es una mujer joven que conduce un tranvía en Lisboa, donde ambos personajes se conocen, conscientes de que cada uno tiene su vida en una ciudad y que, por lo tanto, cualquier relación que surja entre ellos ha de ser efímera.

    Y lo efímero a menudo es una tentación… Y en ocasiones, el final cuya facilidad al principio propiciaba la tentación, acaba produciendo pena.

    Por qué, ¿a que también sois conscientes de que muchos de esos affaires desembocan en relaciones más serias? 

    Bueno, pues algo de esto cuenta esta novela que merece la pena leer, y eso a pesar de que tiene alguna cuestión claramente mejorable.

    El título, la portada y lo que evoca Lisboa hacen pensar en una historia intimista, que la sinopsis desmiente solo de modo parcial. El desmentido tiene que ver con esos puntos a mejorar. ¿Cuáles?

    El protagonista llega a Lisboa huyendo de no se sabe qué, y es demasiado evidente que no lo sabemos porque al autor no le da la gana que lo sepamos. Y es también demasiado evidente que el autor espolvorea algunos datos para despistar, o para confundir. Algo le ha pasado al tal Javier Sáez que se ha subido en un coche y ha ido conduciendo, sin rumbo, hasta acabar en Lisboa como podía haber acabado en Torrelodones tras dar un rodeo por Cuenca y Orense. Ha ido sin rumbo no solo porque parece haber perdido el de su vida, sino porque no quiere que nadie sepa dónde está, y por eso adopta precauciones propias de un prófugo. Pero... ¿Es una víctima o un culpable?

    Los fallos de la novela son dos: el primero, que es demasiado evidente la voluntad de crear esa confusión, lo que da una sensación de artificiosidad que va en contra de la credibilidad de la historia. El segundo es que, si tan ofuscado está el hombre como para huir así, no se acaba de entender la naturalidad y despreocupación con que inicia una nueva vida, aunque sea temporal, sin apenas mirar atrás, sin volver a preocuparse de esconderse o de ocultar algo, como si no hubiera pasado nada, como si, realmente, fuera un simple turista. Falta congruencia.

    Las sensaciones que en el lector produce lo que acabo de decir incomodan la lectura en bastantes momentos, aunque lo cierto es que al final la historia de Andreia y Javier acaba por imponerse y el lector se olvida del resto y disfruta de una relación bien contada y con la suficiente habilidad y sensibilidad, en la que de paso conocemos la historia de Andreia y su relación con el fado, a través de su madre, que juega un papel relevante por cierta sobreabundancia de fragmentos que ponen color y palabras a la historia (por cierto, la edición no advierte al principio que hay un glosario de portugués al final; menos mal que se entiende casi todo).

    En este punto la historia es bonita y tiene el intimismo sugerido por título y portada, y así se mantiene, con menciones/evocaciones de lugares de Lisboa que harán disfrutar a quien haya estado allí y dirán poco a quien no, hasta que, al final, las dos cosas que antes he mencionado como mejorables vuelven a hacer chirriar la novela: ¿Qué hace allí, tanto tiempo (se diría que hay cierto desajuste temporal, porque se habla de dos semanas cuando parece haber pasado bastante más) un tío mano sobre mano viviendo de no se sabe qué? ¿Por qué la separación es tan repentina y poco trabajada? ¿Por qué un tipo que ha llegado a Lisboa huyendo de no sabemos qué, de pronto dice, «bueno, pues ya toca volver» y regresa tan campante? Esa sorprendente partida enfila la historia hacia un final que explica la huida del protagonista de un modo inteligente, y que supone la resolución de un «misterio» planteado al inicio... y olvidado después. Es el momento en que conocemos de verdad la vida de Javier. La explicación no aporta nada a la relación con la conductora del 28, todo hay que decirlo, aunque una vez aclaradas las cosillas queda abierta la puerta al final que sabrá quien lea esta novela.

    He detallado los fallos porque me dan rabia: sin ellos sería una muy buena novela. Pero que eso no os impida leerla, porque disfrutaréis de un buen rato de lectura.

    Además, dentro de nada es el otoño y yo diría que La conductora del 28 es una lectura otoñal. De día de lluvia y manta. 


jueves, 26 de septiembre de 2024

¿Es caro leer?

 



    Hace ya bastantes años que publiqué un artículo en todo similar a este, para rebatir con argumentos la extendida idea de que leer es caro.

    La recopilación de precios y páginas de cada libro que figuran en el cuadro de arriba procede de una fuente accesible a todos: la web de Amazon.

    Los libros seleccionados incluyen varias de las últimas novedades (algunas aún por salir al mercado), algunos de los libros que he leído este año o se publicaron en los últimos doce meses y, me vais a permitir la coquetería, también el último publicado por mí: «La detención de los Reyes Magos».

    He tenido que hacer una hipótesis: el número de páginas que se cada persona lee por hora. Ya sé que Bernhard es más indigesto que Camilleri, pero he supuesto que, por término medio, leer cuarenta páginas a la hora no es ningún disparate. Repito: por término medio.

    De este modo he calculado lo que nos cuesta leer una hora en papel y en ebook.

    Y, ya puesto, he incluido una última columna con el porcentaje de rebaja del precio en ebook respecto al libro en papel.

    Antes de mirar los datos de esta veintena de libros, pensad en lo que cuesta una hora de ocio en bares, restaurantes, cines, tele de pago, teatro, conciertos… 

    Llegaréis a la conclusión de que leer está regalado. Y en las bibliotecas, literalmente.


lunes, 23 de septiembre de 2024

Jeeves y el espíritu feudal – P. G. Wodehouse

 


Durante los días en que, por motivos que no vienen al caso, acababa las jornadas con la mollera solo en condiciones de descansar, elegí como lectura a Wodehouse, consciente de que sus novelas no requieren otro esfuerzo que el de sentarse a disfrutarlas sin temor a encontrar en ellas nada más que un humor suave, irónico e inteligente que no va dirigido contra nada ni contra nadie, pues no aspira a la crítica sino a la sonrisa. Así que, tras leer El inimitable Jeeves (1923) emprendí la lectura de Jeeves y el espíritu feudal (1954). 

    Más de treinta años separan una de otra, lo cual se advierte en la presencia de ciertos avances tecnológicos en manos de los protagonistas y, sobre todo, en que esta novela, a diferencia de la otra, es verdaderamente una novela, y no una secuencia de episodios. 

    En concreto, es una excelente novela de enredo en un entorno de humor que ya es clásico: una mansión en la campiña inglesa, con sus propietarios nobles, adinerados, en torno a los que corretean invitados que buscan medrar, echar los tejos a alguien o darse aires de importancia. Bueno, no todos, porque el narrador, Bertie Wooster, el aún «joven» amo de su mayordomo Jeeves, solo tiene un objetivo: evitar cualquier compromiso matrimonial. Un objetivo, eso sí, medial, pues solo alcanzándolo podrá lograr lo que de verdad desea: seguir viviendo libre y opíparamente gracias a su envidiable capacidad para disfrutar de actividades tales como desayunar, pasear, fumarse un cigarro o rascarse las narices.

    El enredo proviene de esta maraña de hilos: en la mansioncilla se aloja una exprometida de Bertie, escritora ella, y aparece también por allí su actual prometido, que además de ser un celoso algo bestiajo ha apostado unas cuantas libras a favor de Bertie en un torneo de dardos. Pero cuidado, porque también hay un aspirante a prometido. El tal sujeto, patilludo él, es hijo de otros dos invitados, burgueses adinerados con ciertas ínfulas de nobleza (al menos ella) que están allí porque la anfitriona desea pegarles un sablazo vendiéndoles una revista ruinosa. Unamos las actividades que han sido precisas para financiar tanto la ruina como la puesta en escena de la obra de la exprometida de Bertie y, agitando tod,o sale un revuelto en el que a cada página hay un malentendido, una situación comprometida, un lío formidable o un soponcio mayúsculo. Cierto es que el planteamiento de algunas situaciones es lo bastante infantiloide como para que cualquier lector encuentre soluciones mucho más sensatas que las discurridas por los personajes, pero se les perdona porque el lector también sabe que una novela como esta, cuajada además de personajes que en el fondo son ingenuos, requiere ciertas licencias.

    Como dije en la reseña de El inimitable Jeeves, el humor de Wodehouse es elegante, ingenioso, juega con el doble sentido de las palabras y también, en esta ocasión, de modo especial con el eufemismo. Llama la atención en este libro las hirientes pero divertidas e ingeniosas formas de desacreditar y echar por los suelos al bueno de Bertie Wooster, el narrador, a quien sus familiares con ascendiente sobre él tratan con tan poco disimulo que no ocultan ni su cariño por él ni su desprecio por la escasa lucidez de sus entendederas. Aunque, sin embargo, y he aquí la razón por la que este humor deja tan buen sabor de boca, Bertie, que no es nada inteligente, tampoco es tonto: sabe muy bien lo que quiere y (más o menos) lo que debe hacer para conseguirlo y, cuando no lo sabe, es consciente de que ahí está Jeeves para echar mano de él y de su prodigiosa capacidad para desenredar las cosas enredándolas aún más.

    Una novela divertida, agradable, sin otra pretensión que la de hacer pasar un buen rato al lector, cosa que consigue con creces. Un clásico del humor.




jueves, 19 de septiembre de 2024

El inimitable Jeeves – P. G. Wodehouse

 


El inimitable Jeeves es bastante imitable, me temo, aunque por lo que a mí respecta esta novela de Wodehouse ha cumplido su función: proporcionarme un rato de lectura agradable con una historia divertida, intrascendente y poco exigente, porque no estaba yo en condiciones de leer nada más sesudo, por no disfrutar de muchas neuronas activas al final de la jornada.

Aunque Wodehouse escribió un montón de novelas en torno a Jeeves, el hierático, competente e inteligentísimo mayordomo de Bertie Wooster, en realidad el protagonismo corresponde a ambos o, más bien, a Bertie, que es además el narrador.

Bertie es un joven y acaudalado rentista no muy espabilado, pero con una envidiable capacidad para disfrutar de los pequeños placeres de la vida: levantarse tarde, desayunar en la cama, dar paseos, correrse alguna juerguecilla, mirar una mosca… Es un hombre educado, más cercano a lo exquisito que a lo vulgar, carente de malas intenciones y cuyo cerebro no es tenido en mucho por sus familiares. Lleva a gala su soltería, que para él es sinónimo de libertad, y no está demasiado preocupado por las cuestiones amorosas, aunque los problemillas de corazón del resto de sus amigos siempre acaban pasando por él.

Es el caso de esta historia, donde uno de sus amigos, llamando Bingo Little, se va enamorando perdidamente a cada momento. Cada mujer que cruza ante él se convierte en el amor de su vida y, la anterior, en un capricho pasajero. El hombre, además, no es precisamente un don Juan: sus éxitos no requieren demasiados dedos para ser contados, con lo que sus enamoramientos se cuentan por soponcios.

¿Y en qué consiste la novela? Pues, más que en una historia al uso, en una secuencia de episodios autoconclusivos e intercambiables, a los que podrían añadirse cinco como podrían quitarse tres, en los que los amoríos se mezclan con las apuestas, con la manipulación de las apuestas y con el ingenio de Jeeves, que suple con nota las carencias de la cocorota de su amo. Porque esa es la esencia de Jeeves: no es que sea un mayordomo eficaz en el servicio doméstico, es que tiene una cocorota privilegiada para encontrar salidas ingeniosas a problemas peliagudos. 

Es curioso, como digo, que las intervenciones del personaje que da título al libro (y a la saga) sean tangenciales, aunque decisivas, y que su caracterización sea eficaz, pero rudimentaria: entre el «sí, señor», el «no, señor» y el «bla, bla, bla, señor», siempre articulado de modo hierático y sin perder la compostura, Jeeves solo se diferencia de un robot en sus brillantes ideas y en desagrado apenas expresado que le producen ciertas cuestiones estéticas. No es Jeeves quien da tono libro y al humor de Wodehouse, sino Bertie Wooster, con su despreocupado modo de ver la vida y de afrontar las adversidades sin rencores y con la única aspiración de salid indemne para seguir vegetando alegremente.

En el contexto de la clase alta inglesa, plagada de rentistas, caballeros, sires y lords, el humor de Wodehouse, que busca más la sonrisa que la carcajada, es a la vez elegante e incisivo, aunque también inofensivo: nos reímos con los personajes, que tienen un gran punto caricaturesco, o de ellos, pero no puede decirse que el humor se utilice con una finalidad distinta a la que he apuntado: hacer sonreír.

Parece poco, pero es mucho. Así es como Wodehouse llegó a ser un clásico del humor, y por eso, y también por su evidente influencia en Tom Sharpe, somos legión los que nos gustaría escribir una novelita de enredo situada en una mansión inglesa con un lord gruñón, su señora un tanto lianta y un montón de invitados estrafalarios, mayordomos intrigantes y señores mediocres que pasaban por allí.


martes, 17 de septiembre de 2024

El hotel New Hampshire – John Irving

 


Vida, desgracia, humor. Maravilloso libro, publicado en 1981, que transcurre, a partir de 1956 (¡otra vez me topo con este año en las últimas lecturas!), en la costa este de Estados Unidos y también en Viena.

El matrimonio Berry tiene cinco hijos que, al comienzo de la historia, están unos en la infancia y otros en la adolescencia. El mayor, Frank, es un adolescente homosexual con ciertas obsesiones; le sigue Franny, la resuelta e inteligente hija mayor, un referente para todos; John, es el narrador, que intenta buscar su lugar en el mundo, y está siempre pendiente de Franny; Lilly, tiene problemas de crecimiento y a crecer consagra su vida; y Egg es el más pequeño, demasiado pequeño para hacer algo más que ser un niño. Además, tienen un perro poco pimpante y un peculiar conocido: un judío propietario de un oso amaestrado (así, como suena) llamado Estado de Maine. Un oso que, de algún modo, es uno más de la familia, con lo cual pretendo decir más de la familia que del oso.

Tras contarnos, a su manera. cómo sus padres se conocieron trabajando en un hotel que para el matrimonio ha quedado con resonancias míticas, John da cuenta del modo en que su padre, un hombre idealista y poco amigo de ver la realidad, se lanzó a crear un hotel en un viejo internado de señoritas, más o menos en el sexto pino, un lugar sin atractivo para los turistas ni para los trabajadores. En él se instaló toda la familia. El primer Hotel New Hampshire. Un lugar desastroso y gestionado desde el voluntarismo, la ingenuidad y la escasez, lo bastante chuchurrido como para que tiempo después la familia se largara a Austria a abrir un segundo Hotel New Hampshire, en el que también vivieron. De estas dos experiencias se ocupa la mayor parte del libro, aunque  tras las peripecias austriacas se produce el regreso a Estados Unidos para abrir el tercer hotel cuando ya los hijos están más creciditos y la novela enfila su final con la existencia de los protagonistas también encarrilada de modos que ninguno supo prever. En medio, la vida: experiencias traumáticas, enfermedad, accidentes, muertes, más desdichas que alegrías, pero, a pesar de todo… Así vemos mil cosas que no hacen más fácil la vida a nadie, que a menudo son experiencias dramáticas, pero que, en el tono en que están contadas, transmiten una filosofía de vida atractiva, basada en la comprensión y en la asumida idea de estar, pase lo que pase, en el mejor de los mundos posibles y que, por tanto, pase lo que pase, no queda otra que seguir adelante y arrear. De este modo nada, ni lo más dramático, adquiere tintes de tragedia, y la pátina de humor que recubre toda la novela se hace más densa (y más triste, porque en humor también puede serlo) en esos momentos.

Pero la novela, más que la historia del nacimiento y caída (o no) de tres hoteles con el mismo nombre, es la historia de los personajes. Algunos de ellos no están presentes todas las páginas, por razones que el lector verá, pero otros sí, y estos son los más relevantes: Frank, Franny, John, Lilly y el padre. Pero, sobre todo, Franny y John.

Cada cual tiene su modo de ser y de desenvolverse en la vida y, como las circunstancias a las que se enfrentan (las aventuras y desventuras hoteleras) son las mismas para todos, la variedad de reacciones a un mismo contexto vital da a la novela una riqueza extraordinaria, especialmente si tenemos en cuenta que buena parte de los personajes pasan de niños a adolescentes y a adultos a lo largo de sus páginas. Cómo cada cual busca su propia identidad y la encuentra sin que el mismo entorno genere las mismas personalidades.

Durante toda la novela se aprecia la relación especial que hay entre el narrador y su hermana mayor. A menudo se aprecian tintes incestuosos que se intensifican con el paso del tiempo hasta ser indubitables, y que acaban siendo planteados y resueltos con brillantez en lo que es, también, el episodio más osado de una novela que además es «osada» porque está plagada de osos: desde el inicial con el que arranca la historia hasta el peculiar «oso» austriaco del que no digo más para no fastidiar la sorpresa de un personaje único y digno de análisis. Con esas páginas va creciendo también quien no crece físicamente: Lilly, un personaje que acaba jugando un papel fundamental.

Como he dicho, los dos verdaderos protagonistas son Franny y John. Ambos están al comienzo y al final. De algún modo El Hotel New Hampshire es una historia de supervivencia. De cómo sobrevivir. Es decir, de cómo afrontar la vida, los disgustos, los sinsabores, la tragedia. Una historia que, siendo dramática, es también cómica, divertida, hasta el punto de enseñar que una parte importante de lo que llamamos tragedia (o, mejor dicho, de sus consecuencias) depende, fundamentalmente, de la actitud.

O quizá sea que cuanto nos rodea es, siempre, un hotel en el que, incluso aunque sea nuestro, siempre estamos de paso.

Leedlo.