Marguerite, una inteligente y bella mujer joven y prometedora, salió de casa sin llevar dinero, ni equipaje, ni nada que hiciera pensar que se iba a largar. No volvió a saberse de ella.
Gigí , hermana y narradora, la mayor parte de las veces se refiere a Marguerite solo como «M.», lo cual ya es significativo. Ambas vivían con su padre, un hombre notable y adinerado, en una mansión en un sitio pintoresco, los Lagos Finger, situados al norte de los Estados Unidos, cerca de Canadá y de la zona de los Grandes Lagos, llamados así porque, alargados y estrechos, su disposición recuerda a los dedos de una mano. Viven junto a la orilla del lago Cayuga, en una localidad llamada Aurora, al norte del lago, en su orilla este, a poco más de media hora en coche del extremo sur, donde se encuentra la ciudad de Ithaca. En este entorno se mueve la acción.
Gigí es una mujer que comienza pareciendo normal y pronto empieza a mostrar sus rarezas. Además, a diferencia de su hermana, ni es inteligente, ni guapa, ni prometedora. Trabaja en la oficina de correos, atendiendo al público y, también a diferencia de M., es bastante insociable.
A lo largo de cuarenta y ocho capítulos cortos, lo que Gigí cuenta crea primero la duda de qué le ocurrió a su hermana y de quién es el responsable, pero estas dudas cambian (no diré cómo ni hacia dónde para no desvelar nada) ante la aparición de algunas certezas para el lector. Otra cosa es que las certezas lo sean verdaderamente, porque siempre hay un algo que… Bueno, y el giro final es espectacular, inesperado, permite más de una interpretación y deja una huella notable entre otras cosas porque, sea cual sea la interpretación que haga el lector, siempre habrá un inocente que de algún modo paga el pato como consecuencia de la acción de la justicia o de la vida.
Como es habitual en Joyce Carol Oates, o al menos en los libros suyos que llevo leídos, el protagonismo recae en mujeres, que siempre son víctimas, aunque a veces también forman parte del problema; y siempre, también, hay hombres que o forman parte del problema o son el problema. Lo único que no son los hombres son víctimas. Es decir, el machismo siempre está presente y, en particular, a través de la violencia real o sospechada.
Un libro ameno, bueno, que fuerza la participación del lector, pero áspero por lo que de amargada tiene la narradora y lo que de truculento tiene una historia en la que el lector debe mojarse.