He aquí la demostración de que no hacen falta mimbres
demasiado originales para hacer una novela que entretiene y divierte. Y he aquí
también la demostración del papel que pueden jugar unos buenos personajes, sea cual sea el argumento. Lo digo porque el
lector se encariña tanto con algunos de los que aparecen en “El abuelo que saltó por la ventana y se
largó”, que me atrevo a augurar a esta novela una vida algo más larga de la
que tienen la mayoría de “best sellers”.
¿Y por qué me ha sorprendido el libro, si digo que no es
original? Quizá por cómo sorprende la forma en que mezcla argumentos ya vistos.
A ver si soy capaz de explicarlo.
La acción comienza en 2005, en Suecia. Allan cumple ese día 100 años, y un rato antes de la fiesta en su
honor que se ha preparado en la residencia donde vive, decide que aquello es un
latazo, se descuelga por la ventana, y se larga. Allan llega a la estación de
autobuses, donde un tipo con mala pinta y los intestinos en ebullición le pide
que le vigile la maleta. Pero Allan, que solo desea salir pitando, la coge
y se larga en el primer autobús. ¿Y qué había en la maleta? Dinero.
A partir de aquí se abre una historia mil veces repetida,
sobre todo en el cine: un “bueno” que ha cometido una pifia más o menos involuntariamente,
va encontrando gente pintoresca en su camino, gente que se le va uniendo mientras “los malos” los persiguen; y la policía, por otra parte, también
trata de encontrar al desaparecido. En esta ocasión el policía es el típico comisario
ya maduro y con sensación de fracasado que anda más o menos a las órdenes de un
no menos típico fiscal hambriento de protagonismo en los medios de
comunicación. He aquí el elemento de tensión de la historia: ¿los encontrarán? ¿Quién? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Qué ocurrirá entonces? ¿Se descubrirán todas las tropelías que
sin querer han ido cometiendo?
Y el fin de esta historia, que comienza en 2005 y
termina unas semanas después, coincide con el fin de otra historia que se
inicia 100 años antes, en 1905. Dos historias paralelas que se alternan, con
tiempos distintos, y que deben llegar a un fin común. Tampoco es muy original.
Esa otra historia es la de la vida Allan, y cómo desde su
humildad, su peculiar forma de ser y su pragmática ignorancia, acaba influyendo
en hechos decisivos del siglo XX: desde la Guerra Civil en España hasta el
desarrollo de la bomba atómica, pasando la instauración del comunismo en China,
o la caída del muro. Una forma, además, de convertir en personajes de la novela
a un buen número de las grandes personalidades del siglo XX. ¿Original? No
mucho. Un antecedente sobradamente conocido, y también traído del cine, es Forrest Gump.
Pero como he dicho al principio, con esos mimbres
bastante manidos Jonas Jonasson ha
sido capaz de hacer una digna novela,
apoyándose en el ingenio, en los personajes, y en un singular sentido del humor.
El ingenio,
porque es capaz de concatenar hechos simples para hacerlos desembocar en
resultados delirantes, como ocurre con la desaparición del chico de la maleta.
E ingenio también hace falta para hilar las aventuras de Allan a lo largo del
siglo XX. También es cierto, sin embargo, que en ocasiones la solución ingeniosa
falla, y se convierte en tradicional (y algo decepcionante), como ocurre con la
huída de Vladivostok. Quizá, de los tres pilares de la novela, este sea el más
irregular. De hecho, es preciso recurrir a un buen puñado de casualidades para
tapar todas las grietas.
Respecto a los personajes,
hay algunos inolvidables. El que más, el propio Allan. Un hombre con no demasiadas
luces (aunque tampoco tonto) sin ningún tipo de ambición material o espiritual,
y con una capacidad prodigiosa para no preocuparse por nada. En su mayúscula cortesía
radica una de las fuentes del humor de la novela (de la que luego hablaré), y
el tono entero de la misma. En contraste con ella, lo expeditivo de su conducta produce un efecto chocante. Para terminar, sus escrúpulos guardan relación
directa no con bondad o maldad (conceptos ajenos a él), sino con el pragmatismo
necesario para poder rascarse inofensivamente las narices y disfrutar de vez en
cuando de una copita de aguardiente.
Si el héroe de la historia es un centenario, “la chica”
es una cuarentona malhablada (esto último tampoco es ninguna originalidad). Una
cuarentona que convive con una elefanta fugada de un circo, y que se enamora de
uno de “los chicos”, un vendedor de salchichas que es en realidad un “casi
erudito” en todo por culpa de su deseo de disfrutar de una herencia. También
aparece el mayor zoquete conocido, que además es hermano de Albert Einstein,
y la que acaba siendo su señora, que además de zoquete se dedica con entusiasmo
a la corrupción… Como digo, toda una caterva de personajes pintorescos y divertidos.
En esa tropa hay que añadir a “los malos” que los
persiguen y a los famosos: desde Mao,
a Truman, Stalin, Franco o Churchill. Todos ellos tienen algo en
común: son más incompetentes y su comportamiento es más “de andar por casa” de
lo que podría suponerse. Y en esto radica otra de las fuentes de humor de la
novela.
Y llegamos al tercer pilar: el humor. Presente a cada palabra por lo
disparatado de las situaciones, por lo ingenioso de algunas soluciones, por los
personajes y su conducta, por el confortable hedonismo al que todos aspiran más que a la riqueza económica y, como he apuntado antes, por la educación y amabilidad de Allan, que lleva al autor a
hacerle expresarse de forma indirecta y muy divertida, pues Allan no pierde la
educación ni cuando su vida corre inminente peligro.
Especialmente brillante es la forma en que pone objeciones a las cosas. Es
notable también la ironía con que se trata la corrupción, la demagogia y todas
las formas de engaño que utiliza el ser humano, poderoso o no, para
garantizarse el “ande yo caliente”.
Destaco, por último, cómo la decisión inicial de
la novela, escaparse de la ventana, que en ese momento al lector se le hace
extraña porque no sabe a qué achacarla, queda perfectamente explicada al final,
una vez que se conoce a Allan, lo que provoca un efecto de “cierre del círculo”
que da consistencia a la novela.
En resumen: un digno libro de humor. O, mejor dicho, digna
literatura de humor.
A mí también me gustó mucho. No solo por el tono de humor que está imprimido en la narración, sino por la fuerza de los personajes y el interesantísimo repaso a la historia del siglo XX de un modo ameno, divertido y curioso.
ResponderEliminarSin duda, lo recomiendo encarecidamente. Es una lectura perfecta tanto para iniciarse como para salirse de los tópicos y encontrar algo diferente.
Un saludito y feliz lunes.
Yo me lo he pasado bastante bien leyéndola.
ResponderEliminarEs un libro bastante distraido como la moral de los personajes que pululan por el. A mi tambien me gusto mucho y me lo pase muy bien leyendo las aventuras de este vejete.
ResponderEliminarEs una de las cosas que más llama la atención: esa "moral". Es mucho más hedonista que materialista. Y Allan lo lleva al límite: lo que es capaz de hacer por un vasito de aguardiente...
ResponderEliminarLo leeré, lo leeré...
ResponderEliminarSobre todo porque es lo que más me apetece hacer cada día cuando me levanto: saltar por la ventana y largarme...
Saludos.
Mientras no robes ninguna maleta, tú tranquila.
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