La portada y el
título remiten a una buena y popular novela de humor, El abuelo que saltó por la ventana y se largó, de Jonas Jonasson, lo que puede crear expectativas
erróneas.
Lo aviso porque
Berthe Gavignol, que así se llama La abuela que encontró una pistola y
disparó, es también una centenaria. 102 años tiene el querubín, nacida
en 1914, lo que sitúa la acción en 2016. No hay más paralelismos fuera,
lógicamente, del papel que juega en las dos novelas el pasado de cada uno
de sus personajes.
102 años es una
edad como para estar tan chuchurrido que cualquier cosa que uno haga sea
vista con cariño y admiración por todo el mundo, hasta el punto de que
apenas hay un centenario que caiga mal a nadie.
Sus manías, rarezas y defectos quedan perdonados por la edad. E incluso jaleados. Con esta
idea jugó Jonas Jonasson y, sin duda, juega también Benoit Philippon. ¿Cómo
no encariñarse desde el primer minuto con alguien que, pese a estar con un pie y cuatro dedos del otro en el otro barrio, sigue su peregrinaje por este valle de lágrimas con desenvoltura, retranca y cierta alegría?
Otra cosa es el
concepto de alegría, claro, porque tirotear a un vecino para que escapen
dos prófugos no es la actividad más enternecedora y risueña que uno pueda imaginar,
aunque la tiradora tenga 102 años. Pero así comienza la novela, y el principal
motivo de la pátina de humor (bastante negro) que la rodea es que los centenarios
ni van haciendo las cosillas que hace Berthe ni tienen su carácter tan
arrogantemente contestón.
Con el comienzo
citado, obviamente Berthe es detenida (¡solo faltaría que tuviera arrestos como para darse a la fuga!), y la novela consiste en su confesión
ante un gris inspector de policía de provincias, llamado Ventura, un buen
hombre armado de paciencia que tiene ante sí a una delincuente inmune al
poder disuasorio de las penas. Total, cuando uno sabe que va a cascarla más o menos en un ratito, el peso de la ley no es
mayor que el de una pluma. Esta confesión alterna diálogos tan interesantes
como desquiciantes con narraciones en las que, en tercera persona, se nos
cuenta lo que la abuela pistolera le está explicando al policía.
Este modo dual
de presentar la acción es aprovechado por el autor para crear dos tonos.
El de los interrogatorios es un poco sobreactuado al principio y es, siempre,
humorístico por lo que de insolente, impertinente, provocadora y desafiante
tiene Berthe, que no se comporta como una detenida sino como una tocanarices
de primera magnitud. ¿Qué gana provocando la irritación de nadie? Se diría
que su objetivo no es defenderse, ni tan solo volver a casa, sino rizar
el rizo de la insolencia, exhibirse y resultar graciosa. O no. O igual es que a su edad solo puede defenderse atacando de palabra. De palabra afilada con un humor muy agresivo. En cualquier caso, las abuelitas tocapelotas, con perdón,
resultan muy simpáticas hasta que te das cuenta de que tienen la lucidez
necesaria para que sus impertinencias no sean un mérito, sino el producto de una mala leche acumulada durante un siglo y capaz de avinagrar hasta
la miel, de una vieja amargura convertida en objetivo porque a esas alturas ya no se puede cambiar.
El tono en las
narraciones es más suave que el de los diálogos, aunque como el narrador
se dirige al lector desde la óptica de un personaje al que ya todo le importa
poco, sigue teniendo cierto tono zumbón.
Es a través de
estos recuerdos como conocemos la historia de Berthe y, en particular,
su relación con el «sexo fuerte», que a su lado no lo es tanto.
El libro puede tomarse sin dudar como una denuncia del machismo imperante
a lo largo de todo el siglo XX, para hacer reflexionar sobre sus consecuencias
y supervivencia en el XXI, pero las reacciones de Berthe a él, que al
principio pueden entenderse justificadas, sobre todo alguna, evolucionan,
por necesidades del guion, hasta hacer de ella un personaje que pasa de
justiciero a sanguinario.
Y como 102 años
dan para mucho, el autor hace pasar varios Pisuergas por esa amplia «geografía
temporal» para invitar a cierta reflexión más o menos aislada sobre el racismo y hasta dónde
puede llegar y, también, aunque menos, sobre la soledad de las personas
mayores.
Esto último enlaza
con el final, muy bueno, original y a la ver duro y tierno. Quizá Berthe,
después de todo, no era tan inmune al peso de la ley. O, quizá, al peso de su propia ley.
Me alegro de que te lo hayas pasado tan bien como yo. Es muy divertida y muy negra. Fascinante.
ResponderEliminarBesos
Pues sí. ¡Gracias por la recomendación!
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