Tanto ha investigado, escrito y difundido sobre los momentos clave del siglo XX en Europa Julián Casanova, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza, que es de agradecer (y de algún modo era de esperar) que 2025, cuando se cumplen 50 años de la muerte del dictador, lo haya comenzado publicando en Crítica esta biografía sui generis.
La califico así porque como el propio Casanova advierte en la nota final (aunque mejor hubiera sido avisarlo al principio) esta obra no pretende rivalizar con biografías canónicas, como la de Paul Preston, de modo que en lugar de bucear en todos y cada uno de los datos íntimos o no que alumbraron y condicionaron al personaje y sus actuaciones, Casanova se centra, más bien, en la interacción entre el personaje y la historia incluyendo, eso sí, suficiente información sobre la evolución familiar y profesional de quien, sin planificarlo, llegó a promover una guerra de exterminio y a hacerse con el poder absoluto durante casi cuatro décadas; en ellas vivió apoyado en tres patas (Iglesia, Falange y ejército), con la habilidad suficiente para equilibrarlas y para adaptarse a los profundos cambios en la situación internacional.
La barbarie inicial de la guerra y la posguerra, el larguísimo tiempo en el poder y el control absoluto de la comunicación y la sociedad permitieron al régimen construir «relatos» a su medida según la evolución de las circunstancias. Por ejemplo, el régimen dejó caer en el olvido las otrora jactanciosas expresiones de antisemitismo y admiración del fascismo y nazismo, para inventar, cuando la Segunda Guerra Mundial cambió de rumbo, una supuesta ideología propia de inspiración católica que la Iglesia no tuvo inconveniente en secundar, mientras tuvo al frente a la jerarquía eclesiástica salida de la Guerra Civil, a cambio de prebendas decimonónicas. Otro ejemplo: la legitimación por la victoria militar fue dejando paso a la legitimación por un desarrollismo que suponía un cambio radical en las condiciones de vida de los ciudadanos pero que, en realidad, nada hizo que no se hiciera con libertad y mejores frutos en el mundo democrático. Y como esos cambios de relato, muchos más. Así es como se pasó, al final, de la figura del caudillo victorioso, azote de los enemigos de la patria (esto es, todos los que no lo apoyaban), a la del líder paternalista y protector. A la milonga de la «dictablanda», aunque cuando el régimen comenzó a hacer aguas el paternalismo se llegara a ejercitar con pelotones de fusilamiento.
La labor del historiador, señala Casanova, no es juzgar, sino quitar los velos con que los personajes históricos adornan sus acciones para ofrecer los hechos. Por los años en el poder y porque incluyeron la aparición y desarrollo de los medios de comunicación, los mitos prefabricados por el franquismo fueron infinitos. La realidad fue bien distinta y discurrió por cauces lógicos, dadas las circunstancias, entre las que solo destaca la habilidad de un dictador que apenas sabía un palote sobre nada para utilizar en su beneficio la psicología del poder, en la que, en ella sí, fue un maestro. Volvemos a esos equilibrios entre tres patas que le permitieron sortear la pretensión golpista de restaurar la monarquía y perpetuarse en el poder. El modo en que utilizó la corrupción para garantizar la cohesión y lealtad es enormemente relevante y común a todos los regímenes dictatoriales.
Las obras que he leído de Casanova se caracterizan por su mezcla de rigor, claridad y brevedad. Franco sigue en esa línea. La de la difusión del saber científico, porque de poco sirve la investigación histórica si no sale del ámbito académico. Es una idea en la que insiste mucho en las redes sociales, y este libro es coherente con ella.
Una buena obra que merece la pena leer, aunque para conocer en profundidad al personaje, nada, hasta donde yo sé (que es bien poco, aviso) y he leído, como la biografía de Franco que escribió Paul Preston a comienzos de los noventa y que fue actualizada en 2015.
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