Adèle Bedeau es una chica joven, guapetona, no muy extrovertida en su trabajo como camarera en el pequeño restaurante francés de una también pequeña localidad, Saint Louise tan cercana a la ciudad suiza de Basilea que forman un mismo núcleo urbano artificialmente dividido en dos.
Un buen día Adèle desaparece. ¿Se ha ido, ha tenido un accidente, ha sido secuestrada…? ¿O ha sido asesinada? Quien más y quien menos está convencido de lo último, pero para confirmarlo hace falta encontrar el cadáver de la pobrecilla.
El inspector de policía Gorski, ya entrado en años, se enfrenta al caso con cierta parsimonia y no muchas ganas. No está habituado a investigaciones de este tipo, porque Saint Louise es un lugar muy tranquilo, y además le persigue el recuerdo de una investigación por asesinato, en sus primeros años, saldada con la condena de un hombre al que él siempre ha creído inocente. Aquel éxito que él sabe fracaso aún le duele y le hace desconfiar de sí mismo y de su capacidad.
Como no se sabe qué ha sucedido con Adèle no es fácil encontrar sospechosos de no se sabe qué, pero entre ellos pronto aparece un tipo peculiar, un tal Baumann, solterón, director de una oficina bancaria, hijo de un padre excesivamente riguroso, que come y cena en el restaurante de marras y que como anda obsesionado por lo que los demás puedan opinar de él a partir de lo que hace, por nimio que sea el detalle, a la hora de hablar se metería en menos líos si contara las cosas tal y como son. De Baumann, el verdadero protagonista, el lector llega a saber muchas, muchas cosas, dándole una ventaja sobre el investigador -un buen hombre pero todo un pasmarote- que permite crear una atractiva tensión en la lectura.
Con este planteamiento (una muchacha desaparecida y dos hombres taciturnos, poco movidos y hasta aburridos, aunque uno de ellos algo grillado, el autor construye una novela que va de menos a más, de muy poco al principio a mucho al final, en la que va edificando una historia contundente que, al tiempo que crece, permite ir avanzando hacia la resolución de… De lo que sabrá quien lea la novela, porque el pasado suele alcanzar a todo el mundo y el caso presente se acaba confundiendo con el caso pasado.
El final es sorprendente, y, casualidades lectoras, tiene cosas en común con dos novelas que he leído hace poco: la suerte del protagonista (en común con La avería) y lo guapos que hubiera estado el protagonista si se hubiera limitado a no hacer nada (El largo camino a casa)
Claridad expositiva, lenguaje adecuado, con cierta fuerza, estructura estupenda, buena mezcla entre la tensión de la acción y la tensión psicológica de los personajes, y un entorno fácil y agradable de imaginar.
Una lectura de lo más entretenida y de factura más que buena.
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