Noviembre de 1975. En paralelo a la agonía de Franco, en San Esteban, un pequeño pueblo a muy pocos kilómetros de Toledo, ha ocurrido un suceso que desvía parcialmente la atención sobre la inminente muerte del dictador y las circunstancias políticas, en España y Marruecos, que la acompañaron. Y es que en una ermita próxima ha aparecido el cadáver, desnudo y acuchillado, de una mujer joven, Clara, madre soltera y por tanto con fama, habida cuenta de la moral oficial de la época, de promiscua.
La historia se nos cuenta desde la óptica de Jorge, un chaval de diez años enamorado de la hija de la muerta; un chaval, también, que ejerce de monaguillo y de ahí su contacto con el cura recién llegado, un joven dado a la modernidad, y en anciano párroco, cuyos valores siguen anclados en la «cruzada» contra las conspiraciones comunistas, judeomasónicas y demás iluminaciones utilizadas por la dictadura para justificar su existencia.
Jorge, a la vista de frases sueltas que escucha, teme que su padre tenga algo que ver con el asesinato. El cura joven, para tranquilizarlo, le dice que entre ambos van a investigar para localizar al verdadero criminal, aunque, como se puede suponer, lo máximo que alcanza a hacer la pareja no deja de ser un consuelo para el chico. Pero en ese proceso Ángela Vallvey construye la historia de Jorge, que es también la de sus padres, la de la relación entre ellos, tan condicionada por la posición de la mujer en la sociedad, la historia de su abuelo, de su tía y, por supuesto, la difícil historia de Clara.
Una novela interesante, muy bien escrita, con cierto aire a Miguel Delibes por la mirada oblicua que nos hace ver las cosas reflejadas en quienes las sufren sin entenderlas. Y así, con un pasito en la historia y otro en la agonía del dictador -que es el marco que capta la atención de muchos de los personajes, con unos retratando su miedo, otros su esperanza y pocos su añoranza- vamos conociendo a los personajes, lo que ocurrió y, también, esa insólita situación en la que partidarios y detractores pudieron sentarse a contemplar, tras décadas de dictadura -unos con un pañuelo para llorar y otros con una copa en la mano la brindar- la muerte del dictador y la apertura a un nuevo futuro que esperanzaba por sus posibilidades e inquietaba por sus dificultades.
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