Un amigo me ha enviado esta noticia del Heraldo de Aragón: un hombre de Reus alquiló el jueves una furgoneta en el
aeropuerto de Barcelona; el domingo, cuando debía devolverla, no lo hizo; el
motivo, la furgoneta había sido encontrada el sábado estampada en un acantilado
en Lugo; no había signos de que el hombre fuera dentro, pero no hay rastro de
él en la pensión donde se alojaba; nadie sabe qué había ido a hacer a Lugo, ni
si transportaba algo; tampoco contesta al teléfono. Hasta aquí, una
desaparición más o menos «normal» que a saber cómo acaba. Más extraño es que
alrededor de la furgoneta descacharrada hubiera varias cajas vacías de
vibradores. Bueno, el ABC habla de «montones» de cajas vacías.
Si el conductor aparece sano y
salvo, la cosa terminará en anécdota cuya explicación merecerá la pena conocer.
Si no es el caso, en tragedia. Pero, sea como sea, muchos enigmas hay aquí.
Muchos.
El primero, por qué me envían a
mí estas cosas. Como alguien intercepte mis comunicaciones va a pensar
cualquier cosa sobre mí, excepto que una vez publiqué una novela de humor
titulada La terrible historia de los vibradores asesinos.
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