En 1950 Ross Macdonald publicó La piscina de los ahogados, que en 2011, 61 años más tarde, ha sido publicada por RBA, aunque la edición que yo he leído es otra bastante anterior. Basta este dato para comprender que estamos ante un clásico de la novela negra.
En sus comienzos, la novela negra tenía por protagonistas
más a detectives privados que a policías, debido, sin duda, a la escasa
confianza que en la mayor parte de los sitios inspiraban los cuerpos
policiales. En La piscina de los ahogados al detective Lew Archer una mujer le
hace un encargo: averiguar quién ha enviado un anónimo a su casa calificándola
de adúltera.
La mujer vive con su marido, su hija y su suegra en una
propiedad de esta última, sobre la que la ha puesto los ojos una empresa
petrolera. La suegra es de la cofradía del puño prieto, aunque solo respecto a
su familia, porque en modo alguno está dispuesta a vender la casa. Sin embargo, algo ocurre: alguien aparece ahogado en la piscina durante una celebración en la que el propio Archer está
presente. ¿Accidente o no?
A partir de aquí se desarrolla una trama donde la violencia y los “hombres duros”
campan más o menos a sus anchas. Incluso el tono es “duro”, y la expresión es
directa y austera. Hay escenas de acción, e incluso alguna verdaderamente “peliculera”
(quizá por eso la novela fue llevada al cine). Y dada la época en que fue
escrita, no se sabe qué ha influido en qué, si el cine en la novela o la novela
en el cine. El desenlace… Bueno… Sabido es que nada es lo que parece.
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