Para bien o para mal, se confirma lo presagiado por la
primera novela de la serie de Proteo
Laurenti: el protagonismo, el encanto de la novela, es Trieste y su peculiar entorno, así como las cuestiones domésticas
que rodean a un Proteo que el autor presenta como una figura a la que reír
todas las gracias. Y se confirma también otro punto: a Heinichen lo de hilar tramas se le da regular.
Comienzo por lo último: ¿trama? ¿Qué trama? No la hay. Desde
el principio se sabe quiénes son “los malos”, se sabe qué personajes están al
corriente y cómo pretenden “vengarse” (dos vengadores para dos pecados
similares, por cierto), y Proteo Laurenti está a verlas venir. Todo se reduce
a esperar el momento que se sabe que ha de llegar, a disfrutar por anticipado del sofoco que se
llevarán “los malos”. Proteo, además, no aporta nada al desarrollo del asunto,
con lo cual, volviendo al primer punto, no es una novela “de” Proteo Laurenti
sino “sobre” Proteo Laurenti, donde con la excusa del tráfico de órganos el
personaje se luce con situaciones demasiado absurdas (todo un “vicequestore”
que se lleva el perro al despacho a diario, por ejemplo), o el típico recurso
de la “zancadilla al héroe”, de la acusación injusta, por no hablar de sus
chulerías y desplantes caprichosos o de su tópica relación con “las mujeres” (así,
en general).
Tampoco me gusta el intento de hilar unas novelas con otras
a través de ciertos “malos” cuya única misión es fidelizar lectores. No es un recurso literario, sino comercial.
Quienes no hayan leído la primera de la saga (“A cada uno su propia muerte”) deben saber que en ella hay un señor
muy malvado que se pega una bofetada con una motora, pero sólo aparece el
fiambre de su acompañante. Todos lo dan por muerto menos Proteo, que es muy
pito y no se cree que se lo hayan zampado las sardinas.
Por último, llama la atención la contundente crítica a los
modos políticos introducidos por Berlusconi.
A pesar de la calaña del personaje, que oscila entre lo sumamente peligroso y lo inmensamente estrafalario, no es sencillo, desde fuera de Italia,
saber hasta qué punto se exagera o no. De lo que no cabe duda, es de la opinión que Berlusconi le merece a Heinichen.
En resumen: todo el encanto de esta novela (y tenerlo, lo
tiene), es el entorno y lo que hace de ella una “comedia de situación”, no lo
que la define como una “novela negra”.
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