Segundo libro que leo de Claudia Piñeiro. No está mal, aunque «Betibú» me pareció mejor. En cualquier caso, pretendo leer más obras de esta autora.
Ambas novelas tienen un escenario parecido: una urbanización de lujo al noroeste de Buenos Aires que, además, es mundo aparte por las excepcionales medidas de seguridad que impiden la mezcla con la chusma y por los sucedáneos de leyes y controles que los vecinos establecen para garantizar su propia seguridad y llevar una vida ordenada.
La novela comienza con un monumental soponcio que no voy a desvelar, y el resto, hasta un final brillante, consiste en contar la vida previa de todos los personajes hasta llegar a ese punto inicial. Que en ese largo tránsito lo costumbrista se imponga a lo que explica el soponcio y el desenlace, queda en el debe de la obra, porque desorienta; da la sensación, quizá injustamente, de que se está mareando la perdiz.
Las viudas de los jueves que dan título a la novela son cuatro mujeres que se hacen llamar así porque el jueves es el día de la semana en que sus maridos quedan para cenar, jugar a las cartas o resolver los problemas del mundo.
Lógicamente, todas esas parejas, que viven en la urbanización mencionada, tienen algo en común: dinero abundante y fácil.
Pero también comparten algunas otras cosillas: primera, la colosal importancia que le dan a las apariencias (en especial a la de ser millonetis perdidos) y, segunda, que uno tras otro todos acaban teniendo problemillas económicos que ponen en cuestión su vidorra. Y eso unos lo tienen por pecado y todos por vergüenza.
Contando cómo surgen y se resuelven o no esos problemas que a su vez se mezclan con los familiares y personales transcurre la mayor parte de la novela sin que el lector sepa por qué ocurrió lo que ocurrió al principio.
Al final lo sabe, claro. Ese es el anzuelo tendido al principio y la autora es consecuente. Pero entonces el lector no solo se entera de qué y cómo ocurrió, sino también de por qué sucedió.
Y el por qué es relevante porque, de permanecer oculto, el monumental soponcio tendrá unas consecuencias y, de ser sabido por los personajes, otras. ¡Pero la verdad irá en prejuicio de quienes pueden tener interés en conocerla! O sea, un dilema moral para quienes están al cabo de lo sucedido y, por tanto, en situación de informar. ¿Qué es más importante? ¿La verdad o el interés?
Sin embargo, la cuestión no acaba aquí. Y es que, al final del final, el dilema moral se multiplica al saberse que las cosas no fueron exactamente como han creído los protagonistas y el lector. Un hábil detalle de personajes secundarios que no pasará por alto el lector avispado (yo lo pasé, por suerte, así que luego disfruté más de la sorpresa) permite a Claudia Piñeiro concluir la novela transformando el dilema en dilemón, con un final equívoco que cada cual interpretará de una manera.
Si el lector se responde a la pregunta de qué haría ante un dilema así, tendrá la ocasión de retratarse ante sí mismo. Si sale guapo o feo dependerá de quién lo mire.
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