Las vicisitudes que me llevaron a leer Vicisitudes no fueron las más alegres, pero sí insoslayables. Por suerte fue una lectura muy adecuada para el momento. Vicisitudes hizo más llevaderas mis vicisitudes. Y, probablemente, su «unitaria dispersión» tenga algo que ver, porque en aquel momento me resultaba más sencillo concentrarme durante varios pequeños intervalos que mantener mucho tiempo la atención precisa para saborear bien una larga historia.
Vicisitudes es una obra peculiar. Demasiado diferentes sus partes para ser una novela al uso. Demasiado similares para ser un conjunto de relatos. Sus quinientas no sé cuántas páginas se dividen en 85 capítulos de parecida extensión, todos independientes pues no comparten personajes ni historia, pero sí imaginarias localidades, temas y tono, con lo que Luis Mateo Díez consigue dar una extraña impresión de unidad sustentada en una especie de halo mágico: el cielo que toda esa tropa comparte, el dios que nos lo cuenta y un destino común hacía un lento e inevitable hastío vital.
Halo mágico, he dicho, pero mágico no es risueño. Si bien los personajes cambian a cada momento hay temas recurrentes, y ninguno alegre. Soledad, desarraigo, vejez, desvaríos, enfermedades mentales, muerte… Nada contado con dramatismo, y sí con una naturalidad que, por contraste con lo narrado, resulta engañosamente desenfadada. Aunque, a su vez, el desenfado lo desmiente lo elaborado de la prosa, como en un constante juego de opuestos. Al final, ese complejo equilibro en el que el lector, por un motivo u otro, nunca acaba de contagiarse del desaliento o tristeza de la historia que tiene delante sin que tampoco encuentre motivos para alegrarse, ese deambular por historias grises nunca condimentado con ilusiones accesibles, producen una intensa sensación de desolación solo paliada por el aura de irrealidad del universo que el autor ofrece y por la bocanada de aire fresco que el lector se permite al fin de cada capítulo.
Si añadimos que está muy bien escrito, con un dominio del lenguaje y la construcción apabullante, el resultado es un libro buenísimo.
Y perturbador.
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