Cuando acabé de leer esta breve novela escribí en Twitter que Contraseña no tiene un libro malo. Y es verdad. Pero sí los tiene más risueños, que conste, porque la historia que cuenta Anna, la narradora y protagonista, es como para pegarse un tiro por la exasperación que llega a producir en el lector, lo cual, seguro, es lo que pretendió la autora: dar un meneo a nuestras entendederas para hacerlas conscientes del nefasto poder de la intimidación, del miedo y del silencio.
Al comenzar a leer este libro conviene recordar que la acción transcurre en los años 50 del siglo XX. Situarse temporalmente ayuda a entender desde el principio unos roles y unas conductas que ya han cambiado, aunque sin pasarse. El matrimonio formado por Anna y Richard es aparentemente feliz. Ella vive volcada en su hijo Wolfgam y algo menos en Annette, a diferencia de su hermano, aún demasiado pequeña para percibir según qué cosas. Lo importante de lo que llevo dicho es el término «aparentemente», porque en realidad, el matrimonio solo es felicísimo para Richard, que va y viene y hace con su vida lo que quiere, incluyendo el disfrute de un amplio catálogo de amoríos de usar y tirar perceptible para todos, incluyendo su esposa, aunque todos hacen como si no pasara nada, porque todos temen algo: Richard es demasiado egoísta y dominante como para pensar que el mundo deba o pueda cambiar; Anna tampoco lo piensa, por miedo a alterar los equilibrios familiares y sociales, por miedo y sumisión a Richard y hasta a su propio hijo (con quien mantiene una especie de pacto de silencio que Anna intenta evitar que se transforme en desprecio hacia ella), y Wolfgam porque aunque ve y entiende lo que sucede, no se atreve a meterse en medio. Así, Anna, la narradora, se limita a dejar pasar el tiempo, sin ilusiones, ni orgullo, ni nada distinto a cierto triste afán por sobrevivir en su propio interior (y nada más) sin amargarse demasiado la vida.
Y entonces llega Stella. Una muchacha joven, huérfana de padre, heredera de una farmacia por la que suspira la madre. Llega para cursar unos estudios y, aunque a nadie le hace gracia su presencia, allí se queda por falta de excusas para rechazarla.
Poco después, Stella muere en un accidente de tráfico con toda la pinta de un suicidio. Pero, ¿por qué se habría de suicidar? Pues porque la inercia de la familia ha pasado sobre ella como una apisonadora, triturándola. De ahí que este libro sea una denuncia contra los roles de la sociedad patriarcal (término que, de puro usado y abusado, me da repelús, pero que aquí es adecuado), y una denuncia, también, de la cobardía, del silencio culpable, y, sobre todo, de que atreverse a ser quien uno es no es solo una cuestión privada e individual.
Sobre esto tratan las reflexiones y recuerdos de Anna. La novela no desarrolla una historia, sino las reflexiones a partir de una historia que el lector conocer enseguida.
Nosotros, que no nos atrevíamos a perder nuestra decorativa posición en la sociedad, matamos a Stella.
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