En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

lunes, 22 de febrero de 2021

El crimen del padre Amaro – José María Eça de Queiroz

 


 

              La novela, un clásico de la literatura portuguesa del siglo XIX publicada en 1875, transcurre en un entorno (la vida del clero en una pequeña ciudad portuguesa en la época) que poco tiene que ver con la película mexicana que inspiró (que transcurre en el México actual con toda la corrupción el narcotráfico como telón de fondo).

              Amaro es un niño muerto de hambre, con una infancia repleta de soledad y sinsabores, al que la caridad de una familia noble conduce, sin pedirle opinión, al sacerdocio. Una vez ordenado y tras un primer destino angustiosamente solitario y apartado, los contactos de sus protectores lo convierten en el joven párroco de Leiría. Allí se encuentra con dos cosas: un clero aposentado en sus privilegios y solo preocupado por mantener el mínimo disimulo para ocultar la ruptura total de casi todos sus votos (en especial, el del celibato) y la joven hija de su casera: Amélia, que le hace tilín, tolón, ding-dong y ringgggggggggg.

              Aunque la obra está dividida en largos capítulos, se pueden agrupar en cuatro partes:

              La primera, breve, nos cuenta la vida de Amaro y cómo llega a ser párroco de Leiría.

              La segunda despierta la simpatía del lector por el amor imposible. Narra el proceso de enamoramiento, de acercamiento entre Amaro y Amélia, con las dudas de ambos, sus miedos y vacilaciones. Y además los separa un tercero, el joven que, con el beneplácito general, echa los tejos a Amélia, de quien se supone que pronto será esposo; un joven que pronto irrita al lector, porque parece el obstáculo que impide una bella historia de amor y porque -siendo este personaje el menos ciego de todos- acaba por ser víctima de los celos, lo que le hace adoptar alguna medida más que cuestionable.

              En la tercera parte ha triunfado un amor que solo puede vivirse en precario. Pero es precisamente esa precariedad la que acaba demostrando qué lleva de verdad cada uno dentro, porque es en las dificultades cuando se ve quién escapa como una miserable comadreja y quién asume los costes. Lo cual quiere decir que de la precariedad pasamos a los problemas que conducen a la novela a su desenlace.

              Y en la cuarta y última parte, brevísima, el autor ofrece al lector en muy pocas escenas una evidente conclusión acerca de cada uno de los personajes, de modo que no es hasta ese momento cuando acabamos a saber quién es cada uno y queda un poso de amargura e injusticia.

              El crimen del padre Amaro es una novela psicológicamente compleja. Amaro es primero un niño desamparado, que jamás llega a conocer el cariño, y luego es un hombre sometido a un destino que no ha elegido; pero como es también un adulto egoísta y manipulador que abusa de su posición de superioridad moral, cabe preguntarse hasta qué punto es así por simple egoísmo, o porque no le queda otro remedio al no haber conocido jamás el cariño ni la generosidad que lo acompaña, o por rebeldía ante el ineludible destino que le ha sido impuesto. La solución al dilema, a elección del lector.

              Hay otra segunda complicación psicológica: el amor. O lo que los personajes y el lector creen amor. ¿Es amor lo que siente Amaro por Amélia? ¿Lo es siempre o solo al principio? ¿O es solo mera atracción? Sea lo que sea, ¿no evoluciona a obsesión? ¿Y por qué termina como termina? Lo que comienza pareciendo un enamorado termina siendo, simplemente, un cazador necesitado de cobrarse constantemente su pieza para satisfacer su ego y escapar de la soledad. Amaro, que parece comenzar amando a Amélia, termina teniendo como objetivo, simplemente, su rendición.

              Amélia, el otro gran personaje de la novela, ofrece un perfil más puro y nítido. Es víctima de un amor fundado en la atracción y la admiración y, a diferencia de Amaro, tiene mucho que perder si se decide a vivirlo. Amaro puede temer el escándalo, pero las consecuencias serían mucho peores para Amélia. Él no piensa más que en sus miedos; ella, en cambio, elude pensar en los riesgos. Si algo puede criticarse a Amélia es su inconsciencia e imprudencia más que su generosidad, porque evitar pensar en lo que se está jugando. Sin embargo, y pese a que las peripecias de Amélia ocupan buena parte de la novela, esta versa sobre Amaro, al que desea reflejar. O desenmascarar.

              La acción transcurre entre la catedral, la casa de la madre de Amélia y un par de lugares más, entre reuniones de clérigos y señoras piadosas que conversan sobre los chismes del lugar y los enjuician moralmente con mayor rigidez ellas que ellos. En torno pululan algunos personajes ajenos a ese mundo, críticos con él pero, en el fondo, más opuestos que enfrentados.

              La novela siempre se ha tachado de anticlerical, porque, aunque muestra algún cura casi lindante con la santidad, es la excepción en un mundillo donde todos se comportan de modo distinto al que predican: están muy preocupados por su peculio, por comer y beber bien, por eludir problemas y responsabilidades y, quien más y quien menos, «conoce mujer». Un clero más epicúreo que sacrificado, más apegado al este mundo que al otro, que parece tener una confianza limitada en el más allá o que, cuando menos, considera que ese más allá va a ser tan indulgente con las debilidades humanas que resistirse a ellas solo puede conducir al sufrimiento inútil y a la ansiedad enloquecedora. Dicho todo esto, es normal que la novela recibiera el calificativo de «anticlerical», pero este término debe ser entendido en sentido estricto: se crítica a las personas, no a lo que representan.

              Sin embargo, El crimen del padre Amaro es, sobre todo, una novela sobre el egoísmo, sobre el modo en que unas personas manipulan a otras, sobre la inconsciencia e injusticia de perseguir pequeñas victorias personales a costa de imponer a otros gigantescos costes. Es una invitación a reflexionar sobre el modo en que satisfacer nuestros caprichos puede sembrar la desgracia a nuestro alrededor.

              Por último, El crimen del padre Amaro es también una novela adelantada a su tiempo por lo que tiene de reivindicación del papel de la mujer. Y eso que Amélia no es ninguna heroína, sino una mujer con los valores de su época que se deja arrastran a una pasión estimulada por quien puede manipularla y lo hace hasta el abuso. Visto desde el simplismo de creer que una novela es lo que escenifica, podría decirse que es una novela machista, lo cual no sería extraño en la época en la que se escribió. Pero no lo es porque, precisamente, el autor utiliza a una mujer, Amélia, para dejar claro quién es el padre Amaro. Dicho de otro modo, la censura al padre Amaro, lo que justifica el «crimen» que da título al libro, es la dignidad de Amélia. Si el autor hubiera considerado a la mujer un ser de segunda, ¿qué sentido tendría hablar de «crimen»? El crimen del padre Amaro es, en realidad, doble: sus actos lo envilecen por oponerse a lo que representa; pero si hubiera compartido con Amélia los costes de su aventura lo hubieran reconducido a su condición humana. Es el abuso, el trasladarle a ella los costes que él contribuye decisivamente a provocar, lo que constituye el verdadero crimen.



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