En este blog solo encontrarás reseñas de libros que en algún momento me ha apetecido leer. Ninguna ha sido encargada ni pedida por autores o editores, y todos los libros los he comprado. En resumen: un blog de reseñas no interesadas para que sean interesantes.

lunes, 8 de febrero de 2021

Cómo robar un banco suizo – Andrea Fazioli

 


 

              El título, que parece el de un manual de instrucciones, es lo mejor de esta novela, porque tiene el atractivo de invitar al lector a compartir con los personajes la aventura de un robo en un entorno casi mítico. Es lo más emocionante. Sin embargo, la novela es fast food literario y, lo que es peor, bastante mal cocinado; mira que hace siglos que apenas veo películas, pero, como en tantas otras novelas escritas para vender y solo para eso, no me cuesta identificar, una vez más, un montón de lugares comunes de todas esas peliculejas clónicas que durante años poblaron las televisiones.

              Argumento:

Un señor que en su día fue un as del birle está apaciblemente retirado de la delincuencia y entregado a la jardinería, con sus margaritas, sus petunias, sus bichitos y sus cosas, pero, ¿os suena?, hete aquí que debe retornar a los escenarios presionado por un tipo malísimo con el que la hija del «jardinero», una cabeza de chorlito, se ha metido en líos. ¿Y qué debe hacer la figura del birle? Usar su sapiencia, habilidad y experiencia para robar un banco suizo sin que nadie se manche las manos y, luego, entregar la guita al malvado.

Lo de las manos es importante por aquello del crimen perfecto, que a nadie le apetece que lo trinquen, y porque, claro, el as del birle es un caballero o, dicho de otro modo, fue un chorizo sofisticado, que ni usaba pistolas, ni apiolaba al personal, ni amenazaba ni nada. No un bruto tosco y rudo, sino un elegante orfebre del choriceo. Aunque, eso sí, el pobrecico se había llevado el disgusto de pasar por la trena, así que ojo, lector, porque como nos enseñó Con faldas y a lo loco, nadie es perfecto.

              El as del birle no está por la labor de reeditar viejos éxitos, porque podar setos es muy relajante y porque, siendo el protagonista, le añade un toque buenecillo para caer bien (si es que ser víctima de un chantaje no le ha bastado al lector para solidarizarse) pero, por desgracia para el buen señor, a pesar de intentarlo no consigue solucionar el desaguisado de su hija de otra manera que cediendo al chantaje del malvado (no descubro nada porque, si no, obviamente, se hubiera terminado el libro enseguida).

              ¿Qué decir de los secundarios? Todos, desde la hija hasta el alocado, osado e ingenuo tipejo que contacta con ella para comenzar el estropicio y los voluntarios inexpertos que el pitísimo tío recluta se incorporan a la aventura como quien se apunta a dar una caminata con los amigos por el Monasterio de Piedra, creando al lector una apabullante sensación de historia sosa y ñoña. «¿Te apetecen unas croquetas?» «¡Claro!» «¿Y luego atracamos un banco?» «¡Pues cojonudo!» Sin duda el autor es consciente de la avería, porque durante el resto de la novela no deja de repetir que esa buena gente se había apuntado a la fiesta como quien se apunta a una fiesta, y luego, claro, lo de las orejas y el lobo. En fin…

              Entre los reclutados figura un insulso detective privado que, al parecer, protagoniza la saga de novelas de la que ésta forma parte. Aquí, protagonizar no protagoniza nada, solo hace unas cuantas cosillas, echa un cable relevante (¿será eso el protagonismo?) y además se dedica a estar muy disgustado por verse envuelto en semejante fregado.

              A todo esto, el lector puede asistir al secuestro más pintoresco que recuerdo: los secuestrados salen a pasear por la calle y todo, lo cual refuerza esa sensación de poco currelo, porque narrar de verdad las sensaciones de un secuestrado, lo mismo que las de la gente normal que se embarca en la comisión de delitos premeditados exige un trabajo que a Andrea Fazioli ni se le ha pasado por la cabeza intentar. ¿No os suenan también los personajes ingenuos que, llegado el momento de la verdad, se pasman unos y sacan la vena heroica otros? Pues eso.

              A lo que no va a asistir el lector es a la planificación del golpe, que se supone que es la gracia de la novela, porque el protagonista, como es tan pito y tan profesional, lo lleva todo en la cabeza y con tal sigilo que, si no se lo cuenta ni al Tato, mucho menos al lector. Al lector hay que sorprenderlo tanto como al banco (al fin y al cabo también se ha jugado su dinero en esta historia). De resultas, los personajes vagabundean por la novela hasta que, cuando no queda más remedio, nos enteramos de que, ¡oh, sorpresa!, alguno va a vigilar desde una esquina o  a realizar alguna otra proeza similar.

              Pero como semejante banda no es capaz de llegar a todo, por supuesto el protagonista tiene amigos expertos en la resolución de cada problema por difícil e intrincado que sea, todos ellos tipos a medio camino entre el genio y el trilero. Todos tipos que, si llamas a su puerta diciendo «¿No tendrás algo para interceptar misiles intercontinentales disparados desde un portaaviones en el Pacífico?» te responden, tras pensarlo un segundo y medio, «¡Creo que tengo justo lo que necesitas!», y se meten en la trastienda a buscarlo. ¿A que también os suena?

              ¿Qué queda para que la novela resulte atractiva al lector mínimamente exigente? Tampoco nada muy original: queda que, quien supere la primera mitad, comenzará a sentir ganas de saber, ya que ha llegado hasta ahí, en qué queda el asunto, si acabarán robando el maldito banco o no, si el malo se saldrá o no con la suya y si el protagonista podrá volver a ocuparse de sus geranios y plantar unas cebollas. El desenlace es para pegarse un tiro: el plan del malo malísimo deja patitieso al lector, incrustándole en la mente aquello de «para este viaje no hacían falta alforjas», y demuestra que tras urdir la trama las neuronas del autor seguían muy descansadas; luego incluye un golpecillo poco creíble pero que da un giro esperadamente inesperado –y peliculero- al desenlace de la acción y, también, un final del final que enlaza directamente con la ñoñería que he mencionado antes.

              Todos leemos con cierta frecuencia fast food literario, pero solo se puede disfrutar si está bien cocinado. No es el caso. Por cierto, la crítica que la faja atribuye a Andrea Camilleri deja al pobre Camilleri a la altura del esbirro. 


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